Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos un post nuevo que lleva por título, La casa del ser y la poesía, prosiguiendo las reflexiones sobre el silencio y la palabra poética.
LA CASA DEL SER Y LA POESÍA
La poesía me enseñó (cuando reflexionaba sobre cosas diversas) y exhalaba mi aliento curioso hacia nubes extrañas, que el silencio de la nada no podía ser era sino conciencia. La intuía. Si no hay conciencia es imposible cualquier intuición. Ese orbe intuitivo creo que nos permite ver el límite del uso lingüístico, sostenido por sus reglas de convención y nos abre a cauces no hollados en ámbitos de expresión i-lógicos que, a su vez, abren parámetros de expresión que nos hablan de una necesidad de adopción a un cambio lingüístico para un uso no previsto. Cambio, transfiguración que trasciende la razón estrictamente lógico formal, y que, en no pocas ocasiones, pone evidencia la profunda potencia del pensamiento salvaje (que no participa de las leyes del pensamiento lógico, sino que es dueño de una proyección en el mundo que participa). A su vez nos muestra que hay también una necesidad perentoria de expresarse sin reglas: expone la condición ontológicamente incompleta de todo sistema formal o informal, que incluye no solo a la matemática, también al sistema de reglas mismo lenguaje.
Si el lenguaje está vivo, el lenguaje poético extiende su vitalidad allende a cualquier carácter normativo, pues su compromiso vital excede cualquier encorsetamiento de uso convencional. Una muestra de ello es precisamente su implicación en el orden del silencio lingüístico como prueba de su compromiso, al situarse entre la palabra y el silencio, entendiendo este como una panoplia infinita y silenciosa de posibilidades de expresión y entendimiento, superando el rol de vehículo de información y articulador social, donde lo innombrable puede ser en la nada del silencio que siempre le ronda.
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