Ofrecemos la segunda e interesantísima entrega intitulada El mito de Eva, del profesor y Filósofo Tomás Moreno, para la sección de Microensayos, del blog Ancile.
EL MITO DE EVA, SEGUNDA ENTREGA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
El MITO DE EVA (y II)
2. El Relato patriarcal de la caída
Todo comenzó,
pues, con el relato de un Edén
paradisíaco donde Yahvéh Dios colocó al hombre que había formado (Génesis 2,8) y más tarde a la mujer, y en el que había hecho brotar dos árboles -"[…]
y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y
del mal" (Génesis, 2,9)-
prohibiendo, seguidamente, a la pareja humana comer la fruta del "árbol de
la ciencia del bien y del mal" (2,17)[1].
Y
todo se malogró con la desobediencia, inducida por la serpiente, de Adán y de
Eva: "Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a
la vista y excelente para lograr
sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que
igualmente comió. Entonces se le abrieron a entrambos los ojos, y se dieron
cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos
ceñidores" (Génesis, 3, 6-7)[2]. En el acto de
la pareja humana de probar la fruta prohibida del árbol de la ciencia, estaba
implícito que ellos aspiraban también a adquirir el misterio del árbol de la
vida, el conocimiento de la inmortalidad, que estaba reservado a Dios.
Tal implicación, señala Gerda
Lerner, se evidencia tanto en la orden antes citada que prohíbe comer de su
fruto, como en el castigo que Dios prescribe: "porque eres polvo y al
polvo tornarás" (Génesis, 3,
19). Aspirar al conocimiento que sólo Dios posee es el supremo acto de
insolencia; el castigo por ello es la mortalidad. Pero Dios es misericordioso y
redime. Y por tanto, el castigo sobre Eva va a tener también una connotación
redentora. De una vez y para siempre se separa el poder de creación (y con ello
el secreto de la inmortalidad) del de procreación. La facultad de crear está
reservada a Dios; la procreación de seres humanos es el destino redentor de las
mujeres. En efecto: en el primer acto después de la caída, en la siguiente
línea, Adán da a su esposa el nombre de Eva (o, más bien, reinterpreta de esta
manera el significado de su nombre) "por ser ella la madre de todos los
vivientes" (Génesis 3, 20). Es
el reconocimiento profundo de que en ella reside la única inmortalidad a la que
pueden aspirar los humanos: la inmortalidad de la descendencia.
Por
tanto, la sexualidad femenina está destinada exclusivamente, como servicio, a
su papel de madre[3]
y sólo será beneficiosa y redentora limitada a dos condiciones, ambas impuestas
por Dios, que definen y delimitan sus opciones como mujer: "se le separa
de la serpiente" (3,15) y se le
prescribe que "con trabajo parirá sus hijos y su marido la dominará" (3,16). La consecuencia del "conocimiento
sexual" -la otra vertiente de la "ciencia", como queda patente en la frase que describe una de las
consecuencias de la caída: "y se dieron cuenta de que estaban desnudos"
(Génesis, 3,7)-, es separar la sexualidad femenina de la
procreación. Dios pone así enemistad entre la serpiente y la mujer (Génesis,
3,15). En el contexto histórico de la época en la que se redactó el Génesis, la serpiente estaba claramente asociada
a la diosa de la fertilidad y a la sexualidad femenina y era su representación
simbólica.
Tablilla del poema de Gilgamesh |
De
esta manera, por mandato divino, la sexualidad libre y abierta de la diosa de
la fertilidad le iba a ser prohibida a la mujer caída. La maternidad sería la
forma única en que encontraría expresión su sexualidad. Si entendemos que la serpiente era el símbolo de la
antigua diosa de la fertilidad, esta condición resulta fundamental en el
establecimiento del monoteísmo. Se repetirá y reafirmará en la alianza: sólo
habrá un único Dios y la diosa de la fertilidad será desechada como algo malo y
se convertirá en el símbolo del pecado. No tenemos que forzar la interpretación
para verlo –concluye Gerda Lerner- como la condena de Yahvéh a la sexualidad
femenina, practicada de modo libre y autónomo.
La
segunda condición[4]
es que Eva, la mujer, una vez caída en desgracia por el pecado: parirá sus
hijos con dolor y tendrá que estar subordinada al marido, deberá estar
gobernada por él: "A la mujer le dijo: tantas haré tus fatigas cuantos
sean tus embarazos: con trabajo parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu
apetencia, y él te dominará" (Génesis,
3,16)[5]. Es "la ley del
patriarcado", perfectamente definida aquí
y a la que se otorga la aprobación divina[6]. Se reafirma así el poder
de los hombres sobre las mujeres. Eva -es decir "la mujer en su alianza
con la serpiente, símbolo de la libre sexualidad femenina"- fue la
responsable de "traer el mal y la muerte al mundo". De acuerdo con
esta manera de pensar, es claro que se deba excluir a
las mujeres de la participación
activa en la comunidad de la alianza, y que el símbolo de esa comunidad y de
ese pacto con Dios deberá ser un símbolo masculino. La maldición que cayó sobre
Eva convierte su existencia en un destino doloroso y de subordinación[7].
En
el siguiente versículo, dirigiéndose al hombre, Yahvéh le dice cuál será su
condena, el oneroso trabajo y anunciándole la pérdida de la inmortalidad, la
muerte como su destino último: "Por haber escuchado la voz de tu mujer y
comido del árbol que Yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu
causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida"
(3,17). "[…] Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas
al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás"
(3,19).
Yahvéh
decreta así la división sexual del trabajo, a modo de castigo para ambos, pues
la condena afecta a los culpables en sus actividades esenciales, a la mujer
como madre, al hombre como trabajador: no sólo "el hombre trabajará con el
sudor de su rostro" sino que
hombres y mujeres mortales dependerán de la función redentora, dadora de vida,
de la madre, para la única inmortalidad que podrán experimentar. Adán "trabajará
con fatiga" y Eva, caída en desgracia, "parirá con dolor" y
educará a los hijos, habiendo de asumir con coraje su nuevo papel redentor de
madre. Vale la pena señalar que el castigo impuesto por Dios convierte el
trabajo del hombre en una carga onerosa, pero condena al dolor y al sufrimiento
no sólo el trabajo de las mujeres sino su cuerpo con el que dan vida, haciendo
de ellos una consecuencia natural de la sexualidad femenina[8].
Gerda
Lerner sostiene, finalmente, que el desarrollo del monoteísmo en el Libro del Génesis, supuso un paso enorme de los
seres humanos hacia el pensamiento abstracto y la definición de símbolos con
carácter universal. Es un trágico accidente de la historia, el que este avance
se produjera en una sociedad y
bajo unas circunstancias que reforzaron y
reafirmaron el patriarcado[9]. Así es que el proceso de
creación de símbolos ocurrió de tal modo que marginó a las mujeres. Las
consecuencias de la trasgresión de Adán y Eva caerán, pues, con distinto peso
sobre la mujer y sobre el hombre. El simplismo del relato del Génesis sugiere
una dicotomía entre Adán, creado del polvo, y Eva, creada de una parte del cuerpo del varón,
ambos imbuidos con una sustancia divina gracias a la intervención de Yahvéh.
Para
ella y para sus descendientes (las mujeres), sostiene asimismo Gerda Lerner, el Libro del Génesis representó su definición como criaturas diferentes en
esencia a los hombres; una redefinición de su sexualidad como beneficiosa y
redentora sólo dentro de los límites fijados por el dominio patriarcal; y, por
último, el reconocimiento de estar excluidas "de representar de forma
directa el principio divino". El peso de la narración bíblica parece
decretar que por deseo de Dios las mujeres estarán incluidas en la alianza de
Él, sólo gracias a la mediación de los hombres. Este es el momento histórico en
que muere la diosa madre y se la sustituye por el Dios padre[10].
Hasta
aquí el mito de Eva, la tentadora, que desde su elaboración
patriarcal ha recorrido los siglos sin solución de continuidad y ha presidido,
como arquetipo primigenio, la representación y conceptualización occidental de
la mujer. Sería tarea inacabable llevar a cabo un seguimiento de la presencia
de su figura, de sus innumerables representaciones icónicas[11] y de sus distintas
interpretaciones y significados a lo largo de los siglos posteriores, tanto en
el plano de la teología y de la espiritualidad cristianas como en el marco del
arte, la literatura profana y el pensamiento secular: desde los escolásticos
medievales o los teólogos de la Reforma –Lutero (1483-1546) y Calvino
(1509-1564)- hasta El Paraíso perdido,
de J. Milton (1608-1674), desde la Ilustración hasta el Romanticismo[12].
Representada y percibida, tanto en
la imaginería religiosa y pictórica, como en el inconsciente colectivo
occidental, como madre del género humano caído, como primera responsable del
pecado original, rebelde instigadora de la desobediencia de Adán, causa de la
expulsión del Paraíso (y por lo tanto de la introducción del mal, el trabajo,
el dolor y la muerte en el mundo), sobre ella (esto es: sobre la mujer) ha gravitado la pesada carga
del pecado y de la condenación, de la mancha y de la culpa , que no se ha
matizado ni suavizado tras más de dos milenios de teología androcéntrica y
patriarcal. Y ello, a pesar de San Pablo que en la Epístola a los Romanos (5, 12-21) identificaba y responsabilizaba a
Adán como agente del primer pecado (entendiéndolo como representante de la
humanidad, de toda: varón y mujer incluidos en ella). O de que el Concilio de
Trento (1546-1563), en su decreto sobre el pecado original, hablara asimismo
del pecado de Adán, sin mencionar a Eva (Ds. 1510 y ss.).
Las cosas, no obstante, van
cambiando: actualmente -recuerda García Estébanez- se cita el texto sacerdotal
del Génesis, que habla de la creación
del hombre, como hombre y mujer, como sujeto único, siendo, por tanto, el
sujeto culpable del pecado original esa unidad formada por él y por ella a la
que se llama 'hombre'. El Vaticano II (1962-1965), refiriéndose al pecado
original del primer hombre, entenderá por hombre a la unidad formada por Adán y
Eva, si aludir a ellos por separado (Gaudium
et Spes, 13). Igualmente, Juan Pablo II, en la Mulieris dignitatem (1988)[13], atribuirá el pecado
original a ambos como unidad o sujeto único, distinguiendo sólo los papeles
distintos jugado por una y otro. Como escribe Emilio García
Estébanez:
Esto es una novedad
teológica, que obligaría a ver en el nuevo Adán que es Jesús la contrapartida
del 'hombre' que cometió el pecado, es decir, de la unidad formada por Adán y
Eva. Esto haría del todo impropio contraponer a Eva y María, que sería
confrontar a Jesús y María, pues Jesús no está por Adán sólo, sino por el 'primer
hombre', que incluye a Eva. Decir que Eva es la desobediencia mientras María es
la obediencia, Eva, la soberbia, María, la humildad, etc., no tiene sentido,
porque al decir Eva hay que entender también a Adán. Obligaría, sobre todo, a
no contraponer a Eva y a Adán en la comisión del pecado, pues no existe
dualidad; el pecado es obra de un único agente, el integrado por los dos sexos
sin distinción[14].
Pasará, sin embargo, mucho tiempo
antes de que el estigma milenario que
cayó sobre Eva, la mujer, se extinga o desaparezca, tan
profundo ha sido y es su arraigo en el inconsciente colectivo y en el
imaginario social de la cultura occidental. Precisa y significativamente
recuerda R. Gubern cómo los dos
vectores éticos que configurarían esencialmente a Eva, la mujer primigenia del relato sagrado, - el ser, por una parte, la
gran tentadora del hombre y, por la otra, la culpable de la caída o de la pérdida
de la felicidad- han conservado intacta su vigencia incluso en la sociedad
secular del siglo XXI, en la actual
cultura de masas de nuestra mass-mediática
e informatizada sociedad occidental [15].
Tomás Moreno
[1] El mito hebraico de los orígenes, el mítico jardín del edén, es derivado de
los jardines de Oriente: en él resplandecen todos los fragmentos de un mosaico
antiquísimo, oriental: la luna, la tierra, la vegetación, el fruto del árbol,
la serpiente, típicos de una cultura agraria. La serpiente, que cambia de piel, es la (difundidísima) portadora
mítica y fálica de la inmortalidad adquirida o perdida, y el mito hebraico de
los orígenes es un mito de la inmortalidad perdida, de la institución de la
muerte. El motivo lunar es el más oculto: la costilla, con la que es creada Eva.
En otros mitos semejantes, la costilla o la clavícula simbolizan la luna en
cuarto creciente o menguante; y también en otros mitos la relación entre la
mujer y la luna en cuarto creciente o menguante es alusiva al menstruo.
[2] Según Leonardo Boff este mito "quiere
etiológicamente mostrar que el mal está del lado de la humanidad y no del lado
de Dios, pero articula esa idea de tal forma que traiciona el antifeminismo de
la cultura vigente en aquel tiempo. En el fondo se comprende a la mujer como
sexo débil, por eso ella cayó y sedujo al hombre. De ahí la razón de su
sometimiento histórico, ahora justificado ideológicamente" (Masculino y Femenino, op. cit., p. 73).
[3] Gerda Lerner, op. cit., pp. 290 y ss.
[4] Ibíd, p. 291.
[5] En el mito hebraico se revela la tragedia del destino humano que consuma
una maldición de Dios: para el hombre, los afanosos frutos de la tierra que
producirá para él "espinas y abrojos"; para la mujer, los dolores del
parto y del embarazo "muy aumentados". También forma parte de la maldición
de Eva su relación de dependencia del hombre: sus deseos dependerán de tu
esposo, y él dominará sobre ella. El estatuto metafísico de la mujer "crea"
lo que el clan arcaico y patriarcal de los pastores nómadas ya había
institucionalizado: la dependencia del padre, del hermano, del esposo, a
semejanza de lo que ocurría entre los antiguos pastores nómadas del Próximo
Oriente.
[6] Hemos visto, constata G. Lerner, un desarrollo
anterior, que conduce a una definición parecida, en el código de Hammurabi y en
el artículo 40 de las leyes mesoarias. Ahora la vemos bajo la apariencia de
decreto divino totalmente integrada en una poderosa visión religiosa del mundo.
[7] La trama central de este mosaico, que recuerda una antiquísima magia del árbol (relacionada con el
principio de la domesticación de las plantas), representa el árbol cuyos
frutos, al comerlos, otorgan el conocimiento del bien y del mal y hacen que sea
semejante a los dioses. Un predecesor de este árbol había florecido en
Babilonia: una planta espinosa sobre el fondo del mar, la que tiene por nombre "el
hombre viejo se convierte en joven", la que rejuvenece y confiere la
inmortalidad. Así Gilgamesh, en busca de la inmortalidad, arranca la planta de las rocas del fondo, sale a la
superficie y se encuentra con la serpiente, que le arrebata la planta… Y
Gilgamesh se desespera inútilmente: "¿Por quién se ha exterminado la
sangre de mi corazón?". La muerte ha entrado en el mundo.
[9] Existe, como sostiene Leonardo Boff, una lectura
todavía más radical del Relato Patriarcal, también en consonancia con la lucha
de los géneros: la representada por dos conocidas teólogas feministas, Riane
Eisler (Sacred Pleasure, Sex, Myth and
the Politicics of the Body: New Paths to Power and Love, Harper, San
Francisco, 1995) y Françoise Gange (Les
dieux menteurs, Editions Indigo-Coté Femmes, París, 1997). Según ambas
autoras, el relato actual del pecado original es la relectura patriarcal del
relato original matriarcal. Sería una especie de proceso de culpabilización de
las mujeres en su esfuerzo por arrebatarles el poder y consolidar el dominio
patriarcal. Los ritos y símbolos del matriarcado habrían sido diabolizados y
retroproyectados a sus orígenes bajo la forma de un relato primordial con la
intención de borrar totalmente los trazos del relato femenino anterior (véase:
Leonardo Boff y Rose M. Muraro, Femenino
y Masculino, op. cit. pp. 73-75).
[10] Ibíd., p. 291. Desde el punto de vista psicoanalítico, es obvio lo que
eso significa: la envidia del hombre hacia el “poder” materno femenino. Pero,
en cambio, desde el punto de vista histórico, da a entender una subversión de
culturas que debió sacudir el Oriente antiguo: el vuelco de culturas
matrilineales inspiradas en la religión de la Madre a culturas patriarcales
gobernadas por dioses y antepasados masculinos. Fue durante ese vuelco de
estructuras y valores cuando la gran imagen uterina de la Madre –que asociaba
aún en sí los animales sagrados de la prehistoria, como la serpiente, los
árboles de los primeros cultivos neolíticos (entre los cuales estaban la Planta
de la Inmortalidad y el Árbol de la ciencia del bien y del mal)- saltó en
pedazos, cuando se insertó la última brizna en el nuevo mosaico masculino y,
dando la vuelta al significado, asoció el Mal a la mujer. La Diosa Madre había
engendrado realmente no sólo la vida. A la imagen mítica de la feminidad,
Pandora, Eva, se le adhirieron, en trágica exclusiva, Muerte y Mal. La
cosmogonía masculina de las nuevas estructuras patriarcales utilizó de este
modo briznas del mundo precedente –la Diosa Madre, el Árbol, la Serpiente, y su
fuerza mortal- para insertarlas, mutiladas y saturadas de censura, en un
contexto cultural nuevo y distinto, y sobre Eva o Pandora cayó la peor luz
posible. Esa constelación mítica de feminidad
fatal fue posteriormente adaptada a las particularidades locales de las
estructuras patriarcales en Oriente. Y eso sucedió también en Palestina.
[11] En un abreviado repertorio de obras pictóricas que
han tratado de la figura de Eva, el Pecado original o la expulsión del Paraíso
habría que incluir los nombres de
grandes pintores de todos los tiempos como Bertram de Minden, Ghiberti, Ucello, Van Eyck, Masolino,
Masaccio, Van der Goes, Gossaërt, Durero, El Bosco, Baldung Grien, Lucas
Cranach, Cousin, Tiziano, Miguel Ángel, Tintoretto, Rafael, Bassano, C. Cornelisz van Haarlem, Jean
Cousin, Van der Stockt, Lévy-Dhurmer,
Max Klinger, Edgard Munch, Félicien Rops, O. Mueller, Gustav Klimt, Franz Von
Stuck, T. de Lempicka, M. Millares etc., etc.
[12] Para la significación histórica de Eva y las distintas
interpretaciones históricas de su figura, véanse: Pamela Norris, Eve: A Biography, New York University
Press, 1998 y John A. Phillips, Eve. The
History of an idea, Nueva York, 1984. Para la contraposición entre los dos
grandes arquetipos cristiano-occidentales de la mujer (Eva y María) véanse: H.
Kraus, Eve and Mary. Conflicting Images
of Medieval Woman, op. cit., y Eva Schirner, Eva-Maria: Rollenbilder von Männern für Frauen, Laetare Verlag,
Offenbach, 1988 (que es un análisis crítico de esa antítesis propia de la
Mariología masculina). Sobre la dimensión materno-femenina de Dios, véase: Andrew Greeley,
The Mary Myth: On the Feminity of God,
Seabury, New York, 1977; y Leonardo Boff, El
rostro materno de Dios, San Pablo, Madrid, 1979.
[13]Aunque no signifique todavía un explícito y definitivo cambio de paradigma en la
conceptualización cristiana de la mujer en opinión de las teólogas feministas
más críticas, la Carta Apostólica del
Papa Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem
(del 15-VIII-88), significa un verdadero
hito en la doctrina respecto a la
dignidad de la mujer y a la esencial igualdad entre los sexos. Se aparta
abismalmente de toda esa tradición patriarcal y androcéntrica que hemos ido
hasta aquí relatando. En el apartado Eva-María
llega el Papa polaco a liberar a Eva de la responsabilidad única del pecado
original, ya que “el primer pecado es un pecado del hombre, creado por Dios varón y hembra. Se
trata, en definitiva del primer ajuste de
cuentas expreso de la Iglesia con respecto a una tradición teológíco-moral
y antropológíca absolutamente misógina e injustificada desde el mensaje de igualdad entre mujeres y
hombres de Jesús y desde el espíritu
de su doctrina radicalmente antimisógina y antipatriarcal y de los textos
evangélicos. Algunas feministas, como Maria Antonietta Macciocchi, acogieron
con gran simpatía la Carta del Papa Wojtyla (cf., M. A. Macciocchi, El misterio de la mujer, El País, lunes 3 de octubre de 1988;
véase al respecto: Yves Semen, La
sexualidad según Juan Pablo II, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2005). Cfr.
Hans Küng, La mujer en el cristianismo,
Minima Trotta, Madrid, 2011.
[14] Contra Eva,
Melusina, pp. 75-77, 2008,
[15] Pues, como escribe Gubern, "la Gran Tentadora resurge esplendorosamente
en la publicidad comercial, en la seductora incitación al consumismo del hombre
(sujeto del poder económico) y en el mundo del espectáculo, sobre todo en
géneros como la comedia, la revista musical, el cabaret, etc. Y la Culpable sigue vigente a través de las
expiaciones y de los castigos a la mujer por el melodrama, el folletín, los
seriales y todos los géneros narrativos lacrimosos, y también a través de los
roles laborales y sociales subalternos, inferiores o degradantes que suelen
serle asignados punitivamente en la división sexual del trabajo" (R.
Gubern, Estereotipos femeninos en la
cultura de la imagen contemporánea, op. cit. p. 34).
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