Prosiguiendo con la figura de Saint-Simon, traemos la nueva entrada que lleva por título: Saint-Simon. Filósofo y sociólogo de la sociedad industrial, por el profesor Tomás Moreno.
SAINT- SIMON. FILÓSOFO Y
SOCIÓLOGO LA
SOCIEDAD INDUSTRIAL
El
aspecto de su pensamiento reformador que gozó de mayor fortuna fue la idea de
realizar una nueva sociedad o civilización fundada en el trabajo industrial, en
la que la producción fuese centralmente planificada y los productores participasen
del producto proporcionalmente a sus prestaciones. Como ha señalado Pierre Ansart, las grandes líneas de
esta sociedad, de este nuevo modelo social,
pueden ya dibujarse en su
tiempo, pues no harán más que confirmar procesos que están en marcha, entre los
que el esencial es la extensión de la “industria, auténtico motor del progreso
social”, con todas sus consecuencias sociales y políticas. Como escribía
Saint-Simón ya en 1817: La sociedad
entera reposa sobre la industria, entendiendo por esta palabra, no el
sector manufacturero únicamente, sino todas las formas de producción y
circulación: la agricultura, la artesanía, las fábricas y el comercio incluidas
las ciencias y las artes que también participan en la producción.
Del mismo modo que el sistema feudal
tenía por fin colectivo la guerra y la defensa militar, el sistema industrial
tendrá por exclusivo objeto la producción de bienes materiales e intelectuales,
el dominio sobre la naturaleza y la satisfacción de las necesidades. Este
sistema lleva dentro de sí una fuerza fundamental que acabará imponiendo la
primacía de la “clase de los industriales”, la instauración de relaciones de
"societarios" y no de dominio. En su célebre “Parábola Política” (Parabole des abeilles et des frelons)[1], Saint-Simón
opone radicalmente las clases políticamente dominantes y parásitas, vestigios a
sus ojos de la opresión feudal, y la clase de los industriales. Una sociedad industrial significaría la
eliminación de las clases parásitas y el advenimiento de los productores en
conjunto, es decir, de todos aquellos que participan en la producción de las
riquezas.
Cuando en 1819 Claude Henri de
Saint-Simón publica su famosa parábola, presenta brevemente lo que, a sus
ojos, constituye el principio de la política positiva. El mismo título de Parábola que da a su texto es
significativo del carácter místico y profético de la perspectiva abierta. Se
trata, nada menos, que de hacer triunfar una nueva religión. Pero esta
revolución espiritual tiene como meta no una ilusoria salvación en el otro
mundo, sino la realización de la humanidad mediante la completa dominación de
este mundo, lo que le aseguraría, infinitamente prolongadas y acrecentadas, la
felicidad y la virtud. La
parábola recurre a la hipótesis de que Francia perdiese aquellos franceses “más
esencialmente productores”; los que dirigen los trabajos más útiles a la nación
y la hacen productiva en las ciencias, las bellas artes y las artes y oficios.
Al menos sería necesario el paso de una generación entera para reparar aquella
desgracia. Supongamos ahora que sean los grandes del reino, los nobles de alto
rango, los ministros, los mariscales, los cardenales, los ricos, los grandes
propietarios, quienes desaparecen: Ningún mal se seguiría de ello para el
estado. Pero veamos con sus mismas palabras esta “parábola:
Supongamos que
Francia pierde súbitamente sus 50 primeros físicos, sus 50 primeros químicos,
sus 50 primeros banqueros, sus 200 primeros comerciantes, sus 600 primeros
agricultores. Como estos hombres son los franceses más esencialmente
productores la nación quedaría convertida en un cuerpo sin alma. pasemos ahora
a otra suposición; admitamos que Francia conserva todos los hombres de genio
que posee en las artes y oficios; pero que tiene la desgracia de perder en el
mismo día al señor hermano del rey, a monseñor duque de Angulema, a todos los
dignatarios de la corona, a todos los ministros de estado, a los consejeros de
estado, a los cardenales, arzobispos y obispos, y a los diez mil propietarios
más ricos. Como los franceses son muy buenos, seguro que este accidente los
afligirá mucho; pero esa pérdida no causaría pesar más que desde el punto de
vista sentimental, porque de ella no resultaría ningún mal político para el
estado[2].
Este texto, aparecido en “L'Organisateur”, llama a una revolución social que dé
poder de gestión a los “industriales” o “clase industrial”, término que designa
a los empresarios y magnates de la industria, a los financieros y banqueros; en
ella incluye también a los obreros
especializados, los agricultores, los artesanos y a toda la comunidad laboriosa
y productora: la porción de la sociedad que trabaja y crea riquezas y que
constituye 24 de las 25 partes de la sociedad francesa en oposición a la clase
ociosa y parasitaria que nada produce y se beneficia del trabajo ajeno (propietarios,
clero, nobleza, militares, funcionarios), con vistas a eliminar a la clase
política (aristocrática o democrática) juzgada inútil. Por ello los discípulos de
Saint-Simón serán preferiblemente hombres de negocios, ingenieros,
constructores y administradores, más que políticos.
Esa
inclusión es lo que convierte a Saint-Simón
en un “socialista” y no en un simple ideólogo de la clase empresarial, teórico
exaltador del Industrialismo que, como algunos, erróneamente, han señalado sólo
aspiraba al “gobierno de una oligarquía de capitanes de industria”, más cercano
a una ideología crasamente tecnocrática que al ideal socialista. El concepto
que Saint-Simón tiene de clase
industriosa no es exactamente igual a la idea que modernamente tenemos
nosotros de “clase industrial”. Hay que comprender que en la circunstancia
histórica en que él escribe no están perfectamente separados los campos de la
burguesía y el proletariado, pues juntos habían combatido en las barricadas de
la revolución y su programa era solidario en la lucha contra el feudalismo y
por el triunfo de los derechos ciudadanos. Como atinadamente destacará Engels, por este tiempo el desarrollo
capitalista tan incipiente no había aún separado claramente los campos
antagónicos del proletariado y de la clase burguesa.
Saint-Simón
no duda de que este nuevo modelo de sociedad que corresponde a la evolución
general de las sociedades modernas, terminará convirtiéndose en el modelo de
todas las sociedades europeas. La idea de una época “positiva” y científica
gobernada por Científicos e “Industriels”, vistos como guías naturales de los trabajadores y solidarios con éstos, en
lugar de las “clases ociosas” de los nobles, religiosos y militares, fue
desarrollada en colaboración con su discípulo Augusto Thierry en Sobre la
reorganización de la sociedad europea (1814).
Su última obra Le Nouveau Christianisme, dará un sentido místico- moral a estas
aspiraciones. Como si temiera que la sociedad industrial no realizase
espontáneamente la esperada “asociación”, Saint-Simón vuelve a afirmar que
dicha sociedad tendrá que proponerse como objetivo primordial el de mejorar lo más rápidamente la existencia de
la clase más numerosa y más pobre. Para poder alcanzar tal objetivo, sería
necesaria una nueva religión civil que, recogiendo la inspiración primitiva del
cristianismo - pero sin identificarla ni con el catolicismo ni con el
calvinismo -, permitiera la reorientación de las energías y el alumbramiento de
la sociedad industrial. Este “nuevo cristianismo” ha de fundarse en la ciencia
(pintoresca antítesis) y promoverá el mejoramiento moral de las relaciones
humanas. Como ha escrito Simone Debout:
“Con El Nuevo Cristianismo se pasa de la
Iglesia de Dios a la Iglesia de los hombres. […] En el futuro, la moral no
estará ya fundada en el capricho o la revelación. Ligada a una política
industrial […] constituirá una nueva religión enteramente Humana. Los
gobernantes no serán, pues, solamente banqueros, sino sacerdotes”[3].
Con mayor claridad que en sus
escritos anteriores, Saint-Simón apela aquí a la acción de los industriales,
inspirada por una teoría y una moral nuevas, para edificar la sociedad
industrial, de la que, con más fuerza que nunca, se convierte en profeta. Esta concepción de
la sociedad industrial incluye una crítica de lo “político” y pide una nueva
teoría política. En la sociedad industrial, que carece de precedente histórico,
la política cambiaría radicalmente de sentido y contenido. El ejercicio
tradicional del poder autoritario desaparecería para ser sustituido por una
actividad social totalmente opuesta: la producción, “la administración de las
cosas”. La administración de las cosas, la producción y la creación colectivas
sustituirían definitivamente a la política en el sentido de un poder que se
ejerce sobre las voluntades.
Es comprensible que
una teoría semejante, que une en una visión profética tantos temas
provocativos, levantara entusiasmo y también indignaciones. Sentimientos
igualitarios y asociacionistas se entreveran en su doctrina con planteamientos
autoritarios, tecnocráticos y desnudamente productivistas y desarrollistas, dos
tradiciones interpretativas de su posición política y económica difícilmente
conciliables entre sí. Una interpretación, que hace de Saint-Simon, en el alba de la
expansión industrial del siglo XIX, el
teórico de la “tecnocracia industrial”, deseosa de conseguir una
racionalización de la economía, que subordina la política a las directrices de
la economía y que propone una nueva integración social en torno a los objetivos
del desarrollo económico, mediante una “planificación industrial” susceptible
de ser aceptada por todos (aunque, según sus partidarios, de ningún modo piense
que este “plan” pueda ser decidido únicamente por algunos “managers” o
tecnócratas especializados).
Otra
que tiene, por el contrario, a Saint-Simon por el fundador del socialismo y a su primer teórico. Proudhon pudo en efecto pensar que Saint-Simon, al afirmar la
primacía de los “productores” sobre la política, prefiguraba las grandes líneas
del socialismo libertario. Marx, que
aseguraba que se “impregnó” de las ideas saintsimonianas durante su juventud,
pudo pensar que al sostener la primacía de lo económico, el papel creador del
trabajo, la urgencia de una revolución social, el advenimiento de una sociedad
nueva caracterizada por la asociación de los productores, Saint-Simon habría
esbozado las líneas generales de un socialismo utópico o romántico, pero aun no
científico como el representado por el defendido por él y por F. Engels.
Por
su primera fase su figura puede ser situada en el enlace entre la tardía
Ilustración y el positivismo naciente; por su última etapa, aparece como
iniciador de la vertiente cientificista y tecnocrática del socialismo.
TOMÁS
MORENO
[1] Cf. H. de Saint-Simon, Ouvres complètes, Ed. Anthropos, París,
1966. Para todo este epígrafe hemos extractado, en gran parte, el estudio de
Pierre Ansart “La teoría policía frente a la sociedad industrial. Saint Simon y
sus discípulos”, en Pascal Ory, Nueva
historia de las ideas políticas, Mondadori, Madrid, 1992, pp. 150-166.
Véase también Pierre Ansart, Sociologie
de Saint Simon, PUF, 1971.
[2] Ibid.
[3] S. Debout, “Saint-Simon,
Fourier, Prudhon” en Yvon Belaval (Dir.) Historia
de la Filosofía, Siglo XXI editores, Vol. VIII, Madrid, 1979, p. 168. Curiosamente será Comte, uno de los primeros discípulos del Conde de Saint-Simón, quien, al final de su
vida, llevará a cabo también la creación de una nueva Religión de la Humanidad,
con su calendario, sus fiestas, sus ritos y presidida por su mujer Clotilde de
Vaux. Extraña ironía de la historia, pues, el que se haya reservado semejante
apoteosis mistico-religiosa póstuma a quienes se esforzaron tan seriamente por
establecer una auténtica ciencia de la Sociedad.
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