Algunos amigos y lectores habituales
del blog, ha tiempo que me espetaban no sin cierta perplejidad y bastante
disgusto, cómo era posible que después de quince entradas en la sección Amor y poesía del blog Ancile, no había
ya incluido al entrañable y admirado Gustavo Adolfo Bécquer, poeta del amor y
de la poesía por excelencia y como pocos tan certero, directo y arrebatador en
estos temas universales en la lengua española. Pues bien, sin ánimo de
defraudar a tan avisados y queridos lectores, aquí está la ineludible presencia
del poeta sevillano. Poeta de mi adolescencia, del que tanto hube de aprender,
dejó su impronta en mi espíritu aspirante siempre de poeta, no en vano su
delicada y cuidadísima obra poética dejó huella indeleble entre tantos amigos
de la verdadera poesía.
Nada
más lejos de aquellos suspirillos líricos
de corte y sabor germánicos, que diría Núnez de Arce por la influencia de
Heine en nuestro querido poeta, pues estos poemas extraídos de la Rimas, dejaron huella incuestionable por
su originalidad singular, ganándose un hueco de referencia en la historia de la
literatura y la poesía española que, de una u otra forma, habría de marcar
seguras influencias en cantidad importante de poetas de mención posteriores a
él mismo. Además su acervo poético vendrá amparado por una teoría (una poética)
–véase Cartas literarias a una mujer,
o, la Introducción sinfónica al libro de
los gorriones- de no poco interés por su coherencia y particularidad,
conjunto que hace de su mundo poético un ámbito profundo y suficientemente
complejo que precisa de continua y atenta revisión. Queden pues con todos los
adeptos a la entrada Amor y poesía y
del blog Ancile estos poemas seleccionados de Gustavo Adolfo Bécquer.
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER,
EN AMOR Y POESÍA
X
Los
invisibles átomos del aire
en derredor
palpitan y se inflaman,
el cielo se
deshace en rayos de oro,
la tierra se
estremece alborozada,
oigo
flotando en olas de armonías
rumor de
besos y batir de alas,
mis párpados
se cierran... ¿Qué sucede?
—¡Es el amor que pasa!
XI
—Yo soy
ardiente, yo soy morena,
yo soy el
símbolo de la pasión,
de ansia de
goces mi alma está llena.
¿A mí me
buscas?
—No
es a ti, no.
—Mi frente
es pálida, mis trenzas de oro,
puedo
brindarte dichas sin fin.
Yo de
ternura guardo un tesoro.
¿A mí me
llamas?
—No,
no es a ti.
—Yo soy un
sueño, un imposible,
vano
fantasma de niebla y luz.
Soy
incorpórea, soy intangible,
no puedo
amarte.
—¡Oh
ven, ven tú!
XIII
Tu pupila es
azul, y cuando ríes,
su claridad
suave me recuerda
el trémulo
fulgor de la mañana,
que en el mar se refleja.
Tu pupila es
azul, y cuando lloras,
las
trasparentes lágrimas en ella
se me
figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es
azul, y si en su fondo
como un
punto de luz radia una idea,
me parece en
el cielo de la tarde
una perdida estrella.
XVII
Hoy la
tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al
fondo de mi alma el sol,
hoy la he
visto..., la he visto y me ha mirado...,
¡hoy creo en Dios!
XVIII
Fatigada del
baile,
encendido el
color, breve el aliento,
apoyada en
mi brazo
del salón se detuvo en un extremo.
Entre la
leve gasa
que
levantaba el palpitante seno,
una flor se
mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como cuna de
nácar
que empuja
al mar y que acaricia el céfiro,
tal vez allí
dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡quién
así, pensaba,
dejar
pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh! si las
flores duermen,
¡qué dulcísimo sueño!
XIX
Cuando sobre
el pecho inclinas
la
melancólica frente,
una azucena
tronchada
me pareces.
Porque al
darte la pureza,
de que es
símbolo celeste,
como a ella
te hizo Dios
de oro y nieve.
XXI
¿Qué es
poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila
tu pupila azul.
¿Qué es
poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
XXIII
Por una
mirada, un mundo;
por una
sonrisa, un cielo;
por un
beso... yo no sé
qué te diera por un beso.
XLI
Tú eras el
huracán y yo la alta
torre que
desafía su poder:
¡tenías que
estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eras el
océano y yo la enhiesta
roca que
firme aguarda su vaivén:
¡tenías que
romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú,
yo altivo: acostumbrados
uno a
arrollar, el otro a no ceder;
la senda
estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!
L
Lo que el
salvaje que con torpe mano
hace de un
tronco a su capricho un dios
y luego ante
su obra se arrodilla,
eso hicimos tú y yo.
Dimos formas
reales a un fantasma,
de la mente
ridícula invención,
y hecho el
ídolo ya, sacrificamos
en su altar nuestro amor.
LIII
Volverán las
oscuras golondrinas
en tu balcón
sus nidos a colgar,
y otra vez
con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero
aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura
y mi dicha a contemplar,
aquellas que
aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no volverán!
Volverán las
tupidas madreselvas
de tu jardín
las tapias a escalar,
y otra vez a
la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas
cuajadas de rocío
cuyas gotas
mirábamos temblar
y caer como
lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!
Volverán del
amor en tus oídos
las palabras
ardientes a sonar;
tu corazón
de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y
absorto y de rodillas,
como se
adora a Dios ante su altar,
como yo te
he querido..., desengáñate,
nadie así te amará.
Gustavo Adolfo Bécquer
Fiesta delicada de la mejor poesía hispana. Verso enamorado del Amor. Además de esta excelente colección, recuerdo aquel poema del arpa, que decía algo como: "De un rincón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo..." En fin, amigo, que te agradezco mucho este regalo. Un abrazo.
ResponderEliminarEl primer libro de poesía que me regalo mi padre, gracias Paco.-
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