COGNICIÓN Y POESÍA
EN poesía es harto frecuente, sobre todo cuando nos situamos ante determinados recursos de estilo –retóricos- como la sinestesia, encontrarnos ante la peculiar y extraordinaria capacidad de adaptabilidad mediante la cual dar cuenta de una inaudita potencia para ofrecer su plasticidad reorganizativa en la que lo sensorial y receptivo resultan imposibles de localizar, estancar, categorizar (convencionalmente) , es decir, donde, por ejemplo, lo visual, auditivo o, en este caso concreto lo relativo al olfato: / En los ojos la flor / marchita la corola, / y en ti empañado, Paula, / el cristal de su aroma[1], no serán percepciones radicalmente recluidas en un ámbito estrictamente definido; la fusión ( y o la transposición) es una cualidad dinámica de su especial funcionamiento que, además, no hace sino ofrecernos así mismo, una aproximación a la realidad polisensorial de la capacidad de recepción perceptiva del poeta.
Lo verdaderamente extraordinario, a mi modesto entender, radica en la forma en cómo el poeta verdadero intuye la vivacidad y organicidad de la materia poética; es decir, el poema – y el verso-, y que será la viva imagen y semejanza de su propio creador, quien, a fin, de cuentas, procesa lo sensorialmente recibido, independientemente de su origen o procedencia, pues en definitiva responde a los patrones energéticos que hablan a su aparato neuronal que no distingue entre imágenes, sonidos, olores… por lo que el poema (verso o versos que encierran la sinestesia) responde a esa capacidad -receptiva y motora- de particular plasticidad reorganizativa de la que hablábamos al principio; véase, por ejemplo: / […] otro sueño rumoroso / que recuerdo, en la azotea / sonaba como la luz[…] o en este otro caso: […]/ la suave brisa que bebe / miel del silencio risueña.[2] Donde lo táctil (suave), lo sabroso (bebe y miel) se funde con lo sonoro (el silencio).
Aquella plasticidad reorganizativa que anunciábamos dará buena cuenta una de sus características primordiales no sólo de la percepción, también de la cognición poética, a saber: la de verterse como un sistema complejo, dinámico siempre abierto. Y como consecuencia capital de este fascinante movimiento, insistimos, será consecuencia directa del singular funcionamiento cognitivo del poeta, el cual diríase retrotraerse a aquellas capacidades (primordiales) del ser humano en su proceso evolutivo de adaptación constante que hoy parece haber concluido.
Si pudiésemos cartografiar la manera de procesar sensorial (intelectual y afectivamente) la cognición poética, veríamos indefectiblemente que la geografía ofrecida sería también inevitablemente la topografía donde las áreas adyacentes de sus influencias nunca pasarían a ser mapas con cesuras fijas, cuyas fronteras estrictas son una franca irrealidad del vívido dinamismo que las anima y que, acaso, también nos dice cómo está constituida nuestra biología perceptiva, receptiva y motora, y que, no obstante, adquiere en virtud de este proceso creativo y artístico como es la poesía, carta de singular naturaleza.
Hola Francisco!, o sea que según el último párrafo: se podría decir que dependiendo de la intención o intensidad del sentimiento, de unas u otras poesías el mapa topográfico de esas emociones nunca sería el mismo, no?.
ResponderEliminarEs posible, igual que cuando se realizan estudios semejantes a esquizofrénicos?.
Sería fantástico! tener algún artilugio portátil que midiera el grado de gravedad cognitiva que ejercemos a la hora de la creación. Vale, es una idea extrema, pero no por eso exenta de cierto sentido del humor, no te parece?. Un abrazo y hasta otra.-