Abundamos sobre la cuestión de la dignidad en este nuevo post del blog Ancile, para la sección de Pensamiento; esta vez bajo el título de: El arte de la ética y la estética de la dignidad.
EL ARTE DE LA ÉTICA Y LA
ESTÉTICA DE LA DIGNIDAD
SI el reconocimiento de la
dignidad como derecho humano primordial tiene una fundamental importancia, será
primordialmente porque la aventura ignominiosa del hombre por el poder no tiene
límites. Esto es tan cierto que serán innumerables los momentos y casos en los
que será el ansia de poder lo que ponga en peligro tantas vertientes de los
valores éticos fundamentales, y entre ellos, especialmente la virtud[1]
de la dignidad. No obstante, también es rigurosamente cierto que, si bien la
libertad es el fundamento de la dignidad, no es menos verdad, que el hombre
puede renunciar a esa libertad con una actitud de floja o nula resistencia
hacia lo que puede atentar contra su dignidad. Mas, ¿Qué puede llevar al
individuo a esa situación de anómala indolencia y haraganería moral?
Me
remitiré a algunos casos de flagrante holgazanería ética en el arte, y sobre
todo en el mundo del arte poética, acaso por ser el más familiar a quien
suscribe. Es claro que los usos y costumbres tienen que ver mucho en este caso,
aunque aquellos no sean en modo alguno modelo moral a seguir consecuentemente a
lo que la dignidad supone. Es claro también que el poder es uno de los
sustratos a los que acomodar dichos usos y costumbres, pues, al pairo de aquél,
puede vivirse con grande comodidad y compartir las ventajas que el dominio y
jurisdicción del lo posee puede favorecernos, olvidando la más mínima noción de
respeto hacia nosotros mismos, procediendo, en la mayoría de las ocasiones, con
gran aparato de necedad y, sobre todo, de hipocresía. No son pocos los autores
que medrando al cobijo del poder político han conseguido ventaja y notoriedad
no siempre compatibles con sus méritos artísticos, resultando mucho más
política su labor que creativa.
Queremos
resaltar que, más allá de los imperativos jurídicos que defienden la dignidad
humana, debemos resaltar los imperativos no menos importantes de la dignidad
personal y del respeto al sí mismo que parecen disolverse en pos de un afán de
protagonismo narcisista que olvida el fundamento de toda acción creativa: el
valor de lo estético como producto de la libre imaginación y el amor a lo bello,
sea propio o extraño. Olvidan que la obra de arte es un fin en sí misma, para
ponerla en valor como objeto utilitario con el que obtener ventajas, protagonismo o
disolver complejos de inferioridad irresolubles, lejos del valor agapéico
del espíritu.
Puede
deducirse de lo antecedido en este y otros apartados sobre la dignidad, que
parto de una visión iusnaturalista en tanto que participo de una óptica de la
misma que antecede a la formulación jurídica de cualquier derecho positivo, si
es que, como creo, la dignidad es propia y sustancial al ser humano, si bien
entiendo que esta dignidad debiera ser extensiva a cualquier ser vivo que tiene
su lugar en el mundo de manera singular, aunque muchas veces ponga en tela de
juicio, si el homo aeconomicus, como el zoon politikón aspiran a
alguna dignidad. En cualquier caso, esta falta de pugna por la dignidad, se
trasluce, como decía, en la trayectoria de no pocos artistas de la palabra, incluso
de la poética.
Es
clara esta indignidad en el plano ontológico, en tanto que el ser personal y el
poético se mancilla sin pudor por poca cosa; no digamos en el ámbito de lo axiológico,
donde los valores brillan por su ausencia fundamentadas en jerarquías éticas y
estéticas carentes de principios de equidad y respeto a sí mismos y a los
demás, si todo, como así parece, es legítimo para alcanzar los fines que, como
decía, poco o nada tienen que ver con la estética ni la ética que debe acompañar
a cualquier ejercicio creativo decoroso sea o no artístico.
Verán
en próximas entregas sobre esta particular temática de la dignidad, revestidas
de sarcasmo, chanza e incluso pitorreo sobre las muestras actuales de los que
se dicen poetas o artistas, en los que la falta de dignidad es sin duda una de
sus más sobresalientes e infames características. Eso será, como digo, en próximas
entregas de este blog Ancile.
Francisco Acuyo
[1] Hago
referencia a la hexis (virtud) advertida ya por Aristóteles y señalada
en anteriores entradas al respecto.
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