Seguimos ofreciendo capítulos del trabajo general titulado El tiempo poético, que venimos reproduciendo en la sección de Pensamiento de nuestro blog Ancile, en este caso reproducimos el que lleva por título Poesía e historia social.
POESÍA E HISTORIA SOCIAL
CABE
INTERROGARSE sobre si la poesía puede incorporarse a la concepción histórica
de la materia, donde la
única realidad natural objetiva reconocida es aquella siempre apremiada y
estrechamente unida al sujeto. Así, también cabe interrogarse, si la poesía
participa de esa aprehensión del mundo sensible no como un mundo de objetos,
sino sujeta a la praxis como materia modelada y en continua
transfiguración por la actividad humana, y así capaz de modificar
históricamente la naturaleza.
Nosotros,
e inferido de todo lo anteriormente expuesto, no podemos compartir de manera
exclusiva esta concepción aplicada al fenómeno poético ni a su singular proceso
de creación y recreación del mundo, sino es, cuando menos, bajo la forma de
una estructura objetiva del psiquismo, pues es la poesía algo estrechamente unido al
espíritu y la conciencia humanos: que
está antes de cualquier producción histórica como entidad que parte de una
realidad objetiva autónoma y primera (el cerebro) que mantiene un contacto con
lo exterior para transformar lo perceptible (sensible) en signos. No creemos,
por tanto, que el ser que anima lo poético cambie con la historia, sino
que está sujeto al ser que anima la naturaleza misma.
La
poesía explicada por la dialéctica materialista se nos antoja insuficiente para
explicar toda la complejísima trama de relaciones y maneras de aprehensión de
la realidad; tampoco la creemos capaz de abarcar la poesía con su criterio
objetivo (material) para entender todos y cada uno de los entresijos de ella,
tanto de su funcionamiento, como de sus fundamentos estructurales, pues
necesita alejarse para ello del concepto histórico, y este más parece ser
expuesto como un refugio de la trascendencia, exponiendo una debilidad esencial o idealista
que para nosotros no cuadra con aquella dinamia y fundamentos de la poesía
antes expuestos. La poesía puede considerarse a nuestro juicio, como una
categoría de la razón (razón poética no tan lejana como vimos a la misma razón
lógica) y no como una categoría de la razón histórica. Para nosotros la
materialidad poética no es una sustancia, sino que se nos antoja más bien fruto
ontológico de la relación.
Finalmente,
creemos que será cuestión de no poca relevancia observar en el fenómeno poético
la óptica idónea para deslindar los fenómenos inconscientes (de los cuales
participa de forma importantísima) y como una manera de adquirir conocimiento
de un mundo (inconsciente) que contempla inactivo (en quietud), basado en la
repetición (y la sorpresa), y que no tiene una finalidad explícita, mostrándose
como una singular epistemología del vacío que se mueve o se traslada cual
erotismo comunicativo que, no obstante, trasciende la comunicación misma para ser,
finalmente, en la poesía.
La
poesía no se plantea la tarea kantiana de descubrir los límites del
entendimiento en la
naturaleza, sino de disolverlo en ella, en cuanto que la distinción entre el
sujeto y el objeto tantas veces disuelta en poesía, muestra que su intimidad no
encuentra diferencia con la exterioridad; los juicios emitidos no son suyos: es
el vehículo de un juicio que ofrece
con su disolución la extrañeza peculiar de la persona en poesía, dejando en
evidencia el objeto poético: el poema como reflejo de lo humano.
El
diálogo del hombre con la naturaleza (del sujeto con el objeto), véase
Descartes, Husserl y Wittgenstein, en poesía toma un cariz bien distinto que
rompe el proverbial monólogo del ser humano donde el mundo enmudece
radicalmente. En la verdadera poesía será la naturaleza misma la que hable por
mediación del poeta, mas reconociendo que los mecanismos que rigen en la poesía
no tienen por qué ser demasiado distintos de aquellos que rigen en la
naturaleza (como el mito), por eso consideramos la poesía, en su organicidad,
como un ser vivo para el intercambio, donde por fin, se sitúa más allá
de la historia (de la literatura) para reconocer que todos los aconteceres
históricos, responden a una razón universal inconsciente (colectivo) que vierte la verdadera naturaleza del ser
humano (y de cualquier ser consciente de sí y de lo que le rodea).
La
proporción poética ofrece un espacio y un tiempo peculiares, pues mediante
dicha proporción el poeta (o el receptor) se transforman en un instante en el
mensaje que la naturaleza emite (y aun recibe) haciendo caer en la cuenta (consciente)
al individuo del obstáculo de la historia así como de la tiranía de la
autoridad, y desde aquí constatar plenamente para ser, la falacia de la
personal nanidad, de lo inexistente del yo mismo; observación que será
posible gracias a la invitación de la poesía a desprenderse de todo lo (apenas)
conocido, donde la ley del olvido de todo lo aprehendido será fundamental para
alcanzar esa relación de alteridades en la dialéctica de un lenguaje que nace
exclusivamente para desaparecer en su singularísimo ejercicio.
Francisco Acuyo
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