Para la sección Apuntes histórico teológicos traemos un nuevo post de nuestro amigo y colaborador Alfredo Arrebola, esta vez bajo el título: Vuelve dentro de ti, !amigo lector¡
“VUELVE DENTRO
DE TI…”, ¡ AMIGO LECTOR!
Jamás he intentado imponer a nadie mis ideas; me agrada más la persuasión y, sobre todo, aceptar el pensamiento de cualquiera que opine diferente a mí. Pero el ser humano está obligado a obrar conforme a los principios fundamentales e inmanentes del recto y ortodoxo proceder. Estamos, pues, en el terreno de “ lo natural”, independiente de toda creencia religiosa, siempre posterior a la ley natural. Sin embargo, la historia de las religiones nos hacen ver que las hierofanías, las teofanías son el modo de manifestarse la divinidad.
En mis largas y objetivas reflexiones he visto claramente que hay otra posibilidad: situar la revelación en uno mismo. Es el camino que han seguido las religiones de la inmanencia, de la interioridad. Según mi modesto criterio – hablo con el máximo respeto a todo ser humano – pienso que Dios está en el interior del hombre y sólo hay que volverse allí, abandonando las realidades exteriores, para encontrarle. Es fácil reconocer que estamos hablando de una evidencia de lo divino, pero posiblemente más íntima y recatada. El apóstol Pablo – columna vertebral del cristianismo – nos lo dijo bien claro: “Dios lo llena todo”. La filosofía “racionalista” de Benito Spinoza (1632 – 1677), a pesar de su panteísmo, está basada en esos principios inmanentes de la divinidad.
Se sabe perfectamente que las experiencias místicas están en esa misma línea. España puede sentirse bien orgullosa de su rica y amplia literatura mística y ascética, que sirvieron – increíble, pero cierto - de fundamento metafísico para admitir la “prueba de la existencia de Dios” (Henri Bergson, 1859 - 1941. Premio Nobel de Literatura 1927). Muchas religiones - afirma el filósofo José Antonio Marina (Toledo, 1939) -, entre ellas la cristiana, han ido evolucionando hacia grados cada vez mayores de intensidad. He aquí, pues, el porqué de esta breve reflexión “Vuelve dentro de ti. La verdad habita en el interior del hombre”, que nos regaló uno de los más grandes teólogos y filósofos de todo el Occidente, San Agustín (354 – 430). Los Vedas y los Upanisad hablan del Ser supremo como situado en la cueva del corazón. Y así en “Katha Upanisad I, 2, 12 leemos: “La persona inteligente que medita en su ser reconoce al Ser divino y eterno que habita en la cueva del corazón”. Nuestra Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582), la más famosa escritora mística, llamaba a esa cueva “morada interior”.Quien replegado en sí mismo, liberado de los deseos, logra mediante la concentración unirse al Uno (Dios), ve claramente la falta de realidad de los seres. Como gotas de agua, las cosas desaparecen cuando brilla el gran sol. Idea que, desde lejanos tiempos, ha fascinado siempre a la inteligencia humana: adentrarse en lo más profundo de su espíritu. Ya el divino Platón (c. 427 – 347 a.C) decía algo parecido en su mito de la caverna: Lo que consideramos como seres no son más que sombras evanescentes proyectadas en la pared de la cueva. Fuera, al aire libre, luce el sol, el Bien, el único. Ciertos filósofos medievales ya hablaban del “infierno de las diferencias”. Si el ser humano fuera capaz de mirar todas las cosas en Dios, las vería hermanadas, pero la soberbia, el pecado, la discordia las independizan. Esta ha sido, sin duda, la trayectoria del ser humano.
¡Oh! ¡Si nos pudiéramos dar exacta
cuenta de lo que es ese mundo interior que llevamos en el alma! ¡Si pudiéramos
comprender cómo el Espíritu Divino habita en nosotros y, además, nos posee!.
Verdaderamente, el Espíritu es el alma
de nuestra alma y la la vida de nuestra vida; ¡causa pena saber que el hombre con
frecuencia olvida ese mundo que lleva dentro! ¡Lástima que, fascinados por las
cosas de la tierra, muchas veces perdamos la noción de las cosas divinas!
¡Ah! A cada uno de nosotros se
nos pudiera decir lo que Jesús de Nazaret dijo a la Samaritana junto al brocal
del pozo de Jacob: ¡Si conocieras el Don
de Dios! (Jn 4,10). ¡No salgas de tí,
benévolo lector!. Ignoras, posiblemente, lo que llevas dentro de tu alma: riquezas
sobrenaturales, riquezas
divinas que puedes maravillosamente explotar. Pues, al fin y al cabo, el hombre está llamado a ser plenamente feliz. Reflexiona y experimenta en tu propio interior porque , nos dice Consuelo Martín, “la experiencia aporta la única verificación posible a la verdad trascendente que puede dar total sentido a la existencia” (cfr. “Introducción” a UPANISAD…, pág. 23 (Madrid,2001).
También en el budismo podemos observar cómo considera que el mundo es una ilusión mantenidapor el apego, como también sabemos que toda la enseñanza de su fundador, Buda (ss. VI-V a.C.), se reducía a las “cuatro nobles verdades”: la verdad de que existe la infelicidad; la verdad de que hay una causa de esa infelicidad; la verdad de que la infelicidad puede cesar; la verdad del camino que conduce al cese de la infelicidad. El mítico eremita defiende una especie de empirismo espiritual: “Aceptar mis palabras, repetía, con relativa frecuencia, sólo y después de haberlas comprobado vosotros mismos; no las aceptéis simplemente por la veneración que me profesáis (…), los Budas sólo indican el camino”. Ese camino se reduce a aniquilar el deseo y alcanzar un nivel diferente de existencia: el nirvana. No lo niego - ¡tampoco me vanaglorio! - de haber estudiado medianamente bien el Budismo.
Sin embargo, quienes seguimos a Cristo, el Unigénito de Dios, sabemos cuál es nuestro camino, que está perfectamente descrito en el Evangelio de Lucas: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian (…). A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman (…) Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es buenos con los malvados y desagradecidos; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterá una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros” (Lc 6, 27- 38).
Larga cita, es cierto; pero no me quedaba otro remedio que servirme del
propio Evangelio que nos enseña que sólo en Cristo - “Camino, Verdad y Vida”,
Juan 14,6 – puede el ser humano encontrar la razón última de su existencia y su
final. Es posible que no alcancemos a comprender esta doctrina sublime; pero
aunque no la comprendamos, ahí están
testigos mayores de toda excepción que nos están indicando que es
posible encontrar, partiendo de uno
mismo, en los múltiples y variados “dolores vitales”, la alegría, y no cualquiera alegría, sino la
“perfecta alegría”, siguiendo la senda del divino Jesús de Nazaret, que “pasó
por este mundo haciendo el bien”.
Alfredo Arrebola
Villanueva Mesía- Granada, Septiembre de 2021
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