Para la sección Pensamiento del blog Ancile, y siguiendo con la temática del positivismo y la mente, traemos el post que lleva por título: Minimalismo positivista y la huida hacia adelante de las ciencias de la mente.
MINIMALISMO POSITIVO Y LA HUIDA HACIA
DELANTE DE LAS CIENCIAS DE LA MENTE
La antifilosofía positivista parece haber hecho su agosto en el ámbito de las neurociencias.
La negación sistemática de cualquier tipo de pensamiento fuera del ámbito experimental
sensitivo, como sucede con la metafísica, la filosofía, la lógica y la misma matemática
(pura o impura) no son más que subterfugios e ilusiones de un lenguaje si no mal utilizado,
desfasado de la ¿modernidad? Positiva, pues no hace sino dirigir equívocamente nuestro
pensamiento. Así la filosofía (¿también el arte?) empieza y finaliza en el mismo análisis del
lenguaje. La madre de todas las ciencias, según estas delirantes aseveraciones, será la
física, en virtud de que esta se fundamenta en la experiencia sensible, ¿sólo en esta
experiencia? ¿Qué sucede con las derivaciones de la teoría de la relatividad y de la
mecánica cuántica? El silencio wittgensteiniano fue en verdad muy mal entendido: en este
silencio radica el valor más importante y profundo de las cosas para el propio
Wittgenstein.
El minimalismo positivo se ha adueñado de la neurociencia y de la misma
psicología. No han aprendido nada de la nueva física ni de las matemáticas más
acendradas (estas últimas dejaron de ser incluso una ciencia)1, por supuesto nada del
desarrollo simbólico de las culturas antiguas y sus manifestaciones artísticas y religiosas:
todo eso pertenece al uso de un lenguaje periclitado, insuficiente e innecesario para la
aprehensión de la realidad.
La religión positivista malinterpretó incluso los principios básicos de la misma
física: el tiempo y el espacio relativos einstenianos pasaron a ser doctrina y dogma para
este minimalismo singular, cuando para Einstein solo era una declaración acerca del
mundo físico2. Rechazaban (cosa alucinante) que la matemática y la intuición pudiese
alcanzar la realidad última, solo la experiencia sensible es portadora de la verdad. Pero la
verdad es que en modo alguno hay razones por las cuales debamos tener menos
confianza en esta clase de percepción, es decir, en la intuición matemática, que en la
percepción sensible3.
Las nuevas ciencias de la mente adoptan el desvarío positivista para aceptar sólo lo
que se puede describir sensorialmente de todo proceso mental, por lo que no hay proceso
abstracto o intuitivo que pueda proporcionar comprensión de ese dominio: nada puede
decir la interpretación simbólica, matemática o no, sólo lo verificable mediante
mecanismos de experiencia sensible4 podrá ser estimado como real sobre lo que la mente
sea en su constatación orgánico cerebral. Todo lo que no sea constatable mediante la
comprobación empírica es rechazable (Ernst Mach), llevando el desvarío el despropósito a
la negación de las entidades atómicas simplemente porque eran invisibles al sentido
humano, y desde luego a cualquier forma de conocimiento estadístico o de probabilidad,
fundamentales en la física cuántica, que por cierto, tan extraordinarios resultados
prácticos da en forma de avances tecnológicos, desde luego bien palpables para
cualquiera que quiera que quiera ver la realidad.
¿Qué ha llevado a las neurociencias y a las tendencias modernas de la psicología a
arrostrar semejante prejuicio, incluso sin hacerse conscientes del mismo? ¿La ingeniería
genética y neurocientífica no aceptará nunca su gran equivocación positivista?
¿Reconocerán algún que los genios de la física (Einstein y los físicos de la mecánica
cuántica, por ejemplo) se sirvieron de la metodología postivista para defender
precisamente sus propósitos ¿filosófico-metafísicos? que describen la realidad del tiempo
y el espacio tan certeramente?
Una de las proclamas más enérgicas de la neurociencia es el rechazo de que cualquier
manifestación de la conciencia o de la psique (incluida la fe, sobre la que venimos
disertando en anteriores entradas), no son más que ilusiones de la única realidad material
de dónde proceden: el cerebro. Todo, en fin, queda reducido a la función de las
estructuras cerebrales. Parece que este órgano excepcional es la sede monolítica de
donde procede cualquier fenómeno psicológico, cultural, artístico o religioso. Todo está
escrito en la piedra suprema de la estructura cerebral. Parece que la plasticidad que
empieza a ser reconocida en dicha estructura neuronal significa poca cosa. Las
modificaciones del mismo cerebro provocadas por estímulos, acontecimientos, sucesos
exteriores materiales o no, no parecen merecer un grado de atención suficiente para
indagar sobre la verdadera naturaleza de la mente y de su receptor y emisor complejísimo
que es el cerebro.
Indagaremos en próximas entradas sobre todas aquellas circunstancias
(¿exteriores?) que son capaces de modificar la propia estructura cerebral y hacer de
nuestro entendimiento lo que es, una dinámica invisible que une todas y cada una de las
cosas para el proceso más importante del universo: la creación, o el impulso creativo.
Francisco Acuyo
1 Según Rudolph Carnap, acaso el más insigne positivista, las matemáticas no son siquiera un lenguaje capaz
de albergar pensamientos, sólo la sintáxis lógica del mismo lenguaje.
2 Yourgrau, P.: Un mundo sin tiempo, Tusquet, Metatemas, Barcelona, 2007, pág. 49.
3 Gödel, K.: Cellected Works, vol. 3 , Unpublised Essays and Lectures, Oxford University Press, Nueva York,
1995, Pág. 230.
4 Muy de moda están las medidas y gráficas del cerebro en su estructura y dinámica a través de la tomografía
por emisión de positrones, mediante la cual pueden constatar sensorialmente la complejidad de aquél.
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