Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que se centra en la nueva edición del libro Elogio de la decepción, con prólogo del filósofo Tomás Moreno, recientemente presentado en la Feria del libro de Granada, entrada que lleva por título: Sobre elogio de la decepción.
SOBRE ELOGIO
DE LA DECEPCIÓN
Elogio de la decepción, y sus aproximaciones a los fenómenos del
dolor y la belleza, quizá no sea sino una larga y profunda reflexión sobre cómo
es posible la excepcionalidad de la belleza en el mundo frente a la constante ineludible del dolor y el sufrimiento en la existencia. Pero
acaso lo que hace de este libro algo diferente en sus introspecciones sea la
convicción de que indagar en cualquier cuestión, aun no siendo aquella objeto
de certificaciones y experimentos objetivamente
exactos, como la aseveración matemática del dos más dos son cuatro, sí de
intentar la superación de la grosera opinión (doxa) que conjetura tosca y vulgarmente, se demanda la exigencia y
atención a los hechos para advertir la verdad (episteme), incluso, o sobre todo, en asuntos o materias en la que
la apreciación subjetiva les atañe fundamental mente. Es así que el dolor no
puede medirse, como tampoco la belleza. Por eso el rigor ha de ser el máximo
posible a la hora de establecer parámetros para una interpretación, si no
precisa, al menos correcta en virtud de los hechos incuestionables de la
existencia e intromisión vital de ambos fenómenos en la vida de los hombres.
Sufrimiento y belleza, aun en contraste, son hechos incontestables que marcan el
designio de los que con conciencia y aviso suficientes los ven desfilar e
influir en el acontecer y sobrevenir década uno de los sucesos que alimentan el
acervo de sus vidas.
En la era de la incertidumbre como
principio incluso en la ciencia más dura cual es la física, ésta
indeterminación e inseguridad, muy bien puede ampararnos en este propósito
aparentemente extravagante cuando no inaudito de querer abarcar con seriedad
lógica y racional lo más íntimo de nuestra conciencias: el agobio sufrimiento y
el éxtasis de la belleza.[1].
¿No es así que nuestra conciencia
manifiesta una análoga y fascinante correspondencia con el funcionamiento de lo
más básico de la materia en sus estructuras corpusculares básicas? Si las
partículas ya no siguen trayectorias definidas (en el mundo cuántico) y su
conocimiento se adhiere a una aproximación estadística, y de esta manera no
podamos determinar sino
probabilísticamente su distribución en la realidad física del mundo, ¿no sucede
algo similar a la hora de intentar determinar lo que mide o alcanza nuestro
dolor y percepción de la belleza en el mismo mundo?
Para hablar con algún rigor de las
verdades que se manifiestan factualmente a lo largo del tránsito existencial de
cualquier criatura con conciencia, y aun reconociendo la necesaria
incertidumbre objetiva en lo que atañe a su magnitud, proporción o providencia,
se manifiestan, insistimos, como hechos incuestionables en todas y cada una de
las criaturas que sufren, se decepcionan o se deslumbran con el inopinado paisaje
de lo bello que se arroja tantas veces ante nuestras miradas atónitas que no
entienden cómo conjugar el dolor con la contemplación de las diversas
manifestaciones de la belleza en nuestras vidas. Son hechos incontestables,
digo, que marcan el ser y el devenir de cualquiera que sea testigo, cómplice,
acreedor o paciente sufridor de estos hechos ¿contradictorios? que acaecen en
sus vidas.
La belleza vinculada al dolor es una
vía abierta al reconocimiento fundamental (aunque en principio nos resulte
inexplicable) de una realidad que nos hace iguales y distintos, si de manera semejante
o muy diferente todos sufrimos y somos testigos de excepción de ese dolor y de
esa belleza que parece indicar que el impulso creativo que caracteriza a la
vida y a la conciencia humanas están asociados a esa intuición de trascendencia
en la que, lo que es hermoso y lo que duele hasta la extenuación, están unidos
en un ansia inexplicable de razón, de entendimiento y de vida duradera.
La decepción es la potencia que abre los ojos ante lo superfluo de
nuestras vidas, la que expone descarnada y dolorosamente la realidad del
sufrimiento y de sus causas para entender la alegría que sorprende con la
belleza de este entendimiento, a veces doloroso, pues a pesar de tanto dolor,
se alza inexplicable y arrebatador todo el cúmulo que es evidente e incuestionable
de la belleza, expreso en la naturaleza, en la razón, en el arte, en la ciencia
e incluso en las abstracciones más profundas de las que son capaces los seres
con conciencia.
Es así que, en fin, necesario
reconocer la verdad profunda que encierra la decepción, si nos muestra el
engaño, y nos ofrece el ethós (lo
ético) como una realidad tan necesaria como incuestionable para hacer
sostenible nuestro sufrimiento, si amparado siempre por la potencia
trascendente de lo bello contemplado o conseguido, y es que la decepción es
elogiosa porque sabiamente nos desengaña, nos revela y nos avisa.
Francisco Acuyo
[1] Recuerdo
el principio básico de incertidumbre y relación de indeterminación en la apreciación de la realidad más íntima
de la materia establecido por el genio matemático y físico de Werner
Heinserberg en 1927: la imposibilidad de conocer con precisión de terminados
pares de magnitudes físicas, por lo que no se puede determinar con precisión
simultánea y arbitraria la situación, pongamos, entre la posición de una
partícula y su velocidad por lo que sólo podemos acceder a su realidad física
de manera probable
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