Ha fallecido nuestro entrañable amigo, excelso cantaor, flamencólogo y teólogo Alfredo Arrebola. Este post que hoy ofrecemos en nuestro blog Ancile, me fue enviado en mayo, y que fue escrito ya con serias dificultades debido a su enfermedad y donde exponía con evidencia su sincera devoción religiosa. Alfredo Arrebola creía, pero con la fe que da la razón más adusta y reflexiva, la razón del conocimiento profundo extraído de la filosofía de los doctores, fueren o no de la Iglesia. Hombre extremadamente culto y a la vez cercano que se hacía querer por su simpatía y por su erudición, por su compromiso con los demás, por su generosidad, todo lo cual le llevaba a gozar del atractivo, la cordialidad y buen entendimiento con todo aquél que con buena (y a veces no tan buena) voluntad se le acercara. Dejo aquí a disposición de los lectores de este blog la sección Apuntes histórico teológicos de nuestro blog, que ha estado a su disposición hasta el día de hoy, y que dejo para quien quiera ilustrarse con su sabiduría y siempre compasivos sentimientos. Los que le quisimos y gozamos de su amistad sincera no le olvidaremos.
IDEALES DE JESÚS
DE NAZARET
Hoy, leyendo el evangelio de San Juan, mi espíritu se ha llenado de alegría y satisfacción espiritual: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12), les decía Jesús a aquellos endemoniados fariseos. La luz nos hace ver muchas cosas feas dentro de nosotros que no queremos ver: vicios, soberbia, nuestro espíritu mundano…, algo que nos ciega y, lógicamente, nos aleja de la luz de Jesús.
La lectura cotidiana de los evangelios - lo digo con la mayor honestidad y sinceridad posibles - me da la suficiente luz para seguir, días tras día, el camino que nos trazó el “Divino Maestro” de Nazaret. Y eso no lo hace ninguna palabra humana, sino la de Jesús, venida desde lo más alto. Hoy precisamente – de manera especial en nuestra “querida” España -, donde por indolencia nos dejamos arrastrar por un progresismo rabiosamente laicista, cuya indisimulada aspiración no es otra que marginar cualquier signo cristiano que se manifieste públicamente.
Creo que no hay un momento más idóneo para hablar de los “Ideales de Jesús de Nazaret”, como el de Semana Santa – tan hipócritamente vivida en nuestro propio país – porque, teológicamente analizado, Jesús es la Vida y la Resurrección, ya que con su amor crucificado venció la muerte. En Jesús, Dios nos da la vida eterna, la da a todos, y gracias a Él todos tenemos la esperanza de una vida más auténtica que ésta. “La vida que Dios nos prepara – afirma el Papa Francisco – no es un sencillo embellecimiento de la vida actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia” (cfr. “Evangelio 2022”, pág. 123).
Jesús, nuestro “Hermano Mayor”, es el único mediador entre nosotros y Dios. Por eso los creyentes cristianos mantenemos la mirada fija en Jesús porque la fe nos viene de Él. El Evangelio de los apóstoles sobre Jesús de Nazaret y de lo que había acontecido en la Pascua, escribe el Teólogo Paul M. van Buren (1924 – 1998), fue proclamado como la noticia de un acontecimiento que valía la pena fuera escuchada por todos los hombres (cfr. “El significado secular del Evangelio”, pág. 167). Y no olvides, estimado lector, que la fe cristiana requiere un mínimo de conocimiento de los relatos de los Evangelios. He aquí, pues, el fundamento histórico y ontológico de mi diaria lectura del Nuevo Testamento.
Como creyente, estoy totalmente convencido de que signifique “Dios” lo que signifique – como la meta de la existencia humana, como la verdad sobre el hombre y el mundo, o la clave para el sentido de la vida – debe encontrarse en Jesús, que es “el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Porque, a la verdad, no tenemos idea alguna de qué es lo que confirma o contradice la aseveración de que quien ha visto a Jesús ha visto al Padre. Si no conocemos de antemano la palabra “Padre”, ¿cómo podremos demostrar, verificar o refutar esta pretensión?. El Nuevo Testamento y el Evangelio de Juan especialmente, insisten, además, en que aparte de Jesús, sólo podemos tener falsas concepciones de “Dios” (cfr. Mt 11,2; Lc 10, 22; 1Cor 1,21; Jn 1, 18; 8,19; 17, 25). Y a la inversa, “con” Jesús, uno no tiene necesidad de buscar una concepción de Dios, idea ya defendida por Martín Lutero ( 1483 – 1546).
Jesús de Nazaret fue un hombre libre en su propia vida, que atrajo a seguidores y produjo enemigos según la dinámica de su personalidad y de una forma comparable al efecto que otras personas liberadas en la historia sobre los hombres a su alrededor. Murió como resultado de la amenaza que semejante hombre libre plantea a los hombres inseguros y encadenados. A causa de la nueva perspectiva en que los discípulos le vieron y a causa de lo que les había acontecido, la Historia tenía que incluir el acontecimiento de la Pascua, que hemos recordado en estos días de Abril. Al narrar la historia de Jesús de Nazaret, por lo tanto, la relataron como la historia del hombre libre que había hechos libres. Esta fue la historia como el Evangelio para todos los hombres.Ahora bien, todo ser racional tiene ineludiblemente sus correspondientes ideales, los cuales no son más que proyectos intelectuales que le llevan a realizar sus acciones humanas. Jesús de Nazaret nos dejó bien definidos cuáles fueron sus principales ideas: el Amor y la Misericordia. El único hombre del que se pudo decir “pasó por este mundo haciendo el bien. Una brevísima reflexión nos hace decir que frente a la violencia tan profunda de nuestro mundo, hoy es más necesario que nunca el amor fraterno: que nos sintamos hermanos, hijos de un Padre común como leemos en la liturgia del Jueves Santo. El evangelista Juan nos define a Dios como “amor” (1Jn 4, 16), y Jesús murió por amor. Y, ¿qué rasgos definen ese amor? Está, sin la menor duda, más cerca de las obras que de las palabras; no impone nada al otro, sino que escucha y dialoga con él; respeta al otro, valora su dignidad, y no lo utiliza nunca en su propio beneficio; es servicio; y -¡cómo no! - es auténtico sacrificio por el otro para lograr su plenitud. Ese es el amor que llevó a Cristo a la cruz.
El “Discípulo amado! - Juan – nos dirá: “Hijuelos míos, no amemos de palabra y con lengua, sino con obra y de verdad” (1Jn 3, 16).En la mente de todo cristiano está bien fijo que Jesús de Nazaret hizo opción por los pobres y fue consecuente con su amor por ellos, cuando podía haber optado por los poderosos, vivir bien y olvidarse del clamor de los débiles; entonces no hubiera tenido problemas. Se hizo pobre, y asumió la causa de los pobres, y por eso su vida fue puesta siempre en entredicho, hasta que acabaron con ella (cfr. IDEAL, 14/04/22).
Es cierto: la vida, en su continuo devenir, nos depara muchas
ironías, tantas que algunas nos cambian de mentalidad en el decir y en el
obrar. Todos sabemos perfectamente que la vida
a veces nos hiere y nos aleja de
Dios, pero Jesús nos explica las Escrituras
(Lc 24, 15) y vuelve a encender
en nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza: ¡sublimes ideales
del Divino Maestro!. En una de sus
últimas alocuciones a los fieles, les
decía el Papa Francisco: “Cuando vemos a una
persona generosa y servicial,
mansa, paciente, que no es envidiosa, que no parlotea, que no se jacta, que no
se hincha de orgullo, que no falta al respeto, en definitiva, que ama, esta
persona construye el cielo en la tierra”
. Esos fueron precisamente los ideales de Jesús: Amar, servir a los demás y
hacer en bien. Su recompensa: ser entregado a la terrible y escandalosa muerte de la cruz por las autoridades civiles y religiosas. ¡Cuántas ironías – aunque nos cueste admitirlas - nos ofrece la
existencia humana!
Alfredo Arrebola
Villanueva Mesía - Granada, Abril de 2022.
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