Para la sección Pensamiento, del blog Ancile, traemos una nueva entrada, prosiguiendo no obstante, con el tema anteriormente tratado sobre la realidad de las catástrofes y su poder catártico de autorreconocimiento, y todo bajo el título: La muerte iniciática y las grandes catástrofes.
LA MUERTE INICIÁTICA
Y LAS GRANDES CATÁSTROFES
Ninguna criatura puede alcanzar un grado más alto de naturaleza sin dejar de existir[1]. Estas y otras reflexiones o aproximaciones similares al hecho de la desaparición o muerte del hombre coinciden en relación a aquella (a la extinción), como una vía necesaria fundamental para la creación, si es que esta es en verdad la manera más sublime de manifestarse la naturaleza. La creación será más genuina cuanto más definitiva y total sea la muerte hacia todo lo conocido. Solo mediante la extinción a todo lo conocido se adquiere el rango verdadero de creatividad. La muerte iniciática no sólo es común a numerosos ritos de mitologías variadas, más antiguas o más modernas; en cualquier caso la aceptación de esa muerte de todo lo viejo requiere la prevalencia de juicios del iniciado, maestro, gurú, curandero, o en nuestros días, del que emite el juicio político.
Ya adelantaba con grande acierto Joseph Campbell que estos brujos (políticos, insistimos, en la modernidad), aun siendo neuróticos e incluso psicóticos, son los que hacen visibles y públicos los sistemas de fantasía simbólica –hoy ideologías-) que están presentes en la psique de cada miembro adulto de su sociedad[2]. El peligro radica en el hecho de que las colectividades actuales, desubicadas o desintonizadas con lo más profundo de la interioridad humana, aprovechan la ocasión -de la desesperación individual y de los grupos- en las grandes catástrofes para hacer de estas el caldo de cultivo ideal –y demagógico- para sus productos de contagio masivo en pos del beneficio –ideológico y político- propio(s).
No pueden estar más lejos estos gurús ideologizados y perpetuos aspirantes a la consecución del poder –o al mantenimiento del mismo-, de la honda y sagrada aspiración simbólica y espiritual y de lo muy necesaria que es para el ser humano, es fundamental para la búsqueda del sí mismo que no es sino la del otro yo mismo, que diría Levinas, y que debemos reconocer muriendo a todo lo viciado y conocido.
Las desdichadas y angustiosas penalidades psicológicas (y físicas) del individuo, semejantes a la agonía unamoniana, son hipócrita y engañosamente manipuladas por el brujo político sin escrúpulos, inmoral, ajeno a la verdadera necesidad de paliar el sufrimiento del que lo padece, y olvidado de la idea aristotélica del hombre político, al servicio siempre de los demás.
La increencia (no solo religiosa, también moral) que se impone en nuestros días, nos hace huérfanos del saber más profundo, y nos deja inermes ante el peligro de esta plaga demagógica y lacra falsaria de las ideologías políticas de la postmodernidad. La desaparición de los símbolos (tan opimos y enriquecedores en la poesía, la que también quieren hacer desaparecer), así como los impulsos de reconocimiento de una realidad poderosa y cierta más allá de nosotros, nos deja solos para el enfrentamiento contra las catástrofes colectivas e individuales, esto nos hace débiles ante el incitante populismo demagógico que incendia y corrompe las ya adormecidas conciencias de los hombres en la modernidad. Es hora, precisamente en estos instantes de agobio, soledad, ensimismamiento, angustia, de hacer un profundo examen de conciencia y meditar sobre quienes somos y que queremos en verdad.
Volveremos sobre este asunto capital que nos concierne atender de manera urgente en nuestras sociedades y en nuestras conciencias, será en próximas entradas de este blog Ancile.
Francisco Acuyo
No hay comentarios:
Publicar un comentario