Muy interesante reflexión esta que ofrecemos en esta ocasión nueva, la cual que abunda sobre el moderno proyecto tecnocientífico que culmina en la actualidad, sobre el que reflexiona nuestro querido y avisado colaborador, el profesor Tomás Moreno, para esta sección de Ancile denominada microensayos, la cual mantiene ya una viva atención por abundantes seguidores de esta iniciativa nuestra. Abre, digo, con este título el primero de una serie que se irá completando a lo largo de las próximas semanas. Muy recomendables todos. Procuren no perdérselos.
Científicos del proyecto Manhattan |
DE LAS UTOPÍAS TECNOLOGÍCAS A LAS DISTOPÍAS
Tanto el Proyecto Manhattan como el Proyecto Genoma Humano, a los que hemos aludido en el anterior microensayo, no son sino las penúltimas manifestaciones y concreciones del denominado Proyecto moderno (tecnocientífico), que personifica y protagoniza en los albores de la modernidad el gran pensador inglés Francis Bacon, tanto epistemológicamente (Novum Organum scientiarum) como fictivamente (The New Atlantis). Este microensayo es el primero de la serie que vamos a dedicar a analizar los inicios, objetivos, realizaciones y derivaciones históricas de ese prometeico, asombroso y también inquietante Proyecto.
I. La Nueva Atlántida de Francis Bacon
Francis Bacon |
Como Thomas More, Francis Bacon (1561-1626), Barón de Verulamio, compartió su vida entre el estudio y el desempeño de cargos públicos, porque sentía de manera apasionada e irresistible la ambición del poder[1]. Pero no es éste, obviamente, el aspecto que aquí nos interesa de su personalidad. Lo que nos hace sugestivas tanto su figura como su doctrina es el hecho de que con él nos introducimos en los umbrales mismos de la modernidad científica. Según Karl Popper, Bacon fue el primer filósofo que “propagó la idea de una ciencia experimental” [2] y, en consecuencia, puede considerársele el filósofo de la Revolución Industrial, como lo definiera Benjamín Farrington[3]. Pionero de la tecnología, de la ciencia aplicada, y prototipo de la mentalidad que habría de conducir al empirismo y al positivismo, tuvo un concepto pragmático y utilitarista del conocimiento. La ciencia por él propugnada (más que propiamente cultivada) habría de dar al hombre, con el tiempo, el dominio de la tierra.
Contemporáneo de los grandes hermetistas ingleses del Renacimiento, como Fludd o Dee, recoge en su obra algunos aspectos de esa tradición intelectual renacentista, como demostrara Paolo Rossi[4]. Su figura, por ello, se ha utilizado actualmente para encarnar, además de la esperanza profética de la utopía tecno-hermética americana, el comienzo oficial del tecno-hermetismo en la ciencia y en la filosofía de la ciencia actuales[5].
Continuador del filósofo medieval Roger Bacon (del siglo XIII), introductor del método empirista, de la inducción científica y de la “teoría de los idola”, su proyecto epistémico-metodológico y filosófico, junto con el de Descartes, representa el pórtico de nuestra cosmovisión filosófico-científica occidental[6], que alcanzará -en el plano estrictamente científico- con Isaac Newton su más plena consolidación. Entre sus numerosas obras destacan: el Novum Organum scientiarum, de 1620, contra la lógica aristotélica; De dignitate et augmentis scietiarum, de 1623, en la que ya se perfila la idea de progreso y The New Atlantis, de 1627, que supone, en el contexto de su obra, la ilustración o ejemplificación de su vasto programa científico-filosófico. Con ella se inaugura la tradición de las utopías científico-técnicas: un Estado ideal que estaría consagrado a la investigación científica y a la conquista de la naturaleza por el hombre.
Karl Popper |
Su proyecto de renovación de la ciencia de su tiempo fue bautizado con el nombre de Instauratio Magna, con la que quería operar una reforma general de las ciencias y sustituir la lógica aristotélica por una nueva lógica (Novum Organum) que sistematizase métodos y resultados. El plan de su proyecto restaurador pretendía examinar el estado actual de las ciencias, sus lagunas y conclusiones y, sobre todo, constituir una lógica nueva, elevándose de la investigación de los hechos a la búsqueda de las leyes, para descender enseguida a las reglas prácticas de acción sobre la naturaleza.
A él pertenece la famosa analogía tipológica de los filósofos, según la cual los filósofos experimentadores serían como las hormigas que solamente recogen sus materiales y los van acumulando; los filósofos razonadores, serían como las arañas, que todo lo extraen de su propia sustancia y así van tejiendo sus telas; los verdaderos filósofos serían como las abejas, que recogen materiales de afuera pero los transforman mediante un poder propio, interno[7]. Suya es también la distinción de dos tipos de científicos: los lucíferos, aplicados al conocimiento teórico (ciencias) y los fructíferos interesados en la ciencia aplicada (artes).
El lema que preside su búsqueda de la investigación -“Natura non vincit nisi parendo”- trata de indicarnos que igual que el técnico, el pensador y el científico deben subordinarse y obedecer a las exigencias de la realidad con que se las tiene que haber. “En la actualidad podemos decir con razón plus ultra allí donde los Antiguos decían non plus ultra”: esta frase de su De dignitate et augmentis scientiarum (1623) puede servir para caracterizar su talante optimista y visionario.
Pero la importancia de Bacon en el orden tecno-científico, que es el que aquí nos interesa, se debe especialmente a su obra The New Atlantis (La Nueva Atlántida) [8], utopía inacabada, publicada en 1627. Pese al carácter fragmentario de la obra, que deja algo incompleta la visión de la feliz isla de Bensalem, situada por Bacon en el norte del Océano Pacífico, en ella se nos muestra lo esencial de su visión utópica: la descripción de una forma de vida y sociedad en las que la ciencia natural y experimental es el valor supremo y que ha de ser promovida programáticamente por el Estado (Bacon vincula esta isla con la Atlántida de Platón y con el tópico de las grandes civilizaciones desaparecidas).
Uno de los aviones portadores de la bomba atómica |
La obra se inicia con el relato de un naufragio y la descripción de la arribada de unos cincuenta náufragos europeos a una alejada isla del Océano Pacífico: Bensalem. Tras la peripecia del desembarco, los náufragos son alojados en la casa de los extranjeros, en la que permanecen tres días confinados. Allí son visitados por el Gobernador de la casa. A continuación éste les irá informando sobre los antecedentes religiosos de la isla en la que se profesa, de manera milagrosa, el cristianismo y en la que se habla hebreo, griego, latín y español. Veinte años después de la Ascensión del Señor, no relata el narrador, el apóstol Bartolomé arrojó sobre las aguas del mar un arca de cedro en la que se alojaba una carta, portadora de la salvación y la paz cristianas, destinada al pueblo al que llegara.
La peculiar legislación de la isla, de carácter casi exclusivamente científico, y la institución rectora de la misma, la Casa de Salomón, es el tercer aspecto a destacar en Bensalem. Sobre la organización social, económica y política de Bensalem, se nos proporciona muy escasas noticias. La isla es una monarquía gobernada por una institución científica central. En ella se garantiza la propiedad privada y se mantienen las clases sociales en una rígida jerarquización. Por decisión del rey sabio Salomón viven desde hace 2000 años aislados del mundo. Tras unas prolijas informaciones sobre la organización de la familia y del matrimonio y sobre los festejos sociales de la isla, la inconclusa obra se cierra con una especie de manifiesto programático sobre los fines, métodos y realizaciones científicas de la Casa de Salomón.
The New Atlantis proponía, en efecto, como eje del progreso social y de la felicidad humana el cultivo de las ciencias aplicadas y las artes mecánicas. En Bensalem el verdadero poder -con independencia de que fuera formalmente una monarquía constitucional semejante a las de su tiempo- estaba en manos de una Fundación o Institución científica, la Casa de Salomón: una especie de institución o consejo superior de investigaciones científicas (de NASA, de Gran Laboratorio de I+D o de Academia de Ciencias y Técnicas) que serviría de modelo tanto al Colegio de Filosofía (1645), de Samuel Hartlib y del sabio checo Comenius, como a la Royal Society de Londres (1662), institución que habría de ser tan importante en la Ilustración inglesa y europea, y que será dirigida en su momento por Newton.
Sus artífices Sprat, Boyle y Glanville declararon que con ella se limitaban a poner en práctica las ideas de Bacon y su Casa de Salomón. Diderot reconocerá en el prólogo de la Enciclopedia su deuda con Bacon. Se ha hecho notar que la descripción que aparece en la New Atlantis de la Casa de Salomón y en particular la del vestido de los sabios y su esoterismo científico, atestiguan la influencia de una secta secreta: la de los Rosa-Cruz. Según W. F. C. Kingston (Bacon, Shakespeare and the Rosicrucians, Londres, 1888) este libro sería como la historia de la sociedad secreta de los Rosa-Cruz de la que Bacon sería el jefe, y constituiría un eslabón de enlace entre el hermetismo y las sociedades filosóficas con la masonería corporativa, del que se encuentra en la New Atlantis un gran número de símbolos, empleados por las corporaciones de la construcción antes del siglo XVIII[9].
Entre sus fines, además del “estudio de las obras y criaturas de Dios”, destaca sobre todo “el conocimiento de las causas y secretas mociones (movimientos internos) de las cosas y el engrandecimiento de los límites de la mente humana para la realización de todas las cosas posibles”. Traducido a un lenguaje moderno, el objetivo último del Proyecto Baconiano consistirá en la explotación y dominio de la naturaleza a través del conocimiento técnico-científico, en aras del bienestar material humano[10].
En los laboratorios de esa Tecnocracia bensalemiana se practicaba un activo espionaje industrial y científico con sus países vecinos; cada doce años enviaban expediciones clandestinas de científicos para apropiarse de sus inventos o descubrimientos. Gracias a la tecnología no sólo se aseguraba el bienestar de los ciudadanos sino también la producción de bienes suntuarios jamás soñados, de asombrosos inventos técnicos y aún de sofisticadas armas, con fines poco humanitarios o ejemplarizantes desde el punto de vista moral. Contra los filósofos griegos, que buscaban en el conocimiento una mera satisfacción especulativa, Bacon sostuvo que su finalidad pasaba por aumentar la felicidad humana. Nadie antes que él había advertido con tanta claridad el impacto social de las nuevas tecnologías. Nadie formuló con tanta nitidez el denominado Proyecto moderno, que aun inspira el desarrollo de nuestra civilización científico-técnica, como mostraremos en el próximo microensayo.
Tomás Moreno
[1] Nacido en Londres, su padre había sido guardasellos durante los veinte primeros años del reinado de Isabel, estudió en el Trinity College de Cambridge, y fue luego agregado de embajada en París. Se dedicó a la abogacía y a la política. Elegido diputado en 1595, pasó por momentos comprometidos al ser detenido y ejecutado el conde de Essex, su antiguo protector, autor de una conjura contra Isabel, pero supo conservar el favor real, al intervenir contra el conde en calidad de abogado de la Corona. Bajo Jacobo I, fue nombrado sucesivamente para varios cargos y, finalmente, en 1618, canciller de Inglaterra. Pero acusado de venalidad y falta de probidad por el Parlamento fue destituido y encarcelado en 1621, y si bien Jacobo le sacó de prisión a los pocos días, pasó los últimos años de su vida en la pobreza. Es un hecho que su propensión al lujo le ocasionó constantes apuros económicos. Sobre su enigmática y atractiva figura se han forjado las más divertidas leyendas e hipótesis no confirmadas o probadas (que era hijo de la reina Isabel; hermano de Essex; autor de las obras comúnmente atribuidas a Shakespeare; que perteneció a la secta de los Rosacruces etc.).
[3] B. Farrington, Francis Bacon. Filósofo de la Revolución Industrial, editorial Ayuso, Madrid, 1971.
[4] Bacon, Alianza, 1986. Véase también de Paolo Rossi: Los filósofos y las máquinas (1400-1700), nueva colección labor, Barcelona, 1966.
[6] Descartes es, en efecto, el segundo gran responsable de la cosmovisión mecanicista-determinista-materialista de la naturaleza. Reducida a máquina y a res extensa (materia) en la naturaleza no hay vida, ni espiritualidad, ni metas, ni finalidad alguna. Es una máquina perfecta regida por leyes matemáticas exactas. Esta imagen in-orgánica, des-animada de la naturaleza y del universo material proporcionó la justificación “ética” y la legitimación “científica” para la manipulación y explotación de los recursos naturales, que se convirtió durante los últimos siglos en una constante incuestionable de la ciencia occidental. Descartes compartía, en consecuencia, la doctrina baconiana, expuesta diecisiete años antes, de que la meta de la ciencia era dominar y controlar la naturaleza, y de que con el método adecuado nuestro conocimiento podría “descubrir los secretos de la naturaleza” y “convertirnos en los amos y dueños” de la misma. (Cfr. Discurso del método, 1ª y 6ª partes, Alianza Editorial, Madrid 1979).
[7] Paolo Rossi recoge en Las arañas y las hormigas. Una apología de la historia de la ciencia (Editorial Crítica, Barcelona, 1990), esta metáfora baconiana para referirse a una clasificación más actual: la que existe entre filósofos de la ciencia e historiadores de la ciencia. Unos y otros tienden, en su opinión, a ignorarse mutuamente y a investigar en mundos distantes. Los epistemólogos son las arañas, ocupados en crear modelos cognitivos atemporales, ciegos al cambio y a la diversidad histórica. Las hormigas son los maníacos de la erudición y el dato, de mente cerrada a la especulación teórica. Su apuesta metodológica se decide, como la de Bacon, por un enfoque “histórico” que logre la “santa unión” entre arañas y hormigas.
[8] Francisco Bacon, Nueva Atlántida, traducción del inglés, introducción y notas de Emilio G. Estébanez, Mondadori/Bolsillo, Madrid, 1988. Las ediciones clásicas de The New Atlantis son las de Rawley, Londres, 1627-1657 y la de Works, ed. de R. L. Ellis, J. Spedding y D. Heath, Londres, 1857-1874.
[10] Para una apreciación más matizada del proyecto baconiano originario véase Lothar Schäfer, El proyecto de Bacon. Del conocimiento, uso y cuidado de la Naturaleza (Das Bacon-Projekt. Von der Erkenntnis, Nuttzung und Schonung der Natur, Suhrkamp, Francfort,1999), en donde se reivindica en parte su legado, liberándolo de cualquier interpretación crasamente depredatoria de la realidad natural. Sostiene su autor que tal proyecto -más allá de sus posibles efectos destructivos - es también un proyecto emancipatorio de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario