sábado, 21 de junio de 2014

SIGNO Y POESÍA, SEGUNDA ENTREGA

   Ofrecemos la segunda entrega en sus dos siguientes capítulos de Signo y poesía, para la sección de Pensamiento del blog Ancile.




Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile



SIGNO Y POESÍA, SEGUNDA ENTREGA






III


ANTE la complejidad de los diferentes códigos aprehensibles en el fenómeno poético sería conveniente, para mejor entendimiento, aludir al concepto de signatum del poema tal y como lo entendiera Mukarovsky,11 si dentro del contexto prevalente de los fenómenos sociales. Y esto porque, desde este punto podemos partir para hacer una puntualización clarificadora que objetiviza un hecho, a nuestro juicio, de vital importancia, y cuyo reflejo más significativo vendría de la mano tanto del concepto como del hecho de su existencia objetiva patente en la persona y en el elemento cosificado que es el poema, nos referimos a los poétes maudits. De la contemplación y estudio de sus poemas e idearios poéticos podemos colegir como nada extraña su postración al ostracismo por parte de las ordenaciones axiológicas más o menos actuales y avisadas, las cuales, no obstante, sí han incidido, casi siempre aposteriori, en ofrecer una imagen de la poesía (y del poeta) tantas veces prejuzgada y tópica, que creemos social y semióticamente interesante, aunque lo aleje de la realidad intrínseca del fenómeno literario y poético, pues hace prevalecer un juicio apriorístico de lo que acaso sea o deba ser la poesía, y de lo que ésta y su particular naturaleza influya en el propio carácter y personalidad del poeta, y estos, posteriormente, en su labor creativa.

Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile Si, como decía Lázaro Carreter, 12 es cuando el poema pretende significar algo diferente cuando observamos que los poemas se nutren de la misma raíz, enclavada en la conciencia del poeta, nosotros no haremos en este instante invocación o exaltación alguna en favor del emisor en el circuito de la comunicación poética, tampoco, por el contrario, exhibiremos argumentos para proclamar la preeminencia del texto poético, es decir del poema, pero sí indagaremos de forma general en su conjunto para tratar de entender, al menos someramente, el interior esencial del fenómeno poético, así, una vez señalados los matices anteriores  creemos, no obstante, serán adecuadas herramientas para una correcta aprehensión de nuestros objetivos. Mas todo esto nos será muy útil para establecer criterios con los que perfilar la confusión y colisión genérica, la cual, prevé lo literario (y lo poético) como fenómeno general que participa de una similar dinámica semiótica, mas partiremos nosotros de la autonomía del fenómeno poético y de su especialidad, aun cuando entendamos la poesía como forma de expresión literaria y artística, mas portadora de todos aquellos rasgos semióticos tan especiales, los cuales acaso también ayudarán a ponderar nuestras valoraciones.

No pretendemos acudir a lo conceptos de equivocidad e intransitividad que tan gallarda e inteligentemente blandieran Maurice Blanchot 13 o Roland Barthes, 14 aunque sería aconsejable tenerlos en cuenta, máxime cuando decimos que el valor semiológico de la poesía observa en la palabra poética un significado que acusa una finalidad en ella misma, pues si la literatura es un medio privado de causa y fin, 15 la poesía es una totalidad que se ofrece muchas veces alejada de la causa y de la finalidad concreta, incluso  puede exceder la ambigüedad tantas veces aducida que reduce el poema al habla.16 

Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile También podemos, aunque sólo sea mediante un brevísimo apunte, esbozar en una nota que la intención del emisor (del poeta) no tiene que ir dirigida en principio, a garantizar un vínculo netamente comunicativo, entendida esta comunicación como la dinámica ordinaria que estrecha lazos entre el autor y el presente receptor de aquello de lo que habla mediante el poema y que, como producto artificial, apriori basa su existencia pensando en el destinatario humano que presuntamente había de recibir su particular mensaje. Acaso la intencionalidad (de haberla) está marcada profundamente por el deseo que estimula en verdad al que siente en la poesía para establecer un diálogo singular con el mundo, o acaso bajo el signo dialógico que invita a comunicarse directamente con  el ser de lo vivido o por vivir.

Si el lenguaje poético se (dice) que se ve privado del vigor elocutivo del lenguaje común no será tanto porque la poesía sea lenguaje de uso estricto, o porque se exteriorice como casi acto, 17 sino porque con el acto de creación del poema (así como en el auténtico acto de recepción del mismo) se vierte la ser que significa la poesía. Es por todo esto que nos acercamos a creer que el signatum puede ser entendido como aquella conciencia despertada por el poema y que nos empuja a ser en la poesía.

De cualquier modo no parece que la sistematización de los significantes y los significados se ofrezca como expresión de análisis y verificación suficiente para el fenómeno literario en general, ni para el poético particularmente, por lo que llegados a este punto no contrariaremos a la Crítica Literaria, en cuanto a la consabida estimación que hace del signo lingüístico poético como de extrema complejidad, no pareciéndonos en principio cosa extraña tampoco que aquella disciplina trate a la poesía como portadora de macrosignos o hipersignos. Reiteremos, por tanto, la especialidad del discurso poético en cuanto a la singularidad de su signo lingüístico manifiesto en la polisemia, en la ambigüedad, en las amplísimas connotaciones, en la sistematización de los elementos significados, etcétera.


IV


SI hacemos una fugaz semblanza histórica de lo que pudo aprehenderse en la especialidad del signo en poesía, veremos, desde Platón,18 que el concepto de inspiratio poética, conscientemente alejado de la retórica sofista, así como su contemplación más allá de la letra (escrita), incluso oral, la reviste de la idealidad propia del verdadero conocimiento y la inviste, a su vez, de la sagrada complejidad que compete directamente al alma; con vertiente no menos compleja y especial la observa la mímesis de la Poética 19 aristotélica y sus versiones tan bien aderezadas de Horacio 20 o Diomedes; 21 para experimentar el cambio sustancial (pero que no por eso ofrece una visión no menos compleja y especial de la poesía)  que ofrece el Romanticismo, el cual veía la expresión poética (influyendo entre otros muchos en Edgar Alan Poe)22 como el instrumento inmortal que aspira a la belleza. Así también la observará Baudelaire: 23 como el modo de subvenir sus necesidades estéticas, pues será ella, la poesía, la que mantenga una naturaleza desterrada de lo imperfecto, y cuya concepción estética se vería completada por Rubén Darío, 24 y sobre todo por Juan Ramón Jiménez, 25 poniendo énfasis en el carácter absoluto de su aspiración a la belleza. Son, pues, el esbozo teórico que justifica la complejidad y singularidad de la expresión poética, mas se vinculan a los testimonios de los poetas verdaderos que pretenden ser y conocer viviendo en la ciencia particularísima de la poesía; así se deduce de la aspiración poética del gran Rimbaud, 26 o del concepto de inefabilidad del mismo Juan Ramón 27 o del ánima mundo de Bretón,28 quien, a su vez, describe la poesía de forma tan influyente como revelación enigmática.

Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile Quizá ahora no se nos antoje un hecho raro que tan numeroso como dilecto grupo de poetas (y no poetas), ponga énfasis en la complejidad del fenómeno poético así como un insistente posicionamiento para distinguirlo de otras manifestaciones literarias y no literarias; no creemos tampoco que resulte  extravagante la apreciación machadiana 29 de la poesía como la manera de comunicación de realidades insondables; o la de Novalis 30 o de Mallarmé,31 quienes coinciden en el hecho de que la poesía no tiene por qué comunicar vivencias particulares, a pesar de las inteligentes matizaciones llevadas a cabo por autores varios,32 todo lo cual puede llevarnos a plantear interrogantes tales como ¿de qué forma es partícipe de la realidad la poesía? ¿Cómo afectaría a la concepción y configuración del propio signo lingüístico?

Estos interrogantes alimentan planteamientos que, a su vez, estipulan un acuerdo casi unánime, si no sobre el carácter plenamente enigmático de la poesía, sí, en bastantes ocasiones, sobre su ofrecimiento al lector como verdadero jeroglífico de nada fácil interpretación.

Si partimos (y compartimos) la visión que estima el concepto mismo de poesía como algo indefinible (así lo pensaban, por ejemplo Lorca, 33 Guillén 34 o Aleixandre; 35 o, si aquella, la poesía, es la honda palpitación del espíritu36 que pulsa más allá de la palabra misma, siendo necesario para su aproximación aquel fervor y aquella claridad a la que aludía Dámaso Alonso 37 como particulares elementos anexos de forma íntima al fenómeno poético; o, si atendemos a las sutiles observaciones de Paul Valery,38 T.S. Eliot39 o Edgar Alan Poe,40 quienes relacionan la poesía con la inteligencia, o con entusiasmo particular: a la razón, la lógica o la intuición; mas veremos que, a pesar de las discordancias de unos y otros, o precisamente a través de ellas, es de donde colegiremos la referida especialidad así como lo extraordinario de ese mundo de complejidades que afectan tanto a su ser en sí, como al ámbito general de relaciones con el entorno psico-socio-lingüístico.

No debe a estas alturas de la exposición ser motivo de alarma la perspectiva sobre las funciones garantizadas a la poesía por parte de autores varios, los cuales observan dicho funcionamiento desde situaciones muy diversas: que van desde su contemplación como entidad mágica, a la de una peculiar manera de transmitir conocimiento; 41 desde una función didáctica (véase nuestro espléndido romancero) entendida y explicada magistralmente por D. Ramón Menéndez Pidal, 42 a funciones de corte cívico y social (piénsese en Giuseppe Parinni).43 Mas, al margen de las más diversas apariencias funcionales que desde el punto de vista literario la poesía ofrece, nos interesa valorar aquella funcionalidad genuina que, como diría Pedro Salinas, 44 la vierte como entidad (autónoma) poética.




                                                                                  Francisco Acuyo




Notas.-

11 Mukarovsky, Jan: Ver nota 8.
12  Lázaro Carreter, F: De poética y poéticas, Cátedra, Madrid, 1990.
13 Blanchot, Maurice: El libro que vendrá, Monte Avila, Caracas 1992.:
14 Barthes, Roland: Elementos de semiología. Alberto Corazón Edit. Madrid 1971.
15 Barthes, Roland: Ensayos críticos, Col. Biblioteca Breve, Seix Barral, Barcelona, 1967. 
16 Heidegger, M: Arte y Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
17 Earle, J.: Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje, Cátedra, Madrid, 1980.
18 Platón: Ión, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1971.
19 Aristóteles: Poética, Aguilar, Madrid, 1972.
20 Horacio: Arte Poética, Taurus, Madrid, 1987.
21 Diomedes: Obras, Gredos. Madrid 1973
22 Poe, E. A.: Escritos sobre poesía y poética, Hiperión, Madrid, 2001.
23 Baudelaire, Ch.: Curiosites esthetiques et autres ecrits sur l’art, Hermann, Paris. 1968.
24 Dario, R.: Obras completas, Ed. Espasa-Calpe, Madrid-Barcelona, 1932. 
25 Jiménez, J.R.: El Trabajo Gustoso (Conferencias), Aguilar, México, 1961.
26 Ibidem: La corriente infinita (crítica y evocación) Ed. Aguilar, Madrid, 1961.
27 Rimbaud, A.: Obra completa. Prosa y poesía, Edición bilingüe, Ediciones 29, Madrid, 1972.
28 Breton,  A.: Manifiestos del surrealismo, Guadarrama, Madrid, 1969. 29 Machado, A.: Obras: Poesías completas. Ed. Séneca, 1940, México.
30 Novalis, Schiller, Schelegel, Kleist, Holderlin.... Fragmentos para una teoría romántica del arte, Tecnos. C. Metróplis. Madrid, 1987. 
31 Mallarmé, S.: Las prosas de Stéphane Mallarmé, Aymá, Barcelona, 1942.
32 Bousoño, C.: Teoría de la Expresión Poética, Gredos, Madri, 1978.
33 García Lorca, F.: Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1969.
34 Jorge Guillén: Ob. cit. nota  4 y 14.
35 Aleixandre, V.: Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1971.
36 Alonso, D.: ob. cit. nota 5.
37 Ibidem
38 Valéry, P.: Teoría poética y estética, Visor, La Balsa de la Medusa, Madrid, 1990. 
39Eliot, T.S.: Función de la poesía y función de la crítica, Tusquet, Barcelona, 1999.
40 Poe, E.A.: ob. cit. nota 15.
41Eliot, T.S.: ob. cit. nota 31.
42Menéndez Pidal, R.: Flor Nueva de Romances Viejos, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1978.
43 Parini, Giuseppe - Poesie. Firenze, Barbara, 1904.
44 Salinas, P.: Literatura española siglo XX. Col. Lucero, Ed. Séneca, México, 1941.




Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile

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