Para la sección Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título: Del mal, las matemáticas y el desginio trascendente para la fe.
DEL MAL, LAS
MATEMÁTICAS Y EL DESIGNIO
TRASCENDENTE PARA LA FE
Si la amargura, la indigencia y la opresión a los ojos del cuerpo y aún del alma asoman como imagen consternada y son evidente registro de la desdicha más infausta, nadie podría censurar las quejas más acerbas por su fatal destino. Tampoco debiera entrañarnos si, con justificado escepticismo, se es incrédulo a cualquier gracia supuestamente trascendente. Pero tampoco podría sorprendernos la actitud estoica de algunos que aceptan su carga de infortunio y al cielo miran con serena resignación sabedores de la ignorancia de la razón del dolor que de consuno les acompaña. Actitudes diversas que admiten o rechazan su desgracia y que acompañan consciente o inconscientemente una idea de consuelo o de repudio a un designio acerbo uncido inexplicable a lo trascendente.
Si el mundo no es amigo tuyo, ni las leyes del mundo, ¿qué inclina al espíritu doliente a imaginar siquiera la bondad de un ser supremo que se olvida de su sufrimiento? ¿Qué, siendo aún más rara la conducta a aceptar su desdicha en pos de un designio de dolor y padecimiento incomprensible? En uno y otro caso la fe está presente: en una se sumerge y, subrepticia, se revela contra la voluntad divina; en el otro, consiente y acepta por mor de la suprema disposición andar la senda inescrutable de su destino.
No obstante, de todo lo dicho con anterioridad, se sigue la impronta positivista, imponiendo con férrea ley a través de la decisión de sus principios formalistas y reductivos, a dar explicación y enfoque a esta inclinación de indagar o pensar o siquiera sentir lo trascendente. La restricción y atención a la sintaxis de la forma son claras, como también que coarta y restringe cualquier ingenio, intuición o clarividencia creativa. Es una postura altamente conservadora en tanto que en este reducto positivo se encuentra la seguridad de lo conocido, por temor insistimos, a enfrentar cualquier inquietud que nos lleve a la inconsistencia, no tanto de las proposiciones creativas expuestas, como la de nuestros principios férreamente construidos para su ¿indiscutible? coherencia. Esto ha sido así hasta en el mismo ámbito del corazón de la ciencia: la matemática.[1]
El afán mecanicista de proseguir ciegamente con la óptica de seguir sus instrucciones mecánicas para defender el constructo, decíamos en principio, de las matemáticas, científico en particular y del pensamiento en general, es evidente. Así las cosas, cuando ni siquiera lo que era incuestionable como la estructura y configuración de la matemática, y cuando esta tampoco es reducible a una demostración formal y mecánica, qué habríamos de decir de todas estas y otras inquietudes que salen del axioma formal-positivo de la ciencia y del pensamiento en la actualidad.
Parece que, para las mentes menos influidas por el prejuicio mecanicista, es evidente la necesidad de, al menos, el reconocimiento de que el fomalismo (sintáctico) no puede reemplazar a la semántica, y que los significados (el sentido), es de una necesidad hoy día acuciante. La intuición de lo trascendente, acaso merece una atención mucho más dedicada de lo que en la actualidad se destina.
El reconocimiento llevado a cabo en el ámbito de la matemática (la misericordia de Dios protege a las matemáticas de ahogarse en mera técnica)[2], mediante el que la propia sistemática de axiomas no puede demostrar la coherencia mediante su propio sistema[3], es hora de que vayamos aceptando que sólo un sistema formal inconsistente puede demostrar su existencia.[4] ¿No es hora que indaguemos con amplitud de miras esta propensión en modo alguna extraña de los seres humanos a pensar algo más grande que ellos mismos? ¿No hay una curiosidad por saber cómo personajes insignes (muchos de ellos geniales científicos) mantienen no ya una curiosidad al respecto, sino una fe convencida sobre la veracidad y por tanto la existencia de tal magnitud inmarcesible?
Es
lo que tratamos nosotros, con toda humildad de indagar, partiendo, como es
imprescindible, de la razón, la lógica y el método propia de la ciencia, pero
también reconociendo sus límites incuestionables. En próximas entradas del blog
Ancile daremos cuenta de esto y de otras cuestiones anexas que nos parecen de
grande interés y reconocimiento.
Francisco
Acuyo
[1] Véase la obsesión por cerrar de
manera definitiva la completitud y consistencia del sistema formal de axiomas
de la matemática por el programa de Hilbert que, a la postre acabó por ser
refutado por el lógico genial Kurt Gödel con su teorema de incompletitud.
[2] Simone W.: The Pythagorean
Doctrine, en Intimations of Christianity AMong the Ancient Greeks, Ark
Paperbacks, Londres, 1987, pág. 165.
[3] Deducción lógica del principio
de incompletitud para la aritmética de Gödel.
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