Con el título de: Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, traemos para la sección, Microensayos, del blog Ancile, un nuevo post, firmado por el filósofo Tomás Moreno.
OTTO
WEININGER O LA NULIDAD
ONTOLÓGICA DE LA
MUJER (I)
VIENA
1903: UN DISPARO EN MEDIO DE LA NIEBLA
El 4 de octubre de 1903, Otto Weininger, joven filósofo austríaco,
de veintitrés años de edad, de origen judío y recién convertido al
protestantismo, se disparaba un tiro en el corazón en Viena, su ciudad natal.
Acababa de publicar su tesis doctoral, rebautizada por su editor como Sexo
y carácter (Geschlecht und Charakter)[1]:
un libro enciclopédico, antifeminista y antisemita que, en el sentir de su
autor y a pesar del apreciable éxito comercial obtenido, no había alcanzado
todavía sus expectativas de reconocimiento. Ni provocó un escándalo, ni animó
el entusiasmo que había de corresponder a una nueva doctrina salvadora, como
sin duda esperaba secretamente su autor. Sólo suscitó moderada atención. La
incipiente fama que le reportó no satisfizo su inquieto espíritu, ni mucho
menos su anhelo de gloria, sino más bien sirvió para todo lo contrario:
deprimirlo y desanimarlo hasta
precipitar probablemente su fatal decisión[2].
Jean Amery[3] en
su ensayo Suicidarse, intentó reconstruir los últimos días del precoz
filósofo y suicida: Otto Weininger había alquilado una habitación en la Schwarzspanierstrasse de Viena, en la
casa donde vivió Beethoven. Allí, en la noche del 3 de octubre de 1903, escribe
cartas a su padre y a su madre. Pasa la noche en medio de torturadores
pensamientos. Al amanecer se mete una bala en el corazón. Su cadáver se
encuentra con el sombrero y el abrigo puestos. Al día siguiente Max Nordau, en el Vossische Zeitung de Berlín, se despide del joven pensador
aludiendo a un aciago “disparo en medio de la niebla”. Sus funerales reúnen en
el cementerio de Viena a lo más representativo de la vida cultural de la
ciudad. Tras el féretro del melodramático suicida van Stefan Zweig, Karl Kraus
y Ludwig Wittgenstein, que entonces tiene catorce años y que ya había sido
captado por sus fascinantes personalidad y obra. Incluso el profeta del naturalismo,
August Strindberg, por entonces
ídolo de la hermandad vienesa de los cafés, envía desde Estocolmo una corona de
flores y redacta un epitafio, que Karl
Kraus, temible periodista satírico, líder de la intelectualidad vienesa,
publica en su revista Die Fackel (La antorcha), en el que dice:
“Independiente de los puntos de vista es sin duda el hecho de que la mujer es
un hombre rudimentario […] fue ese secreto conocido el que Otto Weininger se
atrevió a pronunciar en voz alta; fue ese descubrimiento de la esencia y la
naturaleza de la mujer el que comunicó en su masculino libro y el que le costó
la vida”. Hermann Swoboda, su mejor
amigo, recordaba decenios después, en un discurso conmemorativo, que en su obra
Weininger “intentó clasificar a todos los seres humanos, tal como el botánico
clasifica sus plantas” y comentaba que su ideal de vida había sido “realmente
el ideal de un santo”[4].
Viena
se conmovió e hizo del joven suicida todo un mito, un personaje de leyenda, un héroe neorromántico, un genio incomprendido.
La Viena finisecular de Weininger[5]
que era, sin duda, el foco de la cultura y las artes europeas de la época, y
que representaba, en el sentir de Hermann
Broch, el “centro del vacío europeo de los valores”[6] (wertwakuun), fue el escenario de la
tragedia. Una Viena que trataba de
encubrir la “decadence” y “penuria de la época” con un frívolo hedonismo y una
fuerte deriva esteticista, manifestada en el teatro, la ópera, la opereta, y en
un recargamiento decorativo, “peste ornamental”, que hacían de ella todo un
escenario “teatral” de “ciudad alegre y
confiada”. La morbidez y el esteticismo de su universo estético, católico y
barroco (tan enraizado en el suelo de la tradición austriaca), contrastaba con
la modernidad que compositores como Arnold Schönberg y arquitectos como Adolf Loos le estaban
imprimiendo con la “emancipación de la disonancia” en música y una incipiente
revolución urbanística en arquitectura, que estaba cambiando la faz de la
ciudad.
Viena,
ciudad de los cafés literarios, lugar de encuentro privilegiado del arte y la
literatura[7]
europeos de la época, vuelta sobre sí misma, sobrevivía así, satisfecha y
orgullosa, en el ensoñamiento de su magnificente historia y de su brillante
pasado, inconsciente de las amenazas y peligros que sobre ella se cernían e
ignorante de lo que se le venía encima: todo un cataclismo, un apocalipsis, el
final de una época – “el final de los tiempos” en expresión de Kraus- que
culminaría con el estertor de un modelo de civilización, la agonía de una clase
social y la descomposición de todo un imperio, el austriaco de los Habsburgo,
que iba a dejar de ser “protagonista” de la historia europea, tras el final de
la Gran Guerra. Ciudad que aunaba un irrefrenable amor a la vida y al placer y,
al mismo tiempo, una inquietante y fatal tendencia hacia la autodestructividad[8].
Ésa dualidad de vida y muerte, Eros y
Thanatos, núcleo de la filosofía
antropológica de ese gran vienés coetáneo de Weininger que fue Freud, resuena en su teoría del
“malestar en la cultura” y late, ocultada, en su fundamental distinción entre
lo manifiesto y lo reprimido.
Los
años de esplendor de la Viena “fin-de-siecle”[9]
-entre 1880 y 1914- ofrecen un espectacular alumbramiento cultural en todos los
campos del conocimiento, de la ciencia y de las artes. Es la capital cultural
del planeta. Cuna de lo genial, laboratorio de la modernidad: la literatura, la
música, la pintura y la arquitectura han transformado la ciudad en una obra de
arte integral. Pero también, nido de la infamia en donde el huevo de la serpiente nazi se está gestando: enloquecidos
antisemitas y nacionalistas de extrema derecha abogan por el crimen y la castración
de los no arios. De ese clima sórdido surgirá, apenas unos años después de la
muerte de Weininger, un joven austriaco que, entre 1907 y 1913, vegetaba
pobremente por sus calles y cafés como frustrado aspirante a pintor y
arquitecto, empapado de odio, de antisemitismo, de resentimiento y de delirios
de grandeza: Adolf Hitler.
Ésa es la Viena que vivió y conoció
Weininger: la descrita en la Kakania[10]
de Robert Musil (1880-1942), la
conocida con el doble título de “K. und K.” (Imperial y Real)[11],
el centro geográfico, político y cultural de Europa, capital de la
“Mitteleuropa” y que tenía detrás de sí casi un milenio de historia. La Viena
de Sigmund Freud, cuna del naciente psicoanálisis, con una prestigiosísima
tradición en medicina y psiquiatría, en la que triunfan las ideas de pensadores
como Franz Brentano (abriendo el camino de la fenomenología) y de filósofos
empirio-criticistas como Richard Avenarius, E. Mach (cuya herencia recogerán
los neopositivistas del Círculo de Viena)
y en la que escritores y poetas como Karl
Kraus, Frank Wedekind, Robert Musil, Georg Trakl, Stephan Zweig, Arthur
Schnitzler, Hugo von Hofmannsthal y Hermann Broch elaboran y publican lo más
granado de sus obras.
Una
ciudad que asiste en ese momento a una auténtica revolución en el ámbito de la
música, las artes plásticas, el urbanismo y la arquitectura. En música destacan
figuras tan geniales como Richard Strauss, Gustav Mahler y la llamada “segunda
escuela de Viena”, de Arnold Schönberg, Antón von Webern y Alban Berg. En pintura,
Gustav Klimt, Oskar Kokoschka, Hans Makart,
Egon Schiele. Otto Wagner y Adolf Loos, destacan en arquitectura;
Camillo Sitte y el propio Loos, en urbanismo; Joseph Hoffman, en diseño. En
física, Ernst Mach y, sobre todo, Ludwig Boltmann, creador de la teoría
cinética de los gases, de la mecánica estadística y del concepto termodinámico
de entropía. La ciudad, en fin, que
conocieron en su niñez y juventud los que serían, decenios más tarde,
primerísimas figuras de la filosofía, el derecho, la economía, las letras y la
ciencia como Ludwig Wittgenstein, Karl Popper, los integrantes del Círculo de
Viena, Hans Kelsen, Joseph Schumpeter, Elias Canetti, Konrad Lorenz, etc. La Viena
fin-de-siglo convertida en estela o friso de lo insuperable, en modelo o
paradigma de toda una civilización fatalmente agonizante.
Pero
la salsa cultural y filosófico-científica
en que se gestó y cocinó la obra de Weininger, incluía otro ingrediente
importante, como acertadamente señala María José Villaverde: la situación de
resquebrajamiento de un mundo que
zozobra, sin asidero, que se manifestaba en un sentimiento difuso de crisis
y decadencia de valores – “que los franceses bautizaron como le grand malaise, los ingleses como the great unrest y Freud como el malestar de la cultura”- que recorrió
la Europa finisecular y que ya había
sido diagnosticado por Nietzsche en La
gaya ciencia al anunciar la muerte de Dios, el fin de los ideales del mundo
moderno y el advenimiento del nihilismo. “Es el mismo sentimiento de naufragio,
de mundo a la deriva que late en los
escritos de muchos de sus contemporáneos: en las novelas de Robert Musil o de
Marie von Ebner Eschenbach, en los poemas de Hofmannsthal, en los relatos de
Hermann Broch, Stefan Zweig o Karl Kraus, quien incluso llegó a certificar su
muerte: Bienvenido sea el caos porque el
orden ha fracasado”. Pues bien, en ese clima, concluye María José
Villaverde, “mujeres y judíos
jugaron el papel de chivos expiatorios”[12] (cont.).
TOMÁS
MORENO
[1] Otto Weininger, Geschlecht und Charakter. Eine prinzipielle
Untersuchung, edit. Wilhem Braunmüller, Wien und Leipzig, 1923. Se publicó
en mayo de 1903, cinco meses antes de suicidarse. Citamos en adelante por la
traducción castellana de la tercera edición alemana, de Felipe Jiménez de Asúa,:
Otto Weininger, Sexo y carácter,
Península, Barcelona, 1985. Todas las citas que incluimos en este ensayo remiten
a esta edición con las siglas SYC, seguida del número de página.
[5] Sobre la Viena de Weininger, además de la citada
obra de Riedl, véanse : Carl E.
Schorske, Viena, Fin-de-Siècle: Politics
and Culture, Vintage, Nueva York, 1981, trad. cast., Gili edit., Barcelona,
1981; Allan Janik y Stephen Toulmin, Wittgenstein`s
Viena, Weidenfeld Nicolson, Londres 1973, versión cast.: La Viena de Wittgenstein, trad. de I.
Gómez de Liaño, Taurus, Madrid, 1974. Sobre la historia social e intelectual de la cultura vienesa véase
William M. Johnston, The Austrian Mind:
An Intellectual and Social History 1848-1938, University of California
Press, Berkeley, 1972.
[6] Cf. Hermann Broch capítulo dedicado a “Hugo von
Hofmannsthal y su tiempo”, en Dicten
und Erkennen, Zurich, 1955 (citamos por la edición francesa: Création litteraire et connaissance,
París, 1966, p. 86).
[7] Las tertulias literarias de la Viena de fin de siglo se reunían
en el famoso café Griensteidl. Los cafés eran toda una institución que hacían
de Viena un lugar diferente de Londres, París o Berlín: confortables, bien
amueblados -sus mesas de mármol eran características- se habían convertido
alrededor del 1900 en clubes de carácter informal, en los que la adquisición de
una taza de café daba derecho a permanecer en el establecimiento durante el
resto del día y a recibir cada media hora, un vaso de agua en bandeja de plata.
El uso de los diarios, las revistas, las mesas de billar y los juegos de
ajedrez no suponía ningún coste adicional, y otro tanto sucedía con las plumas,
la tinta y el papel con membrete. Los parroquianos podían solicitar que el
correo les fuera enviado a su cafetería favorita; se les permitía dejar allí
las ropas con las que se vestirían por la noche. Algunos como el citado café
Griensteild, disponían de vastas enciclopedias y libros de consulta para los
escritores que usaban sus mesas como lugar de trabajo. Cf. Peter Watson, Historia Intelectual del siglo XX,
Crítica, Barcelona, 2002. pp. 39-51.
[8] Para Emile Durkheim la Viena finisecular ocupaba el centro de la
“zona de suicidios de Europa”. Era un laboratorio perfecto en el que poner a
prueba su teoría del suicidio anómico, efecto de desintegración normativa y de
infelicidad social. Cf.:
William M. Johnston, The Austrian Mind:
An Intellectual and Social History 1848-1938, op. cit.
[9] José Jiménez, La Torre de
Babel (Viena fin-de-siglo como ejemplo del presente), en La vida
como azar. Complejidad de lo moderno”, Mondadori, Madrid, 1989, pp.
126-127.
[10] Lugar mítico en el que el gran escritor austríaco R. Musil
desarrolla su gran obra narrativo-ensayística El hombre sin atributos (Der
Mann ohne Eigenschaften), una de las cimas de la novela europea del siglo
XX, cuyos dos primeros volúmenes, fruto de diez años de trabajo, fueron
publicados en 1930 y en 1933.
[11] La monarquía austríaca, denominada la monarquía del “doble”,
ostentaba los calificativos de “Imperial y Real” (Kaiserlich und Königlich) por
la condición de emperador de Austria y rey de Hungría de su titular Francisco
José.
[12] María José Villaverde, “Sexo
y carácter” (en el centenario de Weininger)”, “El País”, 4 de octubre de 2003. La autora, gran conocedora de su
pensamiento y obra, es historiadora y catedrática de Ciencia Política de la
Universidad Complutense de Madrid.
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