Siguiendo con la argumentación de anteriores entradas par la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos el siguiente trabajo bajo el título: La idea de Dios: Mente y materia, la poiesis del mundo.
LA IDEA DE DIOS:
MENTE Y MATERIA,
LA POIESIS DEL MUNDO
LA actual -y de gran empuje en los estudios biológicos y psicológicos sobre la mente- disciplina de la
neurociencia insiste en identificar todos los procesos mentales con el supuesto hecho de la
materialidad (física) original de los mismos, es decir, que todos ellos son producto, o
mejor, epifenómenos del cerebro. Pero, a
la luz de los hechos y lo sabido del fenómeno (sin duda, enigmático) de la
conciencia, cabe plantearse sino estamos, en virtud de la fuerza arrolladora de
esta piedra rossetta de los recientes
estudios sobre el cerebro, ante una nueva creencia que poco tiene
que ver con lo estimado por el rigor científico, y damos por sentado de manera metafísica algo que en
modo alguno está probado, para acabar convirtiéndose en un mecanismo neurótico[1]
más o menos refinado de defensa psicológica ante un asunto y problemática hoy por hoy irresoluble, cuestión que, por otra parte, ya advirtiera Jung en
muy numerosas ocasiones.
Sin entrar en
la cuestión, a mi modesto entender no menos capital, de las creencias
científicas más allá de su método y epistemología singulares (acaso la
neurociencia ocupa un lugar preeminente entre ellas en la actualidad), podemos
constatar que términos tan riquísimos conceptual y simbólicamente como el del alma,
ya han sido desestimados por los estudios psicológicos, por lo que toda
herramienta terminológica al uso de la ciencia de la mente (nada menos) ha de
pasar por el tamiz material de dicho término, lo cual no deja de ser
arbitrario, máxime cuando en el ámbito de ciencias duras como la física, se está
optando por el uso de las analogías y las metáforas para poder explicar la [2] en relación
a lo que hablamos, ya que resulta muy tentador, si la única herramienta que tenemos
es un martillo, tratar el objeto de examen en cuestión a martillazos.
complejísima
estructura y dinámica del mundo de la materia.
Con Jung y
Maslow cabría plantearse si la conversión al materialismo radical no es, sin
embargo, un ejercicio metafísico rechazable más en el ámbito de la dimensión
científica, amén de suponer una evidente invitación a los oscuros parajes del
sórdido trajinar en un mundo sin sentido que no acaba de satisfacer nuestras
más hondas expectativas en la vida. Rechazar esas herramientas de conocimiento
tropológicas y simbólicas (como las analogías, las metáforas, las sinécdoques,
sinestesias, símbolos….) es acabar por aceptar o reconocer una mente totalmente incompleta del
hombre, por lo que es fundamental atender al hecho incuestionable de aquellos
aspectos mentales, espirituales o como quiera llamárseles que completan la
naturaleza psicológica del ser humano.
No obstante,
de lo anteriormente expuesto, podríamos encontrarnos ante un caso incómodo
de dualismo ya muy debatido, en tanto que, no son pocos los que opinan que el producto mental
obedece tanto a proceso físico-biológicos como realidad material de la mente, y
otra que nos habla de la existencia de otra de realidad de naturaleza diferente que nos habla de cambios físicos -en la materia neurofisiológica- en virtud de
incidencias exteriores (ambientales, por ejemplo) que no necesariamente tienen que ser
materiales. La plasticidad del cerebro parece dar cuenta de esto, en tanto que
puede cambiar esta materia fisiológica cerebral, en virtud de determinadas actividades y creencias
(la música, por parte del virtuoso que la ejecuta en este o aquel instrumento,
incide en una morfología cerebral característica de este tipo de músicos; otro ejemplo
sería la actividad y cambio morfológico de aquellos que hacen algún tipo de
meditación concreta….), hablamos de hechos constatables y verificados mediante
tecnologías de última generación (tomografía axial computerizada) en el campo de la neurociencia, no debemos
acaso ignorar otras que en la vida habitual y cotidiana quedan diluidas por la
metodología científico analítico asociativa en el estudio del fenómeno de la mente y de la
conciencia.
Tampoco
entraremos en un debate nada nuevo sobre, si fenómenos mentales de la conciencia
implican una naturaleza de la mente distinta a la de la materia, máxime
cuando en realidad, no sabes mucho de la naturaleza y funcionamiento de la
propia materia (véase la física cuántica y el papel de la conciencia sobre la
misma). Pero, volviendo a la cuestión anteriormente debatida, ¿es congruente
este tipo de dualismo mente-materia? Antes de entrar en este debate complejo
nos parece importante atender a la idea de Dios desde una óptica cultural, si
es que dicha idea de Dios (y de los dioses) responde a una impronta creativa
social que se pierde en la noche de los tiempos, siempre envuelta en el ímpetu
generador de su imaginación creadora. Mucho tienen que decir aquí los poetas
(Hölderling pretendía // robar al Padre
sus rayos; // robárnoslo a Él mismo;// y, envuelto en cantos, // entregarlo al
pueblo, cual celeste regalo//) como visionarios e intérpretes -platónicos-
de los mismísimos dioses. Pero, ¿la presencia –e intuición- de lo sagrado es un objeto de apreciación
solamente cultural? Las manifestaciones
religiosas basadas en hierofanías y teofanías se prestan bastante bien a un
encaje
socio cultural en tanto que
manifiestan la divinidad al exterior, para bien de los que quieran
atenderlas, pero, no es esta la única forma de aparición de lo trascendente,
hay una forma inmanente, interior de revelación mística cuya morada interior
–teresiana- nos habla de una percepción intransferible (inefable), que la razón
no alcanza, sino la experiencia del ser que es la conciencia suprema.
No deja de
resultar revelador que los intentos de la ciencia basados en modelos
particularmente materialistas no acaban de desarrollar siquiera hipótesis
satisfactorias sobre la aparición de la vida y aún menos en los fenómenos de la
mente y de la conciencia. Volviendo a la cuestión cultural de la idea de Dios,
no está tampoco claro que el acervo experimental basado en la educación y en
los modelos sociales de conducta expliquen definitivamente tanto la
configuración del ego (que, al fin, ha de meditar sobre las cuestiones
trascendentes) como la aspiración o la intuición o la cognición personal de lo
trascendente y de la idea de Dios. De hecho hoy resulta inaceptable aquella
transición o evolución expuesta por Augusto Comte resumida en los tres momentos
mediante los que el hombre obtenía conocimiento del mundo: el momento
teológico, el metafísico y el científico positivo, cuando en realidad han
convivido más o menos pacíficamente y, desde luego, tanto la metafísica como el instinto mismo de lo trascendente distan mucho de desaparecer.
Pero, volviendo
a aquel precario y contradictorio dualismo mente-materia (herencia racionalista
cartesiana), es claro que tampoco el monismo materialista acaba de explicar
cuestiones fundamentales que tienen que ver con las inquietudes más íntimas de
todo ser humano, y por eso es inevitable poner en cuestión la misma realidad
inmanente de nuestras vidas que está bajo la sospecha de aquella intuición de
lo trascendente. La idea de Dios parte en realidad de una visión monista del
mundo que no necesariamente es materialista, al contrario, parece encontrar
sustento en una realidad trascendente en donde rigen una suerte de arquetipos
imbuidos en el inconsciente colectivo por mor de una consciencia unitiva da
sentido al mundo. En próxima entrada reflexionaremos sobre la idoneidad de la
idea y o aspiración de Dios o lo trascendente y la creatividad y su manifestación proverbial -poiesis- en las artes y cualquiera otra disciplina que exija de aquella para su plena realización, y constatar que, en realidad, no tiene por qué
entrar en contradicción beligerante con la ciencia.
Francisco
Acuyo
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