Traemos para la sección Editoriales amigas del blog Ancile, un post dedicado a la primicia editorial publicada por la Diputación de Granada, en la colección Genil de Literatura, los Romances en el teatro de Federico García Lorca, en edición filológica de Alana Gómez Gray. Reproducimos un fragmento de la introducción de la misma Alana Gómez Gray para que sirva de semblanza de esta publicación que recomendamos vivamente desde esta plataforma digital, para que se hagan en cuanto tengan ocasión con el ejemplar en papel, porque merece la pena en virtud del detalle, rigor y cuidado de la compiladora de los romances y claro está, por la extraordinaria calidad de esta selección de poemas, que estarán singularmente al alcance de los lectores fuera del escenario o insertos en la pieza teatral de donde han sido sabiamente extraídos.
Acompañan esta entrada un par de romances escogidos de la excelente totalidad de estos Romances en el teatro de Federico García Lorca.
ROMANCES EN EL TEATRO DE FEDERICO GARCÍA LORCA,
EN EDICIÓN DE ALANA GÓMEZ GRAY
INTRODUCCIÓN
(fragmento)
DESDE los albores de su aparición en el siglo XIV hasta la fecha, el romance suele formar parte del repertorio habitual de cualquier poeta. La sencillez de su estructura permite una multiplicidad de variaciones que va más allá de la tradicional de octosílabos con rima asonante: romancillos, endechas, heroicos, incluso alejandrinos; lo demuestran las plumas de Gustavo Adolfo Bécquer y de Rosalía de Castro; y también combinando versos de diferentes medidas, tal cual los concibió Antonio Machado. Lo que sí parece inamovible es su idoneidad para contar, pues alude siempre a la narración de un acontecimiento; como apuntase Lope de Vega —aunque no cumpliese lo propuesto en su propia obra— en su conocido Arte nuevo de hacer comedias, «las relaciones piden los romances».
Tal cualidad narrativa la destacó Machado con estas palabras:
Si la poesía es, como yo creo, palabra en el tiempo, su metro más adecuado es el romance, que canta y cuenta, que ahonda constantemente la perspectiva del pasado, poniendo en serie temporal hechos, ideas, imágenes, al par que avanza, con su periódico martilleo, en el presente. Es la creación más o menos consciente de nuestra musa que aparece como molde adecuado al sentimiento de la historia y que, más tarde, será el mejor molde de la lírica, de la historia emotiva de cada poeta (Machado, 1971: 2S6).
Además, por nimio que sea el suceso y con independencia de su temática (popular, de gesta, amorosa, diálogos...), es posible contarlo tan breve o largamente como se desee puesto que el romance no impone otros límites a su extensión que los propios de la historia que canta y cuenta, siguiendo con la expresión machadiana.
De entre los escritores españoles uno que sobresale en el uso de esta forma poética es, sin duda, Federico García Lorca, quien la utilizó con profusión en su dramaturgia. Recordemos aquella afirmación suya de que «el teatro necesita que los personajes que aparezcan en escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre» (García Lorca, 1978: 1078). Esto, unido a su esencial predilección por los versos de tradición oral que nutrieron su infancia, deviene en que la estructura métrica que mejor contribuye a sus objetivos es la del romance.
ACTO PRIMERO
NANA DEL CABALLO GRANDE
Suegra:
Nana, niño, nana
del caballo grande
que no quiso el agua.
El agua era negra
dentro de las ramas.
Cuando llega el puente
se detiene y canta.
¿Quién dirá, mi niño,
lo que tiene el agua
con su larga cola
por su verde sala?
Mujer: (Bajo)
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
Suegra:
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
más fuerte que el agua.
Mujer:
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
Suegra:
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Mujer:
No quiso tocar
la orilla mojada,
su belfo caliente
con moscas de plata.
A los montes duros
solo relinchaba
con el río muerto
sobre la garganta.
¡Ay, caballo grande
que no quiso el agua!
¡Ay, dolor de nieve,
caballo del alba!
Suegra:
¡No vengas! Detente,
cierra la ventana
con rama de sueños
y sueño de ramas.
Mujer:
Mi niño se duerme.
Suegra:
Mi niño se calla.
Mujer:
Caballo, mi niño
tiene una almohada.
Suegra:
Su cuna de acero.
Mujer:
Su colcha de holanda.
Suegra:
Nana, niño, nana.
Mujer:
¡Ay caballo grande
que no quiso el agua!
Suegra:
¡No vengas, no entres!
Vete a la montaña.
Por los valles grises
donde está la jaca.
Mujer: (Mirando)
Mi niño se duerme.
Suegra:
Mi niño descansa.
Mujer: (Bajito)
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
Mujer: (Levantándose, y muy bajito)
Duérmete, rosal.
que el caballo se pone a llorar.
(De: Bodas de sangre, 1931)
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