Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos un nuevo y divertido relato de Pastor Aguiar, que lleva por título, La pobre
Elisa.
LA POBRE ELISA
Era Elisa, la
mujer de mi tío Marto, tan buena que le decían “la pobre Elisa”, como si bondad
fuera pobreza. Ella vino desde cualquier lugar para secretearme algo en lengua
desconocida, que me pareció latín. Mientras, la casa se iba llenando de
visitas, sobre todo de muchachos escandalosos y madres ansiosas por enterarse
de los últimos chismes. Mi madre salió con una gran fuente de empanadas fritas
con manteca de puerco, y tal era el aroma, que resbalamos sobre nuestra saliva.
Después que
los muchachos destrozaron todos los búcaros, las lámparas, el reloj y la radio,
se fueron al jardín para apedrear gallinas.
Elisa era
como una más en la casa, y a cada rato tío le enviaba un recado para que le
preparara café, o el almuerzo, pues era tiempo de zafra. La paloma Rosamunda
traía los mensajes en una pata.
Pero esta vez
el gentío era insoportable, y cuando se acabaron las empanadas, se tomaron todo
el café y clamaron por aguardiente, el que Pipo había dejado como herencia.
Ellas mismas, porque todas eran mujeres, se sirvieron cantando décimas
picantes. Al rato ordenaron a mi madre que hiciera un fricasé con tres gallinas
degolladas por los inocentes.
Como la cosa
parecía no tener límites, Mima sacó la escopeta de caza, se detuvo en medio del
comedor y disparó al aire. El estampido paralizó las bocas, momento que
aprovechó la anfitriona para sentenciar.
_ ¡A la que
no se pierda rumbo al coño de su madre en diez segundos, le vuelo la tapa de
los sesos!
Aquello fue
remedio santo para las señoras; pero quedaron los niñotes reinando afuera.
Yo salí al
patio para ver lo que quedaba, y ellos, al menos tres o cuatro, se entretenían
a piñazo limpio contra la barriga de Elisa, en verdad la pobre Elisa, quien, de
tan bonachona, se alzaba la blusa para ofrecerles una enorme masa de grasa
alrededor del ombligo.
Me quedé
dudando de la realidad, pues aquella Elisa no era la que aún hacía limpieza con
mi madre dentro de la casa.
De todas
formas, me fui a la caseta de los aperos de labranza al fondo del jardín y eché
manos al machete. Los chicos que no golpeaban a Elisa estaban sobre la mata de ciruelas, dejándola sin flores. Entonces tumbé dos de ellos a pedradas, y corrí con el arma hacia los otros, entretenidos con la barriga de mi tía política. Tuve deseos de decapitarlos, pero en vez de tal crimen justificado, comencé a repartir planazos en sus lomos, haciéndolos huir a todos por el camino de sus putas madres.
manos al machete. Los chicos que no golpeaban a Elisa estaban sobre la mata de ciruelas, dejándola sin flores. Entonces tumbé dos de ellos a pedradas, y corrí con el arma hacia los otros, entretenidos con la barriga de mi tía política. Tuve deseos de decapitarlos, pero en vez de tal crimen justificado, comencé a repartir planazos en sus lomos, haciéndolos huir a todos por el camino de sus putas madres.
Más tarde fui
a guardar el machete, para regresar al comedor donde Elisa, flaca como era,
terminaba con mi madre de organizar lo poco sano que quedó de nuestros muebles
y utensilios.
_ ¿No estabas
allá afuera recibiendo trompadas de esos malcriados? _ Le pregunté.
_ ¿Yo? Debes
haber visto fantasmas. No me he movido de este salón; le puedes preguntar a María.
En aquel
momento llegó la paloma Rosamunda con un mensaje de tío Marto. Era la hora del
almuerzo.
Pastor Aguiar
Noviembre
16-2016
Muchas gracias, amigo, por la generosidad de publicarme en tu prestigioso blog. Me honra mucho. Abrazos.
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