Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: La realidad y la ciencia: conciencia de la realidad, fragmento del trabajo, Lógica de la decepción, de próxima aparición en libro.
LA REALIDAD Y LA CIENCIA:
CONCIENCIA DE LA REALIDAD
Cada vez son
más los que (sobre todo en el ámbito de la ciencia) concurren en una misma idea:
la conciencia[1] tiene
mucho que decir sobre la realidad (aletheia)
del mundo. Así lo han comunicado hombres apasionados en esta materia, y aun
otros ignorantes de ella pero receptivos a los límites de nuestra ciencia, y de
todos se ha hallado una complaciente aprobación. Al albur de esta intuición son
inevitables muchas preguntas: ¿Hay una conciencia primera, o es nuestra
conciencia la única conciencia? ¿Acaso, la ascensión que ha supuesto esta capacidad
de discernimiento (¿original?) de algún modo –como integrante del proceso mismo
de creación- cae, y diríase que
engendra la materia y con ella el mal del sufrimiento? ¿Nos recuerda el dolor y
la pérdida el genuino germen de aquella subida conciencia (que abarca
cualquiera información y manera de entendimiento) y que es, además, culminación
y al tiempo origen de toda realidad, ya que antes de ella (de esa conciencia
que observa creativamente), aquella otra, la nuestra, es inconsistente?
Los dados –einstenianos- de Dios, ¿no son, en
muchos casos, los dados con los que juegan su destino los seres conscientes? Así
debemos reconocerlo en no pocos casos. Está
en nuestras manos el designio de muchos. Que tomen buena o mala dirección
nuestras resoluciones será porque, a nuestro sabor o error, tomemos decisiones,
y en esta correcta o errónea (y libre) elección aparezca o no el mal del sufrimiento,
siendo este un mal inferido y entendido
de manera razonable, pues cada uno es hijo responsable de sus obras.
Parece
que el problema del mal, si es en verdad un problema, acaso forme parte de ese
espejo distorsionador del que a duras penas interpretamos un trasfondo de
realidad, la cual (salvo en los casos expuestos por nuestras incorrectas
acciones y que reconocemos racionalmente), en verdad sea, en su sustancialidad,
del todo incompresible. Creemos que percibimos no lo que está ahí, sino lo que
creemos que allí está.
¿Nos
sugiere, en cualquier caso, ese necesario
ethós (ética), proveniente del
problema y aparición del mal, bien sea origen del sin sentido azaroso, o bien
de una indescifrable razón divina, que somos presa de un sueño, de una ilusión que
proviene de la separación, en nuestras apreciaciones, del sujeto y el objeto?
¿No será que la necesidad de reconocimiento de la realidad es en verdad sólo
una, y que esa única realidad sea la de la participación, la de la integración
en el mundo, y que todo lo que fuese forzar esta realidad por otra dividida
conlleve necesariamente abrir la herida a la unicidad (del ego,) y con ella infringir la escisión de la totalidad de donde,
en fin, surge el mal –que reconocemos- mediante el dolor?
Es
claro que una de las fuentes más demoledoras de sufrimiento es la muerte. Ya
sea (en potencia) la propia o la ajena. Así es para el vulgo como para los escogidos,
que todos quedan ayunos en entender su sacrificio. Aquello de, como no me he preocupado de nacer, no me
preocupo de morir,[2]
no es un koan –zen-[3]
(aunque la muerte fuese una de las obsesiones de quien, de forma casi inopinada
y despreocupada hablaba en entrevista), no es más que una impostura, un signo
de rebelión contra el supuesto mal de la aniquilación y del sufrimiento que
conlleva la pérdida de la vida y de la conciencia (propias y ajenas). O, acaso
sea una muestra intuitiva de humildad hacia lo desconocido que (intuimos) vive
siempre: en tanto que no podemos demostrar la inmortalidad de aquello
innombrable que nos sobrevive, si así fuese. Tampoco nos permite demostrar su
mortalidad, si es que en realidad comprendemos lo que es la vida y la supuesta
e inexplicable consecuencia de aquella, que es la muerte.
Francisco Acuyo
[1]
Invitamos al acercamiento de los interesados a los presupuestos científicos y
sus consecuencias de la mecánica cuántica y el papel fundamental del observador
en la configuración de la realidad.
[2]
García Lorca, F.: Treinta y una
entrevistas a Federico Garcia Lorca, Entorno Gráfico Ediciones, Granada,
2017.
[3]
El Koan es una cuestión o problema planteado en la filosofía zen con el fin de
observar el maestro los progresos del discípulo.
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