Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos una nueva y entusiasta entrada de nuestro amigo y colaborador Alfredo Arrebola; esta vez bajo el título: ¡Alégrate amigo, mi sentido trascendente también puede ser el tuyo!
¡ALÉGRATE AMIGO, MI SENTIDO
TRASCENDENTE TAMBIÉN
PUEDE SER EL TUYO!
(Antonio Machado, 1875 – 1939)
Acuciado por el profundo dolor, pongo mis manos sobre las teclas del ordenador para cumplir, un mes más, ese compromiso moral que vengo realizando con mis lectores amigos. Pero hablo desde el convencimiento filosófico y teológico sobre la terrible inquietud que subyace en todo ser humano: averiguar qué sentido tiene la vida y qué relación guardan las cosas entre sí , precisamente en una época llena de todo tipo de diversiones y fiestas, pero nunca ha estado tan triste. Nunca la gente ha gozado tanto, pero nunca ha habido tantos suicidios.
Yo me dirijo a ti, buen amigo, exhortándote a leer las maravillosas encíclicas “Evangelii Gaudium” (2013) y “Gaudete et Exultate” (2018) del Papa Francisco para que halles el sentido de la vida y, sobre todo, el porqué de nuestra alegría. Me han llamado la atención las palabras del famoso novelista Fiódor Dostoievski (1821 – 1881) que recoge mi amigo Jesús Fernández Bedmar en su extraordinaria obra ¿...Y si Dios no existiera? (Granada, 2021): “El secreto de la existencia humana no está solo en vivir, también en saber para qué se vive”. Esta debería ser siempre la preocupación de todo cristiano creyente.
Hace mucho tiempo, afortunadamente, yo encontré el sentido trascendental de la vida que había recibido (“depositum mihi commissum”) en la persona de Jesús de Nazaret, el Cristo. Me bastó leer el evangelio de Juan, cuando Tomás le dice a Jesús: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida, nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 1-6). El cristiano creyente – según mi criterio – debe preguntarse, con radicalidad y sin concesiones, por la única pregunta que vale la pena y que afortunada o desafortunadamente no tiene respuesta, ¿qué es la trascendencia divina?. Con ella, puede dar sentido a su “existencia” humana y terrenal. Esa pregunta viene a encarnar lo que el filósofo existencialista Martín Heidegger (1889 – 1976) llama la piedad del conocimiento. Mientras la pregunta sea tal, es decir, tenga lógica, existirán condiciones de probabilidad para la existencia religiosa de toda persona que desee llevar a cabo. Pero nada de rechazo, ni desprecio; y menos aún: ridiculizar al máximo en todos los aspectos. Porque, a la verdad, debemos admitir que el ateísmo es una actitud tan respetable como la del creyente. En este sentido, mi experiencia docente y artística es sumamente amplia.Creo que es necesario tener siempre presente que Filosofía y Teología no son saberes contradictorios, sino complementarios. Ahora bien, escribe el Profesor Fernández Bedmar, desde la filosofía querer llegar a la conclusión de que la idea de Dios es contradictoria, es excesivo. El ateo, filósofo o no filósofo, científico o no científico, sabio o menos sabio, no está autorizado a elevar a “dogma” su no creencia en Dios ni pretender una demostración que resulta imposible, de igual forma que el creyente tampoco puede elevar a “dogma” su creencia en Dios ni pretender que su confianza resulte demostrativa a los que no creen, cfr. o.cit. pág. 85.
Sigo, pues, aceptando la sentencia del filósofo francés Gabriel Marcel (1889 -1973): “Dios no es un problema, sino un misterio”. Pensamiento que el famoso teólogo alemán Karl Rahner (1904 – 1984) recogerá en su Diccionario teológico”: “Dios sigue siendo el misterio absoluto e indescifrable”.
Con relativa frecuencia pienso que los cristianos hemos bebido en fuentes impurificadas (sermones, libros de espiritualidad, manuales de enseñanza religiosa , revistas piadosas, etc.), y hemos construido un Dios falso a nuestra medida raquítica. A Dios lo hemos querido recortar y rebajar a la medida de nuestras pequeñas querellas humanas; pero Dios era el absoluto que se encuentra tras todo ideal profundo humano (justicia, amor, paz). Como también “la fuerza de nuestra fuerza”, y no el consuelo de nuestras debilidades, como leemos en “Evangelio para los ateos” (Madrid, 1979).
Y en esta línea está el pensamiento del profesor y teólogo Fernández Bedmar: “...el paso de Jesús por este mundo estuvo dedicado a hablar con Dios, a hablar de Dios como Padre y a mostrar a Dios como Quien se interesa por todos, se ocupa de todos y a todos espera al final del camino con la mejor de las sonrisas” (cfr. op.cit. pág. 125).
¿Comprendes ahora, amigo lector, el sentido de nuestra alegría? Los evangelios, fundamento histórico de nuestra fe, nos dicen muy claramente cómo Jesús hablaba de un Dios muy cercano y
accesible, de ninguna manera como después, por desgracia, nos hemos configurado o nos han predicado: un Dios más temible que amoroso con sus criaturas. Pavor me origina el viejo y triste recuerdo de mi vida religiosa.Ahora bien, presuponiendo el conocimiento crítico de las fuentes bíblicas, de las teologías subyacentes a los evangelios actuales y la reflexión de más de dos mil años, hazte, al menos, estas preguntas ¿Qué fue lo que realmente quiso Jesús cuando pasó por nosotros? ¿Quién fue él a fin de cuentas? ¿Por qué consiguió la importancia histórica que tiene?. Esas fueron precisamente las preguntas que inquietaron al famoso teólogo franciscano Leonardo Boff (1938 – 2018) y que las reflejó perfectamente en su obra “Cristianismo. Lo mínimo de lo mínimo” (Madrid, 2013).
Sin embargo, buen amigo, también debo decirte que no han faltado autores que han negado la existencia histórica de Jesús de Nazaret o bien lo identifican con algún personaje célebre de la historia. A la verdad que no han tenido mayor trascendencia, ya que Jesús está completamente dentro del tiempo cosmogénico, biogénico e histórico, cuyos argumentos apodícticos no es preciso poner aquí. Nos basta con saber que este Jesús de Nazaret, el Cristo o enviado de Dios para los creyentes, fue una persona que, según fuentes documentales, nació y vivió en una época lejana, XXI siglos nos separa, en una humilde ciudad de Galilea. Como, asimismo, sabemos que fue una persona a la que se refieren todos los que se llaman cristianos en las diversas iglesias extendidas por todo el universo.
Pero lo que siempre llamó poderosamente mi atención es saber que jamás se ha dicho de un hombre -incluídos
los grandes fundadores de religiones, reyes, filósofos, científicos, etc. - es
la frase que define perfectamente a Jesús de Nazaret: “… pasó por todas partes
derramando bienes y sanando a todos los tiranizados por el diablo, puesto que
Dios estaba con él” (cfr. “Hechos de los Apóstoles” 10, 38). Por ese
Hombre-Dios - Jesús de Nazaret-, amigo lector, con fe o sin fe, deseo yo que
que te fascines y veas en él un “tesoro escondido en el campo” (Mt 13,44).
Alfredo
Arrebola
Villanueva Mesía-Granada, Noviembre de 2021
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