Ofreceremos para la sección De juicios, paradojas y apotegmas del blog Ancile, en diferentes post, bajo el título El símbolo: Más allá de la razón. Simbología: ïntima historia del corazón en la conciencia, una serie de reflexiones sobre el símbolo y su importancia como medio singular integrador del individuo como ser consciente en el mundo.
EL
SÍMBOLO: MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN.
SIMBOLOGÍA:
ÍNTIMA HISTORIA
DEL CORAZÓN Y LA CONCIENCIA
I
QUE el símbolo no sea senda de seguir aceptada de buen grado por
los enunciados que postulan, inflexibles, el más acerado racionalismo, en
verdad que no es ofrecer nada nuevo a los dictámenes expositivo-descriptivos
que enfrentan lo que la razón define y el símbolo representa. No será, a mi
juicio, tarea baldía hacer una nueva pero necesaria admonición aclaratoria al
respecto, sobre todo al albur en el que discurren nuestros días que, aun ante a
los avances científicos y tecnológicos –posibles por la supuesta superioridad
del discurso racional-, parece olvidado
el profundo y complejísimo universo del símbolo, con las nefasta
consecuencias que conlleva dicha postergación, si es que tiene algún fundamento
la determinación de que el símbolo es el paradigma del ser[1].
Los rudimentos en los que se construye el ser humano como tal arraigan en el
pensamiento, o, mejor, en la aprehensión simbólica nada menos de lo que el
mundo es.
Los leones,
mamuts, bisontes estampados en las paredes de grutas y cavernas nos hablan,
desde hace milenios, de esa capacidad singular simbólica de los seres humanos.
Véase, para asombro
de propios y extraños al mundo del arte primitivo, los
descubrimientos en Klipdrift (Sudáfrica), donde pueden observarse obras de arte
cuyas representaciones simbólicas datan de hace 165.000 años. Las representaciones
en ocre rojo (por ejemplo, de la cueva de Blombos, también en Sudáfrica),
ofrecen diseños geométricos de hacen al menos 75.000 años, que hablan desde
luego con grande elocuencia por sí solos.
La realidad es
que a veces se nos olvida que el logro del símbolo es acaso valor más antiguo e
importante que ha conseguido nunca la humanidad para su acerbo espiritual, no
en vano nos ha llevado a los avances intelectuales en los que hoy nos vemos
reflejados como seres conscientes y que, sin embargo, hay que aclarar que su
intrincado cosmos, al margen de lo aportado por algunos insignes estudiosos e investigadores,
está todavía por explorar.
Claro está que el
símbolo al que aquí evocamos no es simplemente el tropo conceptual o metafórico
–que encierra en sí su propia complejidad retórica, lingüística y conceptual-,
sino al símbolo que vincula nada menos aquello que somos como seres con
conciencia en el proceso mismo
de existir, mas situado atemporalmente, entre el
proceso creativo y el renacimiento de la gnosis fuera del elemento discursivo
pues, nos pone en contacto con lo ancestral olvidado y lo aún por descubrir que
encuentra fundamento no solo en el no saber (el solo sé que no sé nada socrático), sino en el más profundo
escepticismo (no sé siquiera lo que sé).
El símbolo (a
través del mito, muchas veces) no es lo simbolizado, pues en realidad expresa
lo inefable, lo que no se puede acceder mediante el concepto lingüístico, sino
a través de su sensible manifestación
que, al fin, lo sitúa más allá del concepto (y del propio tiempo conceptual e
histórico). El símbolo exige el no ser (la muerte) como cualquier proceso
verdaderamente creativo, o lo que es lo mismo, del nuevo nacimiento que
conlleva el olvido de toda forma de conocimiento, estamos ante (inhibida en
nuestros días) la vital, vigorosa y necesaria prioridad de indagar y vivir la
marca, la huella, el sello estigmatizado en el espíritu de toda criatura
consciente, a saber, aquello que supera nuestras limitadas condiciones
existenciales y que nos hace evolucionar hacia individuos mejores, hablo de la
ineludible necesidad de trascendencia que, al fin y a la postre es la fuerza
que nos hace crecer y evolucionar como seres conscientes.[2]
Francisco Acuyo
[1] Olives Puig,
J.: Prólogo a la edición de Diccionario
de los símbolos, de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Herder, Barcelona,
1988, p. 9.
[2] Es preciso
aclarar como imprescindible advertencia, que no hablo aquí de divinidad,
concepto acaso muy posterior al que el símbolo guarda desde la aparición de la
conciencia y manifiesta en sus más subidas representaciones artísticas o
simbólicas.
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