Abundando sobre el discurso de Etienne de la Boétie, para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos un nuevo post del profesor Tomás Moreno que lleva por título: El discurso de la servidumbre voluntaria de Étienne de la Boiétie, análisis del contenido.
EL DISCURSO
DE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA
DE ÉTIENNE DE LA BOÉTIE
ANÁLISIS DEL CONTENIDO
Lo
que fundamentalmente preocupa a La
Boétie no es que unos Estados, Reinos o Principados estén mejor o peor
gobernados que otros, sino el hecho mismo de que unos hombres manden y otros
obedezcan, de que unos hombres sean gobernados por otros, es decir: le preocupa
el hecho mismo de la existencia del Poder político, el hecho bruto del Poder: “De momento”, escribe,
“quisiera tan solo entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas
ciudades, tantas naciones soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de
más poder que el que se le otorga” (DSV, p. 52).
Cuando La Boétie habla del “Uno” o dice
“tirano” no se refiere solamente al rey, príncipe o político déspota que
gobierna sin la aceptación o consentimiento de sus gobernados[1],
se refiere a cualquier gobernante que ejerza el poder, a “cualquier forma de
gobierno”:
“Hay tres clases de tiranos: unos poseen el reino
gracias al voto popular, otros a la fuerza de las armas y los demás al derecho
de sucesión […] Aquel que detenta el poder gracias al voto popular debería ser,
a mi entender, más soportable y lo sería, creo, de no ser porque, a partir del
momento en que se asume el poder, situándose por encima de todos los demás,
halagado por lo que se da en llamar grandeza, toma la firme resolución de no
abandonarlo jamás. Acostumbra a considerar el poder que le ha sido confiado por
el pueblo como un bien que debe transmitir a sus hijos. Ahora bien, a partir
del momento en que él y sus hijos conciben esta idea funesta, es extraño
comprobar cómo superan en vicios y crueldades a los demás tiranos. No ven mejor
manera de consolidar su nueva tiranía sino incrementando la servidumbre y
haciendo desaparecer las ideas de libertad con tal violencia que por más que el
recuerdo sea reciente, pronto se desvanece por completo la memoria. Así pues, a
decir verdad, veo claramente que hay entre ellos (entre los diversos tipos de
tirano) alguna diferencia, pero no veo elección posible entre ellos, pues, si
bien llegan la trono por caminos distintos, su manera de reinar es siempre
aproximadamente la misma” (DSV, pp. 65-66).
En cuanto a la pregunta sobre el origen o causa de la obediencia al
poder, de la servidumbre voluntaria, La
Boétie va a rechazar las explicaciones habituales según las cuales es el tirano
el que impone su tiranía mediante la fuerza o la astucia, las armas o el engaño.
Tampoco se impone porque sea el más sabio, justo o valiente. Rechaza tanto la
concepción moreana del jefe sabio como la maquiavélica del príncipe virtuoso.
La servidumbre no les viene impuesta a los hombres por la supremacía militar,
intelectual o moral del tirano, sino que los hombres la eligen de forma
voluntaria, la consienten deliberadamente. Ningún tirano, por muy poderosos que
sea, por muy astuto o sabio que fuere, podría imponer su voluntad a cientos, a
miles, a millones de hombres si éstos no consintieran en someterse:
“Son pues, los propios pueblos los que se dejan, o
mejor dicho, se hacen encadenar, ya que con sólo dar de servir, romperían sus
cadenas. Es el pueblo el que se somete y se degüella a sí mismo; el que
teniendo la posibilidad de elegir entre ser siervo o libre, rechaza la libertad
y elige el yugo; el que consiente su mal o peor aún, lo persigue” (DSV, p. 57).
Es decir, para La Boetie son los
hombres los que desprecian su propia libertad, porque si la desearan la
tendrían. Baste querer la libertad, basta dejar de servir, para que el poder
del tirano se desmorone por sí solo, sin necesidad de derribarlo:
“Decidíos, pues,
a dejar de servir y seréis libres. No pretendo que os enfrentéis a él, o que lo
tambaleéis, sino simplemente que dejéis de sostenerlo. Entonces veréis cómo,
cual un gran coloso privado de la base quelo sostiene, se desplomará y se
romperá por sí solo” (DSV, pp. 60-61 ).
El objetivo que Étienne de La Boétie
persigue a lo largo de todo su “Discurso”
no es otro que el de llegar a descubrir “cómo se arraiga” en los hombres esa
particular voluntad de servir que
podría dejarnos suponer que, en efecto, el amor a la libertad no es un hecho
natural. Ante tan desgraciada hipótesis nuestro joven pensador alega con
contundencia los siguientes argumentos:
“Pero si hay algo claro y evidente para todos, si algo
hay que nadie podrá negar, es que la naturaleza, ministro de Dios, bienhechora
de la humanidad, nos ha conformado a todos por igual y nos ha sacado de un
mismo molde para que nos reconozcamos como compañeros, o, mejor dicho, como
hermanos. Y si, en el reparto que nos hizo de sus dones, prodigó alguna ventaja
corporal o espiritual a unos más que a otros, jamás pudo querer ponernos en
este mundo como en un campo acotado y no ha enviado aquí a los más fuertes ni a
los más débiles. Debemos creer más bien que al hacer el reparto, a unos más, a
otros menos, quería hacer brotar en los hombres el afecto fraternal y ponerlos
en situación de practicarlo […]. Así pues, ya que esta buena madre nos ha dado
a todos toda la tierra por morada […]; si nos ha dado a todos ese gran don que
son la voz y la palabra para que nos relacionemos y confraternicemos y el
intercambio de nuestros pensamientos, nos lleva a compartir ideas y deseos; si
ha procurado por todos los medios conformar y estrechar el nudo de nuestra
alianza y los lazos de nuestra sociedad […], ¿cómo podríamos dudar de que somos todos naturalmente libres, puesto que
somos todos compañeros? Y ¿podría
caber en la mente de nadie que, al darnos a todos
la misma compañía la naturaleza haya querido que algunos fueran esclavos?” (DSV, pp. 62-63). (Continuará).
TOMÁS MORENO
[1]
La figura del tirano despótico y
antidemocrático (de izquierdas o de derechas)
ha sido tratada en la novela española e hispanoamericana con cierta
profusión desde don Ramón María del Valle Inclán (El Tirano Banderas) o Francisco Ayala (Muertes de perro y El fondo
del vaso) hasta Augusto Roa Bastos (Yo,
el Supremo), Miguel Ángel Asturias (Señor
Presidente), Gabriel García Márquez (El
otoño del patriarca) o Mario Vargas Llosa (La fiesta del chivo), por citar solamente las más representativas
del género. Sería interesante estudiar las semejanzas y diferencias que
presenta la figura del tirano tal y como aparece descrita y
analizada en la literatura de los clásicos políticos –desde Jenofonte o Aristóteles
a Maquiavelo o Montesquieu- y en la narrativa literaria occidental.
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