Para la sección Apuntes histórico teológicos, ofrecemos un nuevo artículo de nuestro colaborador y amigo Alfredo Arrebola, esta vez bajo el título: Saber elegir.
Joris
Karl Huysman (París, 1848 - 1907)
En la página 60 del diario “IDEAL” (Granada, 16/09/21) aparece un artículo, firmado por Isabel Ibáñez, con el sugerente y preocupante título: “¿Por qué cada vez hay menos creyentes?”, que ha sido objeto de mis breves, sencillas y honestas reflexiones. La Filosofía me ha enseñado a llegar a la Teología en sus distintas ramas, o más bien ésta me ha arrastrado a buscar la “razón última” de lo que, según mi criterio, debería preocupar al ser humano: Dios. Dejémonos de aceptar las necedades de los “infinitos tontos del mundo” (Sagrada Biblia), pregonando a los cuatro vientos: ¡Anda, hombre, si Dios no existe!. Es la respuesta más fácil que podemos encontrar desde que el filósofo y jurista francés Charles Montesquieu (1689 – 1755) seguido de los ilustrados franceses, sin percatarse – escribe mi viejo amigo Carlos Asenjo Sedano (Guadix, 1928) – de que lo que proponían era simplemente sustituir a un dios, el de arriba invisible, ya anticuado, por otro dios asentado más abajo y visible, en un proceso de inversión vertical, sin percibir que, en definitiva estaban elaborando un proceso tal cual el antiguo en sentido contrario, como lo demostró el mismo Robespierre (1758 – 1794) quien, derribado ya el Antiguo Régimen, fundó su particular dios, el de la “Razón Suprema”, plenamente convencidos de que no podían vivir sin un dios que los amparara que, por cierto, nadie aceptó, pero daba fe de la necesidad de ampararse en un dios, de la clase y manera que fuera.
La historia nos enseña que no se impuso el invento de Maximiliano Robespierre, pero sí – afirma Carlos Asenjo – su sucedáneo más popular, el nuevo dios, la llamada democracia que enseguida se extendió por todo el planeta por las buenas o por las malas (cf. IDEAL, 2/X/21, pág. 23). Por suerte o por desgracia, el problema religioso del ser humano sigue la misma trayectoria. Porque, a la verdad, nadie duda de que son muchos los millones de ciudadanos del mundo que se interesan por Dios, como también es cierto que son bastantes los millones de personas que no quieren saber nada de lo divino, lo sagrado, lo religioso. Este comportamiento socio-religioso lo he comprobado – con los mínimos recursos posibles – en las diferentes etapas de mi vida docente y artística. El ser humano – a pesar de su “racionalidad” - no ha sabido elegir debidamente el sentido espiritual y trascendental que comporta su propia naturaleza.Pero siempre hay excepciones. Entre tantas, diré que San Agustín, “Padre de la Filosofía Occidental”, ya nos lo dejó bien claro: “Señor, nos hiciste para Ti…” (Confesiones). Aquí radica la honestidad y valentía del cristiano creyente: hablar de Dios con la debida precisión, algo que no es fácil en estos difíciles tiempos que vivimos. Porque, como bien sabemos, Dios no pertenece a este mundo. Con lo cual se entiende, entre otras cosas, que Dios no está a nuestro alcance. Ni, por tanto, escribe el eminente teólogo José María Castillo (Puebla de Don Fadrique (Granada), 1929), podemos conocer cómo es Dios “en sí mismo”. Ni siquiera podemos demostrar, con argumentos racionales irrefutables, que Dios existe y que es verdad todo lo que de él se piensa y se dice. De ahí la enorme dificultad que representa ponerse a hablar de Dios, de lo que es y cómo es, de lo que Dios piensa o quiere, de lo que dice y manda, de lo que a Dios le gusta o le disgusta, de lo que prohíbe o castiga, de lo que promete y premia (cfr. “La Humanidad de Dios”, pág. 19. Madrid, 2019).
Bastantes teólogos -¡ tal vez tengan razón! - opinan que la actual crisis de la fe en Dios solo ha podido desencadenarse debido a la forma falseada – yo he sido testigo muchas veces – de pensar a Dios y de vivir la relación con él. Los evangelios están llenos de testimonios de cómo Cristo se enfrentaba a los fariseos, que parecían buenos, llamándoles “hipócritas” y “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27; Lc 11, 42,54).
Teológicamente considerado, Dios es el Trascendente. Lo que nos lleva a aceptar que no está al alcance del hombre , ni se puede saber cómo es “Dios en sí”, porque “a Dios nadie lo ha visto jamás” (Juan 1, 18). Lo que se piensa y se dice de Dios son las “representaciones” que los humanos nos hacemos de él. No es extraño, pues, que sean muchas las personas que niegan su existencia. Por eso, benévolos lectores, os vuelvo a repetir que hablar de Dios “en sí mismo”, con propiedad y exactitud, es lo más difícil que hay en este mundo.
Sin embargo, el verdadero cristiano – no el “meapilas y cristiano dominguero” - no puede cerrar su corazón y no oír la “voz de Dios” que el mismo Cristo nos ha revelado y nos ha enseñado también a llamarle “Padre”: “Padre nuestro, que estás en el cielo...”. Por ello, el cristiano auténtico está obligado, moral y jurídicamente, a saber elegir el verdadero camino religioso. Para el cristiano creyente no hay otra senda que la nos ofreció Dios, humanizado en Jesús de Nazaret: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14, 6).
Por otra parte, admirados amigos, hay que tener en cuenta que las religiones , gestoras desde siempre de los asuntos de Dios, nos lo han explicado según y cómo cada confesión religiosa lo ha creído conveniente. Y no podemos dejar sepultado en la cuneta del olvido que el hecho religioso, en cualquiera de sus múltiples formas y manifestaciones, es siempre un “hecho cultural”. Lo que significa que el hecho religioso es siempre un “hecho histórico” . Y, por tanto, afirma el teólogo José María Castillo (op. cit. pág. 21), es siempre un “hecho inmanente”, que pretende, desde su “inmanencia” conectar a los humanos con la “trascendencia”. Lo que comporta, honradamente hablando, una tremenda dificultad a la que los humanos tenemos que enfrentarnos día tras día.
El eminente teólogo y profesor Juan Martín Velasco (1934
– 2020) nos ha dejado dicho que “… en sus religiones, los humanos piensan,
imaginan, sueñan, alaban, cantan y dan forma y figura al manantial del que
procede el arroyo de sus vidas”, Por eso, los hombres religiosos piensan que
las religiones tienen su origen en
Dios”. Sin embargo, el teólogo abulense afirma rotundamente que las religiones “son obra de los humanos”.
El cristiano , creyente y fiel, tiene perfectamente definida su elección en Cristo, quien “nos escogió antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, a impulsos del amor,”, tal como nos lo explica el apóstol Pablo en Efesios 1, 4. No temas, pues, creyente o no, sino reflexiona para saber elegir. ¡Vale la pena¿
Alfredo Arrebola
Villanueva
Mesía-Granada, Octubre de 2021.
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