Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos el pregón de Navidad que nuestro colaborador y querido amigo Alfredo Arrebola, llevó a cabo en la Casa de Jaén de Granada, que viene muy apropósito en estas fechas.
PREGÓN NAVIDEÑO
Señoras y Señores, amigos todos.
Volveremos, un año más, a
celebrar la Navidad. Pero una Navidad cargada de muchas e inquietantes preocupaciones: llevamos ya
muchos meses padeciendo la epidemia más cruenta que ha experimentado la débil y
frágil humanidad en un siglo. Sin
embargo, siempre se viene cumpliendo aquello de… ¡Dios aprieta, pero no ahoga!.
Deseo manifestar públicamente mi más profunda gratitud a la CASA DE JAÉN EN GRANADA por haber tenido a bien invitarnos – María Sillero, Ángel Alonso, Toñi Barroso y quien os habla – para celebrar en este recoleto y artístico Salón el “PREGÓN DE NAVIDAD 2020”. Y como es natural, quiero ofrecerles una breve y sencilla reflexión de un Cantaor que, por fortuna y “con la ayuda de Dios”, ha logrado una mediana formación filosófica, teológica y flamenca – como intérprete y estudioso – puesta siempre al servicio de las personas interesadas en estas materias: ARTE y RELIGIÓN.
Pues bien, una de las más preclaras inteligencia de la Filosofía, Hegel (1770 -1831), dijo: “Toda la historia tiende a Cristo y viene de Él; la aparición del Hijo del Hombre es el eje de la historia humana”. No cabe, a mi juicio, mayor profundidad reflexiva, ya que se adapta totalmente a la verdad histórica y teológica. La teofanía de Cristo, hecha carne humana, es un misterio que escapa a la capacidad intelectual del ser humano. Por eso es misterio. Ahora bien, ¿qué papel juega el Arte flamenco – trilogía de Cante, Baile y Toque -, podríamos preguntar, en una fiesta tan específicamente cristiana y, al mismo tiempo, tan andaluza?. Es precisamente la pregunta de un Cantaor y humilde aficionado a “escribidor”.
No olvidemos, amigos míos, que fue en
esta tierra andaluza donde se instaló el
primer belén artificial para recordar el hecho más trascendental en la
historia de la humanidad: El Nacimiento del Mesías, anunciado por los profetas
del Antiguo Testamento y tan esperado
por el pueblo Israel. Es decir, DIOS HECHO HOMBRE. Lo repetimos, una vez más,
misterio y nada más, aunque se estudie
incluso “a la luz de la razón natural”.
Belén es, sin duda, el punto de
inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí, Dios, en la casa del pan,
nace en un pesebre, en un auténtico establo, no en ese alegre y ágil portal –
nos dirá Govanni Papini (“Historia de Cristo”) - que los pintores cristianos
han diseñado para el Hijo de David,
como si se avergonzaran de que hubiera nacido Dios en la miseria y la suciedad.
En Belén descubrimos que Dios no
es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado
desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: “Tomad, comed: esto es mi cuerpo” (Mt 26,26). El Niño de Belén
propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar:
signo específico y distintivo del cristiano creyente.
Ante el pesebre, deberíamos comprender que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el AMOR; no es la voracidad, sino la CARIDAD; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar. En Navidad recibimos a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca. Al subir a Belén, casa del pan, podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir? ¿es el Señor o es otro?.
Y como creyente real y practicante, entrando
en la gruta y viendo la tierna pobreza del Niño, cabría preguntarse:
¿Sería yo capaz de prescindir de tantos complementos
superfluos, para elegir una vida más sencilla? En Belén, junto a Jesús,
preguntémonos, amigos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene? El
apóstol y evangelista Juan nos lo dice bien claro: DIOS ES AMOR, y quien
permanece en el amor, en Dios permanece y Dios en él” (1Jn 4,16). Este sería,
pues, el verdadero, auténtico y teológico sentido de la Navidad.
Todos sabemos de memoria que la
Navidad es tiempo de pastorales callejeros con su zambombas, panderetas,
botellas de anís, villancicos, ¡y tantas y tantas otras cosas más!.
Pero, Señoras/Señores, la Navidad son días, para muchas personas, de copiosas heladas y nevadas sin fin sobre el alma; días de establos abandonados, de frío, de hambre, de soledad, de dolor… Y hoy, de letal pandemia.
José y María sufrieron en sus almas y
en sus cuerpos la desolación y la amargura de verse rechazados, por
insolventes, de los lugares donde palpitaba el fuego, alrededor del cual
comían, bebían y reían los considerados pudientes, los teóricamente dichosos.
Asimismo, la Navidad es tiempo de zozobra para quien le calcina su soledad no deseada; para quien en fecha no lejana perdió para siempre a un ser querido; para quien ve crecer en su jardín, descuidado por falta de ilusiones, la planta amarga del desamor; para quien tiene su nave envarada bajo las blancas sábanas de una cama hospitalaria; para quien eligió con valentía la soledad silenciosa al desterrar de su alma, de su sangre y de sus días a un corazón indiferente; para quien no tienen nada qué comer ni qué beber o no tiene ganas ni gusto en ello; para quienes, como dijo un viejo poeta andaluz, desearían que los dejasen comer un huevo duro y un yogour, de pie, mirando a ningún sitio, con los ojos demasiado secos para ver, o demasiado arrasados en lágrimas…
Para ellos, esta efemérides religiosa
es una fiesta de gozo y de gloria, precisamente para ellos, los no dichosos,
porque la Navidad y el “pequeño Dios” vienen a despertarlos de tantos y tantos
sueños de tristezas, soledades, amarguras y miserias, y a enseñarles a mirar la
vida y a vivirla con la sonrisa abierta
y la mirada inmaculada de un niño. Cada una de estas personas
tiene un lugar privilegiado en mi corazón y en mi cante:
Porque Dios es mi destino,
son estrellitas del cielo
las piedras de mi camino
(Soleá:“Mi cante es una oración”.
A. Arrebola, Málaga, 1986).
A ellos, para endulzarles, en lo posible, no sólo estos días de la fe cristiana, sino todos los días de cada año; para ayudarles a transportar sus cargamentos de soporíferas montañas, y para darles luz de ilusiones y trigo de esperanza en el trayecto tortuoso del camino por donde van, yo les ofrezco esta breve y sencilla reflexión, portadora de mi “fraternidad franciscana” con todos los “hombres de buena voluntad”.
La lengua juega con los términos Navidad, Natividad, Nacimiento… pero de Dios, hecho “Hombre” misteriosa y milagrosamente en las purísimas entrañas de una mujer, a la que llamamos con admiración todos los cristianos la “Virgen María”. Declaro, libre y espontáneamente, que soy “hombre de fe”, pero a nadie obligo – lógicamente – a aceptar lo que yo siento y practico. Sin embargo, también manifiesto, sin miedo alguno, que hablo desde mi propio testimonio de español, andaluz y cristiano, lo que me lleva a pensar qué nos puede decir el Arte flamenco en la Navidad.
¿Qué expresa el flamenco? Todo: lo que pensamos, sentimos y creemos. El Flamenco es la voz universal de Andalucía – hoy “PATRIMONIO HISTÓRICO DE LA HUMANIDAD (2010) – y en esa alma está presente el sentimiento religioso, reflejado en sus coplas. Ahora bien, una forma de manifestar el pueblo andaluz “su religiosidad” - que está muy arraigada – la encontramos exactamente en la Navidad, aparte de que muchos cantes hunden sus raíces en los llamados “Cantos religiosos de la Iglesia cristiana”.
No se olvide que ni la Ciencia, ni la
Literatura, ni el Arte pueden prescindir de las realizaciones que el pueblo ha
logrado, no colectivamente, sino sirviéndose de guiones creadores especialmente
aptos para las faenas científicas, literarias o artísticas que, precisamente
por responder a las necesidades simbolizadoras
del “Alma popular”, cayeron en el anonimato.
Algo, pues, parecido les ha sucedido también a los cantes flamencos por Villancicos, aunque los “villancicos navideños” marquen la plenitud de la inspiración religiosa en la breve historia del Arte flamenco. En este sentido, mi inolvidable y llorado amigo José Luís Buendía López, ilustre Profesor Universitario y Flamencólogo, nos dejó dicho que en casi toda la lírica primitiva se dan dos fenómenos:
1.- Letras que no se han
concebido con un contenido religioso, sino como mero canto laico dedicado a
la mujer, se carguen de espiritualismo
“a lo divino” y con ellas se cante a la
Virgen María o a cualquier otra advocación religiosa y,
2.- Utilizar como tema profano algunos de los concebidos como materia religiosa.
Resulta, por tanto, difícil saber
cuándo estamos en presencia del
villancico propiamente navideño. Se admite que ya en el siglo XIII
afloran gran cantidad de villancicos y la fusión de lo profano y religioso. Ambas formas, a través del tiempo,
se adaptaron perfectamente en Andalucía. Y tal es así, que el andaluz se acerca
al Misterio con una gracia y sentimiento
especiales:
María se está poniendo
un vestidito de novia,
que va a parir
esta noche
un niño como una rosa.
Ahora bien, si otros aspectos religiosos representan residuos ancestrales y bastardos de panteísmo o formas corrompidas de cristianismo, los villancicos se caracterizan por “su pureza cristalina y por la ternura de su inspiración”. Todo es en ellos alada gracia y cálida humanidad. Los villancicos flamencos, por su parte, desbordan alegría y esperanza ante el suceso sublime y generoso del Nacimiento del Señor. Sus letras están entre las más bellas y conmovedoras; se nutren de los Evangelios, incluso los Apócrifos y añaden, por su cuenta, episodios y circunstancias de extraordinaria fuerza poética.
La Navidad invita a contemplar lo que Dios ha hecho por nosotros: AMARNOS en la persona de Jesús de Nazaret. Por eso es una fiesta de alegría, aunque para muchos sea triste. No obstante, el espíritu de la Navidad siempre debe producir una alegría y un gozo que nada ni nadie nos debe quitar. Porque la Navidad es la celebración, la toma de conciencia del amor que Dios tiene a los hombres manifestado en Jesús, el cual acepta nuestra condición humana y anuncia un mensaje de liberación que entraña gran gozo, y no menor esperanza en esta complicada realidad existencial y psicoantropológica de todo ser humano.
Ser conscientes de esta realidad de salvación es el fundamento metafísico de nuestra alegría navideña. Pues bien, amigos todos, no olvidéis que todos estos sentimientos los sabe expresar perfectamente el Arte flamenco, en sus formas de Cante, Baile y Toque, que supo asimilar todo el caudal lírico peninsular que desde lejanas épocas medievales cantaba la Navidad, y formó con él un nuevo y fresco venero de limpias y flamenquísimas manifestaciones andaluzas de ese mismo sentimiento: Una forma de conocer la esencia histórica y distintiva de un pueblo cuya cultura – milenaria y autóctona – era la más antigua de todo el Mediterráneo, en palabras del filósofo y escritor don José Ortega y Gasset (“Teoría de Andalucía”, 1927).
Y por ello no es raro encontrar por
todos los “palos flamencos” las estrofas que venían del más viejo tronco de nuestra lírica nacional:
EL VILLANCICO. Y así, desde siempre, se le ha tenido como “la más rara
manifestación lírica europea”. La Real Academia de la Lengua lo define así:
“Composición poética popular con estribillo, y especialmente de asunto
religioso, que se canta en Navidad y otras festividades”.
En la mente de cualquier andaluz,
medianamente culto, está bien presente que Andalucía ha entonado, desde
siempre, sus mejores villancicos, nanas, canciones festeras para celebrar la
venida del Salvador a la tierra. Como también se sabe que Andalucía ha
compuesto una completísima antología de temas navideños no sólo en el folclore,
sino también en los más variados
estilos flamencos.
Por su parte, el flamenco adquiere su dimensión más profunda al impregnarse de emoción religiosa. Andalucía ha cantado siempre a la Navidad – lo repetiré una vez más -: desde Linares a Andújar, donde existe una vieja y rica tradición, hasta Ayamonte, el Flamenco celebra la Navidad con sus cantes: campanilleros, nanas, bulerías, malagueñas, peteneras o fandangos, etc.; incluso está probado que los villancicos pueden bailarse.
La Flamencología viene afirmando que posiblemente hayan sido Sevilla, Cádiz y Jerez los centros más destacados en villancicos. Nombres como Niño Gloria, La Pompi, Manuel Torres, Terremoto, en Jerez de la Frontera; Niña de los Peines, Manuel Vallejo, Antonio el Sevillano, Pepe Pinto, Antonio Mairena, Bernardo el de los Lobitos, Pepe Marchena…, en Sevilla; y Manolo Vargas, Pericón de Cádiz, Niño Solano, Canalejas de Puerto Real…, en Cádiz, cantaron por Soleares, Cantiñas, Martinetes, Tanguillos, Tientos, Malagueñas, Bulerías … al Niño Dios.
Y -¡cómo no! - Huelva ofreció su
rancio y difícil fandango para cantar a Dios hecho Hombre, como lo viene
haciendo Granada con sus antiguas Cachuchas, Tangos del Sacromonte, La Mosca,
Bulerías, mezclados con sus zambras, para alegrar al Jesús infante de Belén;
Córdoba lanzará al Rey de los Cielos los cantes por Serranas y Fandangos de Lucena. Málaga, “La cantaora”, despliega sus policromados Verdiales,
Cantes del Piyayo y Malagueñas a Aquél que, siendo todo, tomó
para sí la “nihilidad” humana, como lo harán Jaén, Almería y todo el Levante
español cantando a la Navidad por los más diversos palos flamencos: Jaeneras,
Cantes de madrugá, Tarantas, Cartageneras, Tarantos, Murcianas, Mineras….
Y, finalmente, pienso yo que por algo se le
ha llamado a nuestra Andalucía “La tierra de María Santísima”, Madre de
Jesucristo, Señor de cielos y tierra. Por ello, el pueblo andaluz, de
ancestrales raíces culturales, ha querido expresar su más profundo
agradecimiento al Dios-Hombre – Jesús de Nazaret, Cristo, el Mesías, Jesucristo
– sirviéndose de su rico folclore y arte flamenco.
Muchas gracias, Alfredo Arrebola,
Profesor-Cantaor (Dei
gratia).
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