Para la sección dedicada al cine del blog Ancile traemos unas interesantes reflexiones sobre el Film, El exorcista, William Friedkin, bajo el título, El exorcista, o lo atávico en la polifonia posmoderna.
EN LA POLIFONÍA POSMODERNA
Fue en el mismo año que la
tripulación del Apolo XVII asiste al Congreso de los Estados Unidos después del
último alunizaje humano de la Historia -hasta el momento-, o cuando se dita el
lenguaje informático PROLOG. , o se edita el disco, The Dark Side of the Moon, del grupo de Rock progresivo (puntal de
la psicodelia musical) Pink Floyd, o cuando la NASA lanza el Pioner XI, o se
hace la primera llamada de teléfono celular (gracias a Motorola y a su inventor
Martin Cooper), cuando se estrena el film producido por la Warner Bros, con
guión de William Peter Blatty, a la sazón autor de la
novela homónima (y producido por el propio guionista), bajo la dirección de William Friedkin, The Exorcist[1]
(El Exorcista).
Obra maestra del género de
terror trata, en un momento de auténtica efervescencia de las nuevas
tecnologías, descubrimientos científicos
y viajes espaciales, la posesión
diabólica de Regan MacNeil[2] (Linda Blair), y cuyo éxito de
crítica y público invita a una detenida reflexión, habida cuenta tanto de los
momentos singulares en los que se estrena, así como el lugar (meollo donde
habrían de desarrollarse aquellas primicias de la ciencia y la tecnología), y
donde habría de causar especial expectación, los Estados de Unidos, Europa y
los países de reconocida influencia cultural de un occidente, entregados a la invención de una máquina más potente que
él[3]
(ser humano) mismo.
Si
entretenemos unos instantes en recorrer
los momentos más importantes de la década de los setenta, podemos constatar que
no sólo se aspiraba a una sociedad
basada en una idea de perfección y mejora continuas (y de particular asepsia),
sino que esta sociedad empezaba (en palabras de Baudrillard) a ser ya una copia
de lo que realmente era dicha sociedad, y donde la manifestación de una clara y
violenta dinámica amenaza incluso con la desaparición del niño[4],
en tanto que la infancia comenzaba a ser un periodo inexistente del individuo,
en tanto que podía disfrutar de la
instantaneidad de nuevas tecnologías, juguetes,
música, drogas… en el mismo momento que lo desease. No deja de resultar curioso
que en la película que comentamos, unos de los protagonistas sea precisamente
una niña, criatura alienada (poseída por un espíritu diabólico), mas, en el
contexto fuertemente discordante de un argumento y una temática que indaga
acaso en lo más recóndito (atávico) del ser humano y sus más recónditos demonios.
El contraste, como digo, es notable porque en lugar de indagar en el ámbito de
las realidades virtuales (psicodélicas, tan de moda en estos años), o de
imaginarias guerras y otros tipos de simulaciones propias del momento, se
conformase una historia (basada en hechos reales)[5]
que, para colmo, indaga en las simas de lo más oscuro y terrible del ser humano
(eso, sí en una forma de terrorismo[6]
ancestral, cual es la pérdida de la razón y la voluntad en pos de una abisal
posesión de no se sabe qué fuerzas irracionales u ocultas que ponen al ser
humano al borde de la locura y de emociones ancestrales que le conectan nada
menos que con la genuina semilla del mal. El mal, en ese sentido, desplaza
cualquier atisbo de piedad en su concepto, pues trasciende cualquier noción de
idea, de juicio, de reflexión, para instalarse en nuestras vidas inopinadamente
como una pulsión involuntaria e inenarrable.
Es en
verdad altamente sugerente una de las secciones (de arranque) de la película en
donde se muestra (o mejor se sugiere) velada, sutil y muy inquietantemente la
raíz temática del film, a través de la indagación de uno de sus más celebrados
protagonistas, el padre Lankester Merrin
-Max Von Sidon- que ayudará a Damien Carras –Jason Miller- en el exorcismo, nos referimos a los momentos en los
que se visualizan las excavaciones arqueológicas, en Al-Hadar, muy cerca de
Nínive, en Irak, ruinas que no son solo las de una civilización, quizá las de
la humanidad misma, dado a la apresurada huida de su cara menos grata, oculta, soterrada por
los avances sociales, culturales y tecnológicos que, sin embargo, no consiguen evitar el pavor
que nos sobrecoge en cuanto que rascamos un poco el barniz de nuestras
costumbres nuevas y convenciones automatizadas.
Una
película como El Exorcista en el
mundo de la Sobremodernidad[7]
no deja de ser una curiosa, pero muy interesante paradoja[8].
Acaso en el naciente movimiento de globalización (uniformización) tendente a
una informe homogeneización social, responde en singular contraste una visión
introvertida sobre un fenómeno que, aunque se arraiga en la noche de los
tiempos, resulta cuando menos extravagante en una sociedad moderna,
supuestamente desarraigada de supersticiones por mor de la revelación da la
verdad objetiva de una ciencia en plena ebullición que pone la realidad en
clara evidencia. No entendemos, por tanto, este film (y la literatura que le
abarca y la estética de lo siniestro que proyecta[9])
como la reacción antropológica característica ante los fenómenos de
universalización en pos de identidades
locales o gropusculares, sino la
manifestación literaria y
cinematográfica que está enraizada en lo más íntimo
del individuo y que se proyecta irracional o inconscientemente en la práctica
totalidad de las declaraciones culturales –más o menos veladas- de una
civilización: la presencia del mal y su oscuro poder como manifestación suprema
de la violencia. En cualquier caso, sí que responde de manera particular a la
paradoja del mundo contemporáneo que se debate entre lo uniformizado y lo
diverso, en tanto que se ofrece como la otra dimensión que abarca tanto lo
local como lo universal del mal en el
mundo.
Tras
el inquietante hallazgo en las excavaciones del amuleto por parte del padre Merrin (Max Von Sidon), muy
parecido al del demonio Pazuzu, se
proyecta el film hacia el desarrollo argumental del mismo, en el que, por
cierto, se recuerda tuvo que expulsar a un demonio de otra persona poseída
tiempo atrás; mientras, el padre Karras (Jason
Miller), sacerdote de la Georgetown, de Washington D.C. pasa por una
profunda crisis de fe tras la enfermedad terminal -y muerte inevitable- de su
madre; Chris MacNeil (Ellen Burstyn),
comienza a observar cambios extraños en el comportamiento de su hija de doce
años, Regan Linda Blair); así se
sucede la trama narrativa del film en la que la hija de la actriz, Chris MacNeil, comienza a empeorar
gravemente al tiempo que comienzan a sucederse misteriosos e inquietantes
fenómenos paranormales en el domicilio de la familia. Sin solución para la
dramática situación de Regan por vía
de la ciencia convencional médica, se opta por la consulta al psiquiatra y
sacerdote Damien Karras quien,
finalmente, pide permiso para llevar a cabo el exorcismo de la niña, la que
clama por la ayuda del padre Merrin
en las grabaciones (escuchadas invertidamente) en las sesiones que tuvo con
ella[10].
De la
trama argumental del film se ponen en evidencia varias situaciones que son
realmente interesantes, a saber, la insuficiencia del conocimiento científico
para resolver o curar la enfermedad de Regan,
y la búsqueda de una solución en el dominio de la fe –o vía irracional-,
teniendo en cuenta que tanto Damien
Karras como la propia madre de la niña, Chris,
eran escépticos. Esta situación es muy propicia para contrastarla desde una
óptica antropológica teniendo en cuenta el contexto (que ya advertía Marc Augé,
en su trabajo anteriormente anunciado[11])
que, aunque siempre es planetario, estará presente en la conciencia de todos[12].
Los parámetros señalados en forma de movimientos complementarios en la sociedad actual por Augé son, a mi
juicio, idóneos para interpretar la película y esbozar una exégesis social y
antropológica interesante del film.
Veremos
que el paso de la modernidad a la
sobremodernidad[13]
ofrece unos resultados no solo sociológicos, también estéticos, en tanto que en
la literatura y en el caso cinematográfico que
nos ocupa, ofrecen un discurso
peculiar, oscuro, dramático e incluso terrorífico donde se nos muestra que, no
sólo la sociedad posmoderna, con sus avances científicos y tecnológicos, no
satisface, tampoco resuelve los problemas más íntimos y profundos del ser
humano; es así que, el mal, no puede eliminarse sino con la vuelta al
irracional –ctónico- anhelo de ser
con el mundo; el análisis objetivo, forense, no es suficiente ni efectivo para
explicar lo que está vivo y en continuo cambio. El espacio (los lugares y no
lugares)[14]
en los que se desarrolla la trama argumental no son en modo alguno casuales: la
gran ciudad[15]
moderna (Washington) y, al fondo, las civilizaciones primitivas (Nínive[16],
nada menos) y su pensamiento integrador salvaje[17].
Y, por último, la distinción entre lo real y lo virtual[18],
si es deducible del argumento y desarrollo del film en cuestión.
El
tiempo moderno, como acumulación positiva es puesto no sólo en franca contradicción,
sino en duda casi manifiesta, no solo (por aquel desencanto apuntado por Max
Weber en relación a la modernidad), también porque se pone en cuestión también
la relegación del mito, del entendimiento sagrado y el rechazo de sus
representaciones y símbolos que, diríanse formar parte inseparable del
inconsciente colectivo[19]
de la humanidad. Desde luego no estamos ante el caso del surgimiento de un
nuevo mito (utópico)[20]
sino al contrario, en una evidente distopía, abraza el guión (y la novela en
que está basado) el más viejo y ancestral de los mitos cual es el demoníaco ctónico, símbolo de los poderes tanáticos, del instinto de muerte bajo aspectos
diversos[21],
o también representado como el arcano decimoquinto del Tarot (Baphomet de los templarios), macho
cabrío en la cabeza y las patas, mujer en los senos y brazos, que persigue la
regresión o el estancamiento… y que se relaciona con el instinto, el deseo, las
artes mágicas, el desorden y la perversión[22].
Si
parece que llegamos al fin de los grandes relatos (Lyotard), la aldea global queda situada de manera particular en este
film de El Exorcista: lo que se pone
en evidencia de la
globalidad no es tanto la red económica, idiomática y
tecnológica, sino el lado atávico, oscuro y abisal que el mal representa en el
devenir de los tiempos. El fin de la
historia (del que hablaba Fukuyama)
es claro, pero no tanto porque las ideas no tienen influencia en un mundo
globalizado –enajenado-, sino porque es la historia de lo oculto inconfesable
que el mal conlleva lo que acaba por consumirla. Se pone énfasis en los límites
de las teorías de la uniformación, pero al tiempo nos expone la naturaleza
común del mal en la humanidad.
Como
advertía Marc Augé[23]
en relación a aspectos socio antropológicos, películas como esta sobre la que
reflexionamos, ponen sobre la mesa la realidad del hecho excesivo de la
modernidad y su influencia[24], acaso
en este film se hace referencia
específica al lugar en el que se expone claramente cómo las relaciones entre
los humanos no dependen enteramente del saber y de la ciencia[25].
El lugar donde acontece la trama es (al margen de la ciudad donde se
representa) sin duda el más antiguo y ancestral, el de la mente humana con sus
temores, instintos y perversiones y el de la culpa y el terror de no poder
controlar el mal que nos embarga o que nos rodea en muy diferentes circunstancias.
Estamos,
en fin, ante la imagen singular que hace incierta la distinción entre lo real y
lo imaginario, pero no es la imagen del simulacro que intenta hacer de la
ficción la realidad (recordamos que la película y la novela están basados en
hechos de una posesión y exorcismo reales), sino que expone una verdad muy
cierta (y es la que resulta, inconscientemente, escalofriante para el lector o
espectador de la novela o el film), y no porque no quede sitio para la
imaginación, como temía Augé, sino
porque la realidad (del mal) siempre supera cualquier ficción.
Jorge F. Acuyo
Peregrina
[1]
Obtuvo diez nominaciones a los Premios Oscar (obtuvo dos), siete nominaciones
para los Premios Globos de Oro (ganó cuatro, entre los que se incluía la mejor
película dramática y el Premio Saturn a la mejor película de terror
[2]
Blatty basa su novela en un hecho sucedido en 1949 del que vino a informar The Washington Post y del que se hablaba
de la posesión real, en este caso, de un niño de catorce años que, debido a las
graves alteraciones de personalidad, fue sometido al proceso de varios
exorcismos.
[3]
Baudrillard, J.: Pantalla total, Edt.
Anagrama, Barcelona, 2000, p.186.
[4]
Baudrillard, J.: Pantalla total, p.
120.
[5]
Recuérdese lo apuntado anteriormente sobre la investigación que llevó a cabo el
autor de la novela y del guión de la película sobre un hecho real de exorcismo.
[6]
No en el sentido (no en el sentido del que persigue unos propósitos políticos o
ideológicos), incluso un terror que va un paso más allá del que proclama el
propio Baudillard, que rompe con la realidad que el mundo vive, sino
encarándolo con la peor de sus pesadillas: lo más sombrío de sí mismo y de lo
desconocido que lo conecta con la más profunda iniquidad de la conciencia.
[7]
Término muy a propósito utilizado por Marc Augé en su trabajo la Sobremodernidad.
Del mundo hoy al mundo de mañana.
[8]
Que persiste aún en nuestros días en forma de una estética (de lo siniestro)
que parece seguir extendiéndose en formas muy diversas de expresión artística e
incluso en una forma de cultura que
pretende interpretar el mundo.
[9]
A. F.: Halloween, Víspera de los santos,
Noche de Brujas,… De lo bello en lo sinestro, Sección de Pensamiento del
blog Ancile,: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2014/11/halloween-vispera-de-los-santos-noche.htm
[10] Posteriormente, en el ejercicio de exorcismo,
encuentran la muerte los dos padres (uno, Merrin, por su ya precario estado de
salud, debido a su enfermedad coronaria, fallece durante el exorcismo, el otro
(Karras), en un acto de desesperación reta al demonio a que entre en él y deje
a Regan, cosa que sucede y, Demian, se suicida arrojándose por la ventana.
[11] La
Sobremodernidad. Del mundo de hoy al mundo de mañana.
[12] Ibidem,
p. 2.
[13] Ibidem,
p.3.
[14] Ibidem.
[15]
No deja de resultar
curioso que la ciudad, simbólicamente representativas de imagen (o centros)
espirituales de orden celestial (Chevalier, j.: Gheerbrant, A.: Diccionario de los símbolos, Herder,
Barcelona, 1988, p. 309), es el no lugar donde tiene lugar la aparición del
opuesto celestial o lo demoniaco, además de ser símbolo maternal y de
protección que acaba por violado por la aparición del mal, además en la sede
inocente de una niña. La representación de la ciudad santa por naturaleza,
Jerusalén, acaba por convertirse en el
símbolo invertido de la ciudad, la anticiudad, la madre corrupta y corruptora
que en lugar de traer vida trae la muerte y las maldiciones, ob.cit. p.311.
[16] Ciudad
central en las rutas del Mediterráneo y el índico y que, por tanto, une
occidente y oriente y que fue mencionada por vez primera allá por el año 1800
a. C.
[17]
Levi-Strauss,Cl.: El pensamiento salvaje,
Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
[18] La Sobremodernidad. Del mundo hoy al mundo
de mañana, p. 3.
[19] Jung,
C.: El inconsciente colectivo
[20] Como el que anuncia Vicent
Descombes en, Philosophie par gros temps.
[21] Cirlot, J. E.: Diccionario de símbolos, Siruela, 1997,
p.169,
[22] Ibidem: p. 173.
[23] La Sobremodernidad. Del mundo de hoy al
mundo de mañana, p. 9
[24]
Corolario de esto sería la sobreabundancia de
información a la que está sometido el individuo.
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