Cerramos la muestra de lo que será, La noche de los cangrejos, libro de relatos de Pastor Aguiar, con otro de sus relatos, esta vez el titulado, Pobre Isidoro, para la sección de Narrativa del blog Ancile.
POBRE ISIDORO,
DE PASTOR AGUIAR
María la loca, una de las culpables
de mi existencia, porque trajo al mundo a mi abuelo materno, no era loca de
remate, pues tenía su casita y se las arreglaba muy bien. En otras historias he
dicho que vestía de blanco y recorría los vecindarios dándole tres vueltas en
uno y otro sentido a cada pozo y cada ceiba. Nunca dejaba de pasar por nuestra
casa en la finca paterna.
Un día, mientras yo trataba de armar
un papalote en medio del portal, se me acercó por la espalda, saliendo desde la
sala.
_ Dime, muchacho, ¿ves la casa de
carretas?
_ Sí, ahí la veo desde que nací_ Le
contesté recuperándome del susto_ A veces nos vamos a jugar al escondido entre
las cosas que guardan allí.
_ Pues esa no es la original. La
primera era un poco más grande, con los arados, sacos de abono y un tractor de
tu abuelo. Creo que el tractor era de cuando el año de la corneta.
_ ¿El año de la corneta?
_ Sí, lo mismo que decir muy viejo;
pero el caso es que todo aquello desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Yo había dejado lo del papalote para
más tarde y miraba a María como entrándole por los ojos grises para ver los
detalles de sus memorias.
_ ¿Cómo fue eso, María?
_ Ve y trae un taburete para no
cansarme.
A los pocos segundos arrastré lo que
me pedía desde el comedor. Mima trajinaba con los calderos en la cocina. Una
vez que la loca se recostó contra la pared de tablas, entrecerró los ojos y
comenzó a contarme.
_ Resulta que había un gato sin dueño
al que llamaban Isidoro. Era grandísimo, de pelo negro y un rabo de una vara de
largo, tan ancho como su cuerpo. La gente lo quería y le echaban comida en cada
casa. Si vieras lo manso que era, se le enroscaba entre las piernas a todo el
mundo, siempre ronroneando. Cuando me veía entrar al batey se
volvía loco y saltaba
como un chivo, era un encanto el animalito.
_ Pero qué fue de él; ¿Mima y Pipo lo
conocieron?
_ Claro que sí, tú eras recién
nacido; pero no me interrumpas que ya te vas a enterar. Ya conoces a tu primo
Pitilla, el menor de Juan, medio descarrilado como su padre. Es un hombrecito
que se aparece de visita casi todas las semanas desde que murieron los abuelos,
porque cuando estaban vivos lo querían matar.
_ Sí, lo conozco, vive por el lado de
allá de todos los caminos, eso dice mi padre.
_ El caso fue que a Pitilla se le
ocurrió hacerle una maldad a Isidoro, la peor del mundo. Se aprovechó de lo
mansito que era el infeliz y le empapó el rabo con luzbrillante. Isidoro de
dejaba pensando que era juego, hasta que el hijo de su madre le pegó un fósforo
encendido, imagina, al gato se convirtió en una antorcha rumbo al cañaveral
aquel que ves detrás del rancho de Perero. Era septiembre y la sequía horrible,
las cañas del tamaño de un hombre, en fin, que en tres minutos el campo parecía
el infierno, las lenguas de candela lamían el mismo cielo.
_ Pobre Isidoro.
_ Sí, pobrecito; pero no terminó allí,
su martirio parecía no tener fin, porque salió por la otra punta del cañaveral,
hizo un giro hacia la guardarraya y al rato le entraba a la casa de carretas,
la original. Los sacos de abono fueron los primeros en arder, más tarde los
timones de los arados y el tractor, ah, y al lado del tractor se amontonaban
varias latas de gasolina. La explosión fue peor que mil truenos de golpe, todos
los vecinos se metieron debajo de las camas, rezando, confesando sus pecados,
porque aquello de seguro era el final de los tiempos.
_ ¿Y el gato?
_ Lo que sigue no parece cosa de este
mundo, muchacho, cierra los ojos para que puedas visualizarlo. El techo de la
casa de carretas se abrió como si fuera una burbuja, y por allí, sobre la punta
de la columna de candela, salió Isidoro arañando el vacío, sin un pelo ya, gato
chino el pobre, maullando y ladrando igual que un demonio. Dicen que hubo que
taparse los oídos, por cierto, esa tarde se formó una nube inmensa, y hasta
ella llegó la candela con Isidoro, quien le entró por la panza a la nube
rajándola de punta a punta. La masa de agua calló toda junta, como un lago, y
gracias que apagó el incendio, de lo contrario no hubiera quedado una casa en
pie, y ustedes estarían quién sabe dónde, quizás con Isidoro en el más allá. Un
día entero demoró el agua en escurrirse por los callejones, los peces daban
saltos sobre la yerba enfangada y la gente los cogía mansitos.
_ ¿Y Pitilla?
_ De ese desgraciado no se volvió a
saber hasta que murieron los viejos, como te había dicho.
Pastor Aguiar
Abril 24-2015
Gracias una vez más por tu gentileza, ppor permitirme aparecer en este impportante blog de literatura, amigo. En este cuento el sustrato físico, o sea el paisaje rural, es parte de una desaparecida realidad que dura en mi memoria mientras la tenga viva. Una vez más, las imágenes me parecen magníficas. Abrazos fuertes.
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