Algunas reflexiones sobre el escurridizo concepto de tiempo aplicado al ámbito de la poesía como singular fenómeno literario y sus inevitables incidencias en el mundo de la filosofía e incluso de la ciencia. Se irán exponiendo en diferentes entradas para el blog Ancile, y todos ellos pertenecientes al libro inédito intitulado precisamente El tiempo poético, e incluido aquí de manera exclusiva para la sección de Pensamiento.
«VED la celestial estela que esmaltado ciñe con pulso azul o blanco, o rojo a veces, el nocturno cielo de esta limpia
noche de marzo añil; perdido siempre en el tembloroso espejo donde miríadas de
estrellas reconocen perpleja la mirada: conocido de aquellas, disfrazado para
uno mismo, detened en su absorto viaje a la pupila ingenua que navega: y ved
que en el mundo sois como el átomo de polvo que en el desierto busca su imagen
ínfima, mas no hallando allí ninguna acompañante, se deshace ella propia
inadvertida, errante, pasajera»
Quiero
llamarles la atención, entreverando unos párrafos que reflexionan sobre el
tiempo poético, con el fin de mostrarles una inquietud que debate la
realidad o ilusión del tiempo en poesía.
Volveré sobre mis pasos, y les invito a reconocer sobre sus huellas si son
razonables mis pesquisas en el asunto.
«Si este instante, en sí mismo, un aliento
consistente tras su transcurso imaginario contuviera un espíritu volátil, mas
perceptible apenas al sentido, diríamos que el tiempo existe; que es después de
todo lo vivido y que en la memoria queda, ya suspenso, en su proceso
irreversible, cual página impresa y que, no obstante, anuncia insondable un
futuro incierto. El hecho que imaginemos su transcurso acaso sea lo que hace
preguntarnos: ¿qué acontece ahora?; y antes ¿qué pasó?; y, ¿qué sucederá
después?. Es por eso que este momento, en esta noche no deviene, se mueve ni
transcurre. El signo constelado se dibuja con los astros en una suerte de
inmóvil movimiento: indican que esta que os habla ahora no es conciencia de
este tiempo o, tal vez, de ningún otro tiempo en lugar alguno acontecido.»
«En noche semejante, y mientras la gélida
sombra alienta el ascua (cuyo innumerable pálpito en su brillo constela)
juntamente al corazón que observa este cielo como un único espíritu. Sumidos en
el asombro interpretamos esas líneas que emparentan idéntica inquietud en
nuestras almas tan distantes de nuestro humano mundo tan remoto, a la galaxia
extrema, donde miles de años luz hacen inaudito este hallazgo.
Yo mismo, aquel que nunca gozó del cielo
constelado de su patria lejanísima, el que nunca, si, como peregrino
imperturbable del infinito y yerto espacio viese (o soñase tal vez) la fronda
de sus valles y la paz de sus ubérrimos prados; que no bebió nunca la música
del agua, ni escuchó el aroma que en la flor el insecto lascivamente alerta; ni
rozó siquiera la suavísima corola de la espuma en la marina luz que acariciara
cálidamente la ribera. Yo. Yo mismo soy quien al extremo del abismo se
estremece por sentir tan cerca de su pecho condenado abrazo tan estrecho y
fraternal presencia.».
«En este instante, en seguida, si
incandescente brisa el cielo, de la noche agita con frescura el ramo azul o
rojo o blanco del jardín sideral que ofrece trémulas sus flores, y de cuya
fronda inmóvil se dibuja, constelado sobre la tierra, el árbol de la sombra al transporte celeste de sus
frutos.»
Son aquellas y estas líneas el resultado
insólito de lo que en otro tiempo quiso ser ensayo de una rara dialéctica:
diseño fragmentario de lo que fue un relato inusitado (y desde luego inédito),
el cual traigo ahora a colación, en este instante, por mostrarles la naturaleza
singular del tiempo poético.
Las
extravagantes piezas en desorden que ofrezco no pretenden pasar de mero esbozo
donde acaso poder mirar el mundo con diversas perspectivas, y con ellas,
aprehender el signo del fenómeno y la posibilidad de entendimiento, y de esta
concepción diversificadora, alcanzar lo que sea el tiempo.
¿Puedo
afirmar, entonces, que presento una realidad distinta (opuesta) a las en
principio ofrecidas? ¿O es que, se entienden adversarias en conciencia de esta
realidad que ahora se os ofrece, si tiempo constatable, si grabado en la
entraña misma de la vida que acontece y la que yo llamo: vida mía?
Así, si digo que al suroeste, en esta época,
aún se observa Orión, el cazador celeste, o que rutilan sobre sus hombros
Ballatrix y su compañera esplendente Betelgeuse; o si brilla a sus pies Rigel,
y en el Can Mayor fulge Sirio; o si las Hiadas y las Pléyades sus racimos
cuelgan; o si Spica comienza a vislumbrarse mientras Leo sitúa su esplendor en
lo más alto; o si ya precipita por el cuello celeste de la Gran Osa, Arturo, su
trémulo fulgor. Si yo digo que siento transcurrir el tiempo en esta noche de
marzo, puede que, sin darme cuenta, esté ya arrojando un viso de incertidumbre
de lo que acontece, de la concreta forma que varía y se sitúa como movimiento
singular de lo que deviene, si, en apariencia quieto, percibimos en su
instante.
Acaso no podemos entender (o ya representar)
nada a no ser en virtud de un axioma, de un sistema o de una convención, ya
sean estos de carácter gramatical, o bien matemático, o musical, etcétera. El
signo, la palabra, subvierte muchas veces la acción y la disfraza por lo que
tal vez designa alguna cosa. Nos cuesta advertir que los objetos suceden y que,
aquella o esta noche y su espectacular visión celeste es más álbum, acopio de
procesos, aconteceres y sucesos que de entidades corpóreas, o sujetos inmóviles
que a través de la experiencia sensorial nos parece que persisten.
¿Es el tiempo poético distinto, digamos, del
rigurosamente científico? También en ciencia se mantiene el tiempo motivo de no
poca controversia.
Mas si partimos del desasimiento conceptual al que invita la
poesía para las grandes ocasiones, cuando más allá de la letra, de la exégesis
formal e intelectual converge en pos de alcanzar su visión integradora del
mundo, de la vida, por la gracia del prodigio que es propio del saber y del ser
intuitivo. Plenitud que se alcanza olvidado del concepto, de la maquinación
consciente, incluso del propio yo que cree distinguir distinguiéndose.
Es la virtud que surge impensable e ingenua de sí misma. Ni la palabra ni el
silencio son suficientes a la hora de contar la magistral naturaleza de
su ingenio, ni por otros medios de conciencia alcanzable.
Bellísima noche de Marzo detenida en el tiempo y en los ojos. Como "es la virtud que surge impensable e ingenua de sí misma", Ananké y Cronos eternamente entrelazados sobre el Universo.
ResponderEliminarBellísimo aporte y nos dejas pensando que tendremos otro libro tuyo, pronto.
Gracias, querido amigo.
Un cordial abrazo.
Jeniffer Moore
Miami, FL USA
El tiempo, amigo. Conocerte a ti, haberte leído en estos "filosofares", sentirse uno en el ajetreo de la vida, siempre ahora, nunca ayer, jamás mañana...enigmas inexplicables a los que me asomo como desde un espacio atemporal. Ya estuve leyéndote antes de que escribieras, ya estuve naciendo antes de nacer y muriendo mi muerte constante, en asombro interminable. Parece que el transcurrir, si existiere, es un deseo insatisfecho, un hambre kármica que acá nunca explicaremos con acierto. La poesía nos sacia en cierta medida porque allí somos algo, por un instante algo más que nosotros, que nuestro horario virtual. Un abrazo. Me fascina el lenguaje depurado, la sutil profundidad de las ideas, el tema argumental, en fin, que lo he leído varias veces y hasta llego a creer que existo.
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