Seguimos la indagación sobre los metalenguajes en el arte literario y poético, y todo ello bajo el título: De la narrativa, la expresividad y eufonía del algoritmo, para la sección de Ciencia del blog Ancile.
DE LA NARRATIVA, LA EXPRESIVIDAD
Y EUFONÍA DEL ALGORITMO
Siempre me resulto altamente
fascinante contemplar que el elemento sorpresa, lo inesperado en el
constructo artístico literario, había de ser fundamental como estímulo de
satisfacción estética, y que este había de ser compartido con el fundamento
mismo de toda ciencia: nada menos que con las matemáticas. En el ámbito mismo de matemáticas son muchos los ejemplos y se observan en toda suerte de descubrimientos que exigen demostración, y este resulta altamente bella y elegante: el descubrimiento de la infinitud de los números primos, las conexiones entre
los números impares a los cuadrados…, cuyos elementos argumentales, en parentesco
con los narrativos, emparentan con los del código hermenéutico (Rolan Barthes),
código clave para la explicación de cualquier narrativa a la búsqueda de resolución
del enigma, la cual precisa de una demostración, la cual hará que nuestro interés por
resolverlo crezca, así (junto al aspecto semántico, simbólico y cultural), en su resolución se enriquece el mismo significado.
En
cualquier caso, no es nueva esta apreciación, muy al contrario, no son pocos
quienes, matemáticos y artistas, han venido observando desde hace mucho tiempo tales peculiaridades.
Estos procesos singularmente narrativos tienen la característica de que se
manifiestan como lenguajes que deben ser descifrados, cuya comprensión
responde al grado de entendimiento que tengamos de dichos lenguajes. Sobre la cuestión lingüística se abren perspectivas de mucho interés en dominios como el de la IA. Una de las facetas
más controvertidas de la teoría de la información aplicada a la construcción de
máquinas de traducción, puede servirnos de ejemplo para intentar trazar fronteras
entre el algoritmo traductor y el traductor humano, donde, por el momento, es necesario
reconocer la imposibilidad de que el traductor mecánico iguale la eficiencia
del natural, porque para eso, la inteligencia artificial, tendría que descifrar
nada menos que el problema capital de la conciencia. No en vano la versión del traductor
es mucho más que una exégesis de algo en una lengua llevado a otra, en realidad,
lo que hace es interconectar diferentes conciencias, donde el juego del lenguaje, con sus infinitas sutilezas, no podrá ser puesto en el contexto real que necesita
para la compresión de la comunicación humana en sus diversas manifestaciones discursivas.
En realidad, en poesía y en métrica, como advertía Unamuno, más bien se trata no tanto de una preceptiva, sino de una posceptiva que deviene de las excelencias del uso del lenguaje poético por determinados poetas de genio, que habrían de marcar camino en virtud de la eufónica y expresividaad de su discurso poético. Así pues, si la poesía (y la música), especialmente, ha sido el discurso en el que el algoritmo ha encontrado un lugar especialmente atrayente, no debe en modo alguno de extrañarnos
Veremos que este ámbito del tratamiento creativo del lenguaje nos lleva a planteamientos extraordinariamente sugerentes en torno a los criterios o directrices de valor sobre los que construir un discurso poético, sobre todo porque, según la propia teoría del lector, y dado el carácter hermético de alguna poesía moderna, puede pasar por indistinguible de la producida por un ordenador, cuestión esta que habría causado sensación entre teóricos y prácticos de finales y principio del siglo XX, de haberla considerado seriamente.
Francisco Acuyo
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