lunes, 5 de noviembre de 2012

NATURALEZA E HISTORIA EN VICENTE ALEIXANDRE, POR EL PROFESOR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA


Presentamos este post en la sección de la revista Jizo de Humanidades sobre Vicente Aleixandre en un trabajo del profesor Miguel Ángel García, publicado en el número 2-3 de dicha revista bajo el título de Naturaleza e historia en Vicente Aleixandre. Lo reproducimos íntegro para su me jor difusión en las páginas de Ancile para todos los interesados.



Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García


NATURALEZA E HISTORIA EN VICENTE ALEIXANDRE



Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García



NOs encontramos a finales de los años 20: Vicente Aleixandre escribe su libro de poemas en prosa Pasión de la tierra, que no verá la luz hasta 1935; un texto oscuro, muy próximo en el fondo a la poética de los surrealistas, pero que debe considerarse la particular bajada del poeta a los infiernos. Su valor consiste en quebrar la cristalografía diáfana de Ámbito (1928) para abrir, con un golpe de angustia, la vía del particular romanticismo aleixandrino. Desde entonces el acento no recae en las formas sino en la vida, sea la vida cósmica de Espadas como labios (1932) y La destrucción o el amor (1935), sea la vida contextualizada históricamente y vivida día tras día de Historia del corazón (1954). En zona intermedia Sombra del paraíso (1944) no es ni más ni menos que la elegía de la unidad cósmica, que ha dejado de celebrarse como presente suficiente para ser contemplada como pretérito imperfecto, porque todavía proyecta su reflejo, su sombra, sobre la actualidad de la postguerra. Por decirlo con otras palabras, y por servirnos de la conocida distinción de Schiller, Aleixandre no es ya un poeta ingenuo, que hinca su voz en una Naturaleza con mayúscula sentida como Todo, sino un poeta sentimental, cuya actividad ya sólo puede consistir en recrear o representar idealmente la unidad perdida.
Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García
Papel básico en todo este proceso le cabe a Mundo a solas, el libro escrito entre 1934 y 1936, aunque no publicado hasta 1950. En La destrucción o el amor el fluido erótico que traspasa todas las formas (como Anima Mundi) hace del universo una armonía rodante; así en el poema «A ti, viva», en el que después de un beso se siente rodar ligero el mundo bajo los pies. Pero con Mundo a solas se han aflojado los lazos de la armonía cósmica, de la danza planetaria; el sol, lugar máximo de focalización del alma del mundo, ya no ciega, ya no cruje invisible en los aires mientras las fieras se aman o se destruyen haciendo presente la unidad del Ser. El sol ha sido sustituido por el palor de la luna, que representa lo duro, el hueso, no la carne sino lo que no ama. El propio Aleixandre se ocupa de hacerlo explícito: al reflexionar acerca de la concepción del amor en el Romanticismo y en la poesía moderna sostiene, en el discurso de su ingreso en la Real Academia, que la Naturaleza se ha hecho a partir de entonces eróticamente sustantiva, que el amor se convierte en espíritu difuso y vivificador de todas las formas de la común vida general, de manera que todo (el cielo, la tierra, la fauna, los astros y la música de sus órbitas) es el sujeto de las fuerzas eróticas en ebullición. Sin embargo, en Mundo a solas el sol ya no es el ojo victorioso del cosmos y se asiste a la destrucción sin amor, o sea, a la muerte como tal muerte, vista en sus facetas más escabrosas y nunca ardorosamente, vista como hueco y podredumbre, nunca con exaltación. No hay simpatía cósmica; la tierra rueda a solas, oscuramente, desligada del concierto universal. No existe el hombre, como se repite constantemente a lo largo del libro. No existe el hombre porque ha salido despedido del mundo unitario que antes lo llevaba en su seno. La cita de Quevedo con la que se abre el libro no deja lugar a dudas: «Yace la vida envuelta en alto olvido».

No es que Aleixandre haya colocado ahora en un segundo plano la vida, ese factor básico de su poesía, sino que ha llevado al extremo el voluntarismo negativista, de base romántica, que ya funcionaba en La destrucción o el amor; allí también la luna era un símbolo cuajado y frío que podía transformar el temblor de los cuerpos en cristal. Ocurre que el amor (la infraestructura ideológica del anterior vitalismo cósmico) ha dejado simplemente de prestar sentido. En este punto podría aplicarse con buenos resultados la famosa máxima del Heidegger de Ser y tiempo, «la esencia del Dasein reside en su existencia», la existencia precede a la esencia. Lo que quiere decir que sobre Aleixandre ya estarían pesando los nacientes existencialismos. Todo indica, en efecto, que Aleixandre ha caído en la arena de la Historia, que la plenitud del Ser (la crítica ha señalado una serie de paralelismos entre la cosmovisión poética de La destrucción o el amor y la filosofía presocrática) ha dejado de ser percibida y lo que se experimenta ahora más bien es su pérdida.

Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García
La crisis de sentido a la que obedece Mundo a solas no logra ser corregida por Sombra del paraíso. Mal momento para corregir nada, sobre todo si se piensa que este libro comienza a ser escrito nada más acabarse la guerra civil. Entonces sí que la Historia es sentida como un mal, como una atalaya derruida desde la que se escucha ya muy dudosamente la voz de la Naturaleza unitaria. No se trata de entrar a discutir sobre la adecuación política o no del discurso poético aleixandrino a las circunstancias, como muchos críticos han hecho al compararlo con el discurso iracundo de Dámaso Alonso por esas mismas fechas. Aquello que nos dicta la lógica interna de este texto es que la voz sagrada de la Naturaleza únicamente puede seguir hablando como Origen, como paraíso perdido siempre observado desde las sombras del momento actual. Un paraíso que se identifica inmediatamente con la aurora del mundo, y a la vez con la aurora de la propia vida personal, con la infancia (y de ahí la serie magnífica de poemas dedicada a la Málaga de la niñez). Teniendo en cuenta además que Aleixandre mira a Málaga como Hölderlin o Cernuda vuelven sus ojos a la Grecia antigua: la fascinación por el Ser perdido que es la fascinación por el sur. Se salta del presente de la vida cósmica en La destrucción o el amor a su elegía en Sombra del paraíso, al reconocimiento doloroso de que la Historia real está ahí (aunque sea para negarla, recreando el mito romántico del Único indiviso). El reconocimiento es doloroso porque al final del libro se afirma que no bastan ni el mar, ni los bosques, ni el amor, ni el mundo. No es que a estas alturas Aleixandre dé fin a su primera «cosmovisión» basada en la Naturaleza para inaugurar una segunda cosmovisión basada en la Historia, según la exégesis de Bousoño. No exactamente. Pues, parece claro, Aleixandre no «evoluciona» de la Naturaleza a la Historia, su ingreso en las coordenadas de la llamada poesía realista o social de postguerra no es resultado del crecimiento natural (como el de un ser vivo) de su obra; antes bien es fruto de un intento de ruptura, quizá la única de verdad violenta que hubo en toda su producción, con los paradigmas poéticos en los que se había venido moviendo.

Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García
Nos equivocaríamos si pensáramos que la ruptura es total. Más bien asistimos a la inversión de las poéticas puras que alcanzan su cima en 1927, al desplazamiento de la forma por el contenido. Basta pensar en la insistencia del Aleixandre de los años 40 y 50 por abolir cualquier signo de esteticismo, en su divisa de la poesía como comunicación y en su condena de la inmoralidad de las torres de marfil (por no hablar de su encontronazo, a distancia, con Juan Ramón Jiménez o de su, hasta cierto punto tardío, ajuste de cuentas con el gongorismo). La verdad es que Historia del corazón iniciaba una nueva lógica poética, que trataba de romper con la desarrollada hasta entonces. Por ejemplo, con el lenguaje irracionalista de los libros anteriores, que al fin y al cabo se había ido clarificando paulatinamente, hasta hacerse más asequible para las mayorías; además, y sobre todo, con el lenguaje formalmente puro de Ámbito, un libro que ahora debía hacerse pasar a toda costa como tradicional, omitiendo y hasta a veces ocultando (debido a las nuevas circunstancias sociales e históricas de esos años y a las nuevas condiciones de producción poética) su radical filiación purista (la influencia en él de Salinas y de Guillén fue señalada por la crítica de los 20, como ocurrió con el primer libro de Luis Cernuda, Perfil del aire).
Claro que con Sombra del paraíso y con Historia del corazón ya había comenzado el decisivo magisterio aleixandrino sobre las generaciones de posguerra. Una vez más Aleixandre quiso –y sin ambages se puede decir que supo– estar a la altura de las circunstancias. Hizo descansar su nueva ideología poética, al modo machadiano, no sobre el Uno solipsista (o más bien monista) sino sobre el Otro, sobre la comunidad intersubjetiva. No sobre la homogeneidad sino sobre la heterogeneidad del Ser. Aleixandre lo dice a su manera, al advertir que con Historia del corazón se subvierten los términos en que estaba planteada hasta el momento su actividad poética: la Naturaleza pasa a un segundo plano y ahora el hombre se erige en directo protagonista. Se «rehumaniza», por lo tanto, la poesía aleixandrina. Esto no quiere decir que, desde Pasión de la tierra al menos, Aleixandre no hubiese antepuesto lo humano a lo deshumanizado de Ámbito, en cuyo contexto productivo el dolor estaba prohibido por humano, demasiado humano, a no ser que previamente hubiera sido transmutado en belleza. No otra cosa se dice en «Mundo poético», una especie de manifiesto purista en prosa, redactado por Aleixandre en 1928 y a la luz del cual hay que releer los poemas del primer libro del autor. Rehumanizar significa, ahora, ingresar en las coordenadas datadas y concretas de la Historia, tomar conciencia de que se vive en unas determinadas relaciones sociales, para servirlas o contradecirlas, en un determinado cuerpo social. Algo que parecía haber sido obviado por completo hasta entonces en esta producción poética, si exceptuamos, claro está, los romances de la guerra. Pero la poesía de la guerra no podía formar parte de la obra; se trataba, así en Aleixandre como en el resto de sus compañeros de generación, de una gramática de urgencia, de un desvío provisional que tarde o temprano había que abandonar para volver a encarrilarse por los caminos de la propia historia poética.
Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García
Insinuar que la Historia nunca había estado presente en la poesía aleixandrina exige de inmediato una precisión: la Historia siempre atraviesa los textos poéticos, sólo que en este caso había sido silenciada por las formas del discurso trascendental en el paradigma puro de Ámbito, envuelta en la neblina más o menos pertinaz del surrealismo de Pasión de la tierra y Espadas como labios o biologizada (hecha Naturaleza) en el paradigma romántico de La destrucción o el amor. Sólo ahora la poesía aleixandrina se «rehumaniza». Ya no habla sin más a lo «elemental humano», al fondo insobornable de Naturaleza que hay en el Hombre y que supuestamente posibilitaría la comunicación con los demás (por mucho que dicha comunicación se pretendiese a partir de un discurso poético difícil, como el de su poemas en prosa surrealistas). Sólo ahora se dirige al hombre que siente y padece diariamente. De alguna manera hay que entendernos: Aleixandre baja por fin a lo que Alberti llamó la calle y él llama la plaza, esto es, la vida de los «otros», después de decretar extinto el diálogo consigo mismo (y de aquí el rechazo del símbolo narcisista del espejo). Por primera vez Aleixandre se nos muestra como un poeta «comprometido», aunque guardando astutamente las distancias con respecto a la poesía social. Las lógicas enunciativas de tal compromiso se fundamentan en las nociones vagas de «solidaridad», «colectividad», «reconocimiento». Es la historia del corazón que se solidariza con los demás corazones, aún más, que habla por ellos, como se lee en «El poeta canta por todos»: «Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada».

Raras veces se puede ser más claro. Siempre existió en Aleixandre la creencia de que el poeta es un gigante, alguien que guía a la especie, que siempre tiene un mensaje para transmitírselo a los demás. Por la boca del poeta o habla la Naturaleza, la voz de las analogías y de lo insondable, o habla expresándose el pueblo (como en el más puro Romanticismo). En realidad lo único que cambia es el contenido del mensaje, pero la concentración de voz sigue siendo igual de sublime y trascendental. Nos encontramos, a pesar de todo, con una misma infraestructura poética. Por eso Historia del corazón siempre maneja un compromiso pequeñoburgués y humanista, no muy lejos de la filantropía admirable de Don Antonio, a muy largo trecho de las consignas, tremendamente justas desde el punto de vista social, pero injustas desde el punto de vista artístico, de la mayoría de los poetas de postguerra. Ni que decir tiene que Aleixandre se salva de toda una época y de toda una poesía desmoronadas a través del remedio de la otredad y a través de la puesta en juego de la razón temporal o de la razón vivida. Nuevamente la vida. No la vida en el monismo panteísta sino la vida en la apertura a lo otro de sí. No la vida fulgurante e instantánea de la destrucción por amor, la desaparición de los límites corporales en busca de lo indistinto, sino la vida como reconstitución de esos límites, como adoración parsimoniosa de un cuerpo, consumido, sí, por la llama explosiva del amor, aunque de inmediato regresado a sus contornos.
Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García
«Después del amor», de Historia del corazón, es un poema que incide en todo esto. A quien se ama no se le destruye, no se le quema con el carbón de unos labios; se le vive, se le existe. Ya no se trata de ser uno con la Naturaleza, sino de existirse en la historia diaria (en la fenomenología de la vida vivida). En consecuencia el amor no es una combustión súbita en la que arde todo el universo; es una explosión que dura lo que la vida, lo que tarda una amante en vivir al otro; lo dice el poema titulado precisamente así, «La explosión»: «Pero esto es una gran tarde que durase toda la vida. / Como tendidos, nos existimos, amor mío, y tu alma, / trasladada a la dimensión de la vida, es como un gran cuerpo / que en una tarde infinita yo fuera reconociendo». Reconocer un cuerpo es lo contrario de besarlo, de estrujarlo, abrazarlo y penetrarlo para devolverlo a la gran entraña del cosmos. En el segundo Aleixandre el amor no destruye. Reconocer es el término clave de este nuevo paradigma poético y no tanto destruir. Para empezar reconocimiento del otro que es la «amada» (por utilizar la expresión aleixandrina), pero tras esto, reconocimiento de los demás hombres y mujeres, de la colectividad.
La novedad que introduce En un vasto dominio (1962) con respecto al paradigma histórico y realista de Historia del corazón radica en que la Historia se extiende asimismo a la noción de Naturaleza. En contra de lo que piensa Bousoño, no hablamos de la Naturaleza tal y como es entendida en los libros centrales, La destrucción o el amor y Sombra del paraíso. Más bien nos hallamos ante un nuevo concepto: la Materia. Bajo la determinación de la razón temporal o vivida, Aleixandre había hecho hincapié en el lento esfuerzo que supone el mutuo reconocimiento, pero también (bajo la muy posible influencia de la filosofía orteguiana de la vida) en el esfuerzo que supone serse, pro-yectarse a la existencia. La vida era comprendida en Historia del corazón como quehacer, como una laboriosa tarea, y de aquí la metáfora de la difícil ascensión a una montaña, que se repite varias veces en el libro, o su imagen contraria, el fortuito rodar por un terraplén. Lo que preocupa en el nuevo libro es cómo todo ese vasto dominio material («Todo es materia», se afirma en «Materia única») se va progresivamente espiritualizando hasta convertirse en hombre. Tras humanizarse, la materia se diversifica en Historia, en la porción de historia concreta que representa una serie de tipos humanos más o menos cotidianizados, de «retratos» que no son sino diversificaciones de la común materia originaria.

Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García
La misma temática es continuada por Retratos con nombre, el libro publicado en 1965. Desde luego esa visión evolucionista (de la Materia al Espíritu) permite ser analizada a la luz de la dialéctica hegeliana, como a la luz del sentido explosivo del que dota a la evolución Henri Bergson. Pero es sobre todo la cosmología evolutiva del jesuita Teilhard de Chardin, que también deja sus huellas en la poesía guilleniana, la que parece cohesionar toda esta lógica de fondo. Aleixandre vio En un vasto dominio como la síntesis armónica de sus dos visiones anteriores (digamos: la naturalista de La destrucción o el amor y la histórica de Historia del corazón). Y Bousoño afirmó que esa síntesis constituye una suerte de «naturalismo historicista». Nada justifica este planteamiento teórico, sin embargo; justamente todo indica lo contrario: si con la cosmovisión elementalista (y aquí seguimos utilizando los términos de Bousoño) lo que había logrado Aleixandre había sido biologizar la Historia, detener su devenir en el momento de la fusión destructora, aquí ensaya lo opuesto, la historización de la Biología. Es decir, cómo la materia se convierte en cuerpo y el cuerpo se espiritualiza en hombre y el hombre se diversifica en rostros, anónimos unos, con nombre otros.

Naturalizar la Historia e historizar la Naturaleza: desde nuestro punto de vista, eso es lo que hace el cuerpo central de la poesía aleixandrina desde los años 30 a los años 60. No obstante, aguarda otra sorpresa con el Aleixandre último de Poemas de la consumación (1968) y Diálogos del conocimiento (1974). La vida vuelve a erigirse en protagonista de los poemas, pero ahora lo que cuenta es la imposibilidad de gozarla desde el umbral mismo de la muerte, desde la extinción inminente del existir. Para entonces nos encontramos con una metafísica del límite. La Naturaleza propia (el vitalismo y el deseo, tan poderosos como el primer día) entra en lucha desigual con la Historia propia (la vejez y la experiencia como último recurso, la realidad de la consumación). La decrepitud física mete entre rejas al viejo y la precariedad del Ser resulta absoluta: «Y allí entre hierros vemos la mentira final. La ya no vida». De la salvaje embestida de la «verdad vital», por el contrario, había hablado Aleixandre en su poética para la antología de Diego (1932). Y a propósito de Espadas como labios, que ve la luz ese mismo año, Dámaso Alonso sentencia que el tema del libro no es otro que el tema central y único de la poesía y de todo arte: la vida, es decir, el amor y la muerte. Tres heridas en una por las que también se desangra la poesía de Miguel Hernández.  



                                                                                                                    Miguel Ángel García  





Naturaleza e Historia en Vicente Aleixandre, Miguel Ángel García

1 comentario:

  1. Tremendo análisis documentado de la obra del poeta, del gran Aleixandre. Un trabajo didáctico que engrandece estas páginas imperdibles, ricas en saber, que Acuyo nos regala como regalar el oro. Un abrazo y muchas gracias.

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