Para la sección Apuntes histórico teológicos, del blog Ancile, traemos un nuevo post de Alfredo Arrebola, quien reflexiona sobre la cuestión de la verdad en su trabajo titulado: ¿Qué es la verdad?
QUÉ ES LA VERDAD
El lírico poeta almeriense Francisco Villaespesa (1877 – 1936) nos dejó escritos estos versos:
Yo me fié de la verdad,
y la verdad me engañó.
Cuando la verdad me engaña,
¿de quién me voy a fiar yo?
La verdad y la mentira
son dos gemelas iguales
que andan juntas por el mundo
sin que las distinga nadie.
(cf.“El Cante de Alfredo Arrebola”. Philips. Madrid, 1979).
No cabe la menor duda: la pregunta formulada por Pilato, como salida evasiva a los planteamientos profundos de Cristo, sigue siendo la eterna pregunta de todo hombre honesto y sincero consigo mismo. Pienso que quien renuncia a esa tarea, renuncia a ser persona, y quien impone esa renuncia - escribe el teólogo Domingo Montero - en aras de cualquier objetivo, lesiona un derecho fundamental: la necesidad de la verdad. Y sigo pensando que la vocación de verdad que padece el hombre en no pocas ocasiones resulta altamente dolorosa. Así le sucedió a san Agustín, peregrino de la “Verdad”, quien, al final, sí encontró la “VERDAD”: Cristo, Hijo de Dios.
Ahora bien, cuando el hombre no reprime esa verdad suya, no la odia ni se cierra a ella, sino que la acepta, entregándosele libremente y sin amargura, allí capta el hombre la verdad como dada a él en apropiación, está en la verdad, que le envuelve y le hace verdadero, esto es, que le hace entregado a la verdad incomprensible y que así le libera de sí mismo. En esta circunstancia, el hombre efectúa en el orden concreto la aceptación libre de su propia trascendencia. Pero, desde el punto de vista teológico, el hombre efectúa algo más en ese mismo acto, dado que esa aceptación está “elevada” en virtud de la voluntad salvífica universal sobrenatural, acepta también su propia ordenación al Dios de la vida eterna, que se desvela en autocomunicación. Acepta, pues, su ordenación a la Verdad por antonomasia (Jn 14,6), verdad que no es sino la autoposesión absolutamente luminosa y amorosa de la plenitud infinita de la perfección, y que se da en apropiación en la visión de Dios, tal como leemos en “Diccionario Teológico” (Herder, 1966).
Según Santo Tomás (1225 - 1274), el hombre puede llegar al conocimiento de la verdad por dos caminos: a) A través de lo que recibe de otro. En este sentido es necesaria la “oración”, en cuanto a lo que el hombre tiene que recibir de Dios, tal como está escrito en el libro de Sabiduría :“Supliqué y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría” (Sb 7,7); b) por sí mismo: entonces es necesario el propio esfuerzo, y en tal sentido se requiere la meditación, cfr. “Diccionario Teológico de Santo Tomás”, pág. 801 (Edibesa, 2018). Porque la verdad, filosóficamente considerada, se encuentra en el entendimiento en cuanto que éste conoce las cosas como son; y se encuentra en las cosas, en cuanto tienen un ser en conformidad con el entendimiento. Los clásicos la han definido así: adaequatio rei et intellectus “Adecuación entre el entendimiento y las cosas”. Pues bien, todo esto es así en Dios en grado sumo. Su ser no sólo se conforma a su entendimiento, sino que también es su mismo entendimiento. Y Dios es su mismo ser y su conocer. Por consiguiente, en Él no sólo está la verdad, sino que Él mismo es la primera y suma Verdad.
Ahora bien, ¡admirados y benévolos lectores!, como estas “reflexiones” no pretenden convertirse en una clase de filosofía y, menos aún, de teología, debo manifestar que la búsqueda de la verdad origina grandes dolores de cabeza. Pero hay que buscarla como lo intentaron los filósofos griegos desde los comienzos de la filosofía, hasta los más sobresalientes pensadores: San Agustín, Descartes, Spinoza, Pascal, Leibniz, Kant, Zubiri, etc. El “camino de la verdad” es un itinerario que comporta, sin la menor duda, diversos niveles.
En mi modesto parecer, pienso que el primero es el de la verdad de uno mismo. ¿Quién soy yo? No ¿qué soy o qué hago? Es la pregunta por la identidad. Sin embargo, una vez lograda esta cota, no hemos alcanzado la meta. Toda persona honesta y sincera – en el orden filosófico y teológico – no puede quedarse ahí. No. Porque, de ordinario, la verdad de la situación personal no es sino el grito silencioso por la VERDAD con mayúsculas. ¡Cuánto ha sufrido mi “res cogitans” en esta búsqueda!. Pero hoy me siento feliz, al comprender que nuestra verdad testimonia la ausencia de la VERDAD en nosotros. “No porque nuestra vida - comenta el teólogo Domingo Montero – esté desprovista, sino porque no está llena de la VERDAD. Y convivir con “medias verdades” ni nos hará felices ni eficaces; ni nos convencerá ni nos hará convincentes”, cf. “Capuchinos Editorial”, pág. 28 (Febrero, 2020). El creyente cristiano sabe que Cristo vino para que tuviéramos vida abundante (Jn 10,10), y la Verdad es la que da calidad a la vida. He aquí, pues, el fundamento metafísico diferencial entre el creyente y el agnóstico.
Por eso tengo plena libertad a manifestar que mi ideal no es simplemente la conformidad con Roma, sino el dar la cara, resistir y mantenerme firme en la lucha por la libertad y la verdad en la Iglesia católica, ya que lo más decisivo para mí ha sido siempre la proximidad al Evangelio de Jesucristo a través de mi vida docente, artística y literaria, al no lograr ser sacerdote capuchino.
Lo que no quita seguir preguntándome – como lo hicieras tú, admirado lector – y ¿qué es la verdad? Posiblemente no sea la seguridad o la certeza de una actitud o situación; más bien la VERDAD aparece en el horizonte de una vida cuando ésta se decide a abandonar sus certezas y seguridades o, al menos, a cuestionarlas. La Sagrada Escritura nos ofrece muchos ejemplos – Abrahán, Moises, los Apóstoles…- que se esforzaron por encontrar la VERDAD: “Por aquella noche oscura / yo iba buscando a Dios, / sin saber que lo llevaba / dentro de mi corazón. Porque Dios es mi destino / son estrellitas del cielo / las piedras de mi camino”, cf. “Mi cante es una oración”. Caña-Soleá , Alfredo Arrebola (Lp. Málaga, 19 89).
Tampoco creo que la Verdad sea “algo- que- está- ahí”, acabado – Prof. Montero – y que solo requiere un asentimiento intelectual o afectivo. El hombre no solo cree la verdad, sino que crea la verdad, en la medida que ésta va aflorando en su propia vida, en la medida en que la verdad va haciéndose yo, y el yo va haciéndose verdad. Creados por la Verdad y creadores de la verdad. Así podemos considerarnos cuantos seguimos tras las huellas de la VERDAD y, por supuesto, considerando que la Verdad es una misión; no valen, pues, actitudes meramente pasivas. La Verdad exige mártires, testigos. Claramente lo dice el apóstol Juan: “Tengo por misión ser testigo de la Verdad. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio a favor de la verdad” (18, 37). Ese fue, por tanto, el error de Pilato: “cosificar” la verdad (Jn 18,38). “YO SOY LA VERDAD” (Jn 14,6). Y desde esta afirmación podemos entender perfectamente que Jesús sea también el “pan de la vida” (Jn 6,35) y la “luz del mundo; el que me sigue no tema caminar en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12) y el Camino (Jn 14, 6).
Desde estas sencillas y humildes “reflexiones filosófico-teológicas” - con el máximo respeto de plena libertad personal – yo confío plenamente en Jesucristo como Él confió en Dios, su Padre, rogándole insistentemente para que seamos consagrados en la Verdad: “Conságralos en la verdad ”; tu palabra es verdad (Jn 17, 17). Y Dios, por amor a nosotros, respeta nuestra libertad. La verdad más grande del creyente cristiano es saber que somos hijos de Dios. Por su parte, san Pablo nos dejará escrito: “Para la libertad nos libertó Cristo; manteneos, pues, firmes” (Ga 5, 1), desde la Verdad, porque... sólo la Verdad hace libres”, como leemos en el Evangelio de Juan (8,32).
Alfredo Arrebola
Villanueva Mesía (Granada), Marzo de 2020
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