LA REALIDAD:
¿ES CONTINUA O DISCRETA?
QUE la gravedad es la
consecuencia y manifestación física del
espacio y del tiempo, es una realidad constatable y puesta en evidencia por la
ciencia de la física. No es menos cierto que estos campos físicos son integrantes de una realidad (cuántica) sujeta a probabilidades e interacciones singulares
que condicionarán a su vez el espacio y el tiempo. Deducimos esto de dos
visiones de la realidad que han sido tenidas como contradictorias, a saber: la
relatividad general y la teoría cuántica.
La
realidad es un continuo (espacio temporal), según la relatividad; la
realidad es discreta y cuantizada,
según los principios de la teoría cuántica. Esta paradoja, cuando no franca
contradicción, pone en evidencia el difícil entendimiento de la complejidad de la realidad material del
mundo.
Que
el espacio pueda tener un carácter
granular y que esta estructura cuántica
ponga certeza sobre el origen gravitatorio del tiempo, y que este mismo sea puesto
en cuestión, hace que el concepto mismo de realidad convencional o de sentido común sobre esta se tambalee. Ese
flujo temporal de nuestras observaciones
no es más que el resultado de nuestras aproximaciones -muy generales, por cierto- que hacemos
de la misma realidad.
Pero la
problemática de la realidad se coloca en una vertiente aún más controvertida cuando
la verdad del espacio tiempo es consecuencia del mundo cuántico primordial (muy similar al ápeiron presocrático de Anaximandro),
donde las ideas de espacio-tiempo no tienen ya ningún sentido. Las entidades
minúsculas (cuantos) subatómicas son las que generan la realidad espacio
temporal en sus interacciones y manifiestan su irrealidad aisladamente y, por lo tanto, no pueden considerarse que están en ningún dominio de tiempo y espacio.
La dimensión
de lo que la realidad sea parece incrementar su complejidad (y con ella nuestra
propia perplejidad) cuando inferimos de todo lo anteriormente expuesto, que la
realidad no es sino un constructo de partículas que la configuran en
virtud de sus interacciones y la configuración de las relaciones de información
que conllevan, y que la consistencia de lo que la realidad sea, irá determinada siempre por los límites o bordes probabilísticos de lo que pueda o no suceder (principio
holográfico) en el dominio de lo infinitamente pequeño, o lo que es lo mismo,
igual que no podemos saber lo que sucede dentro de un agujero negro, ya que
sólo podremos hablar del mismo en virtud de lo que sabemos de él por la
información de la región mínima de la frontera del horizonte de sucesos, y nunca
dentro del mismo, tampoco podremos saber lo que ocurre en esa realidad última,
seminal del mundo, donde el espacio y el tiempo no tienen ningún sentido. Es
más, donde el concepto temporal no es sino la
muestra de toda aquella información de la que carecemos para deducir lo que es
real, o lo que es lo mismo: el tiempo es la medida de nuestra propia ignorancia.[1]
Todo parece
indicar que la realidad de la realidad y su conocimiento, en suma, viene a
depender de nuestra relación con lo que consideramos sistemáticamente realidad,
ya que cualquier manera de conocimiento de sus estructuras va a depender de la
interacción del que observa sobre aquella supuesta realidad. Todo está (en un
orden peculiar) implicado en todo, y la estructura o tejido del mundo que
conforma la verdadera realidad no es otra cosa que integración, relación, ilación,
correspondencia y concomitancia. No son cosas (objetivas) las que conforman la
realidad, sino una continua interacción cuyo flujo determina lo que la realidad
sea.
Seguiremos
abundando sobre esta cuestión tan interesante en próximas entradas de este
medio.
Francisco Acuyo
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