Para la sección, De juicios paradojas y apotegmas, del blog Ancile, De la poesía y los límites del significado y del sentido.
DE LA POESÍA Y LOS LÍMITES
DEL SIGNIFICADO Y DEL SENTIDO
Uno de los
límites aducibles y deducibles de la
poesía (género incluido de forma mayoritaria por los estudios literarios –que
no certeramente- como de ficción) nos remonta a una problemática que sucede en
la ciencias naturales, es el caso de las relaciones entre la física y las
matemáticas, en tanto que la descripción –representación- de la realidad por
parte de las matemáticas (como sucede con la poesía) puede conllevar serias
dudas en su relación directa –física- con la realidad[1].
Este no es sólo un límite perceptivo, también es racional y va afectar
inevitablemente a nuestra comprensión sobre nuestro concepto de la realidad.
Acaso sea la
poesía (en su ejercicio creativo, de lectura y de comprensión) la que nos pone
desde hace más tiempo en la tesitura de que no todo puede resolverse –y
entenderse- de forma racional, y que aquellos aspectos irracionales que
aparecen en su constructo no tienen por qué carecer de sentido,[2]
de hecho, este factor irracional poético funciona como un supuesto liberador de
la conciencia, no sólo para comprender la realidad profunda del mundo, sobre
todo para entendernos a nosotros mismos hasta sus últimas consecuencias. La
estructura de la realidad ofrece límites indiscutibles a nuestro entendimiento,
la poesía vierte mecanismos (analógicos, metafóricos, sinestésicos…) para
adentrarnos en la realidad última, física y metafísica, humana y de conciencia.
No en vano el tiempo tiene tanta importancia en la poesía esta dimensión es en realidad el límite, no es casualidad que incluso en
matemáticas sea la única dimensión que se ofrece en forma de número entero, ya
que con esta característica es como las leyes de la física conservan su
consistencia interna.
El impulso de
trasgredir los límites convencionales de la razón por el entendimiento poético
tienen mucho que ver con cierta inclinación mágica o religiosa de comprensión
del mundo, entendida esta no como sujeta a una confesión determinada, sino como
una manera uniabarcadora de discernimiento del mundo. No en vano será desde
este vasto domino desde donde las relaciones metafóricas, analógicas son más
ricas y frecuentes, y la creatividad diríase más vívida y eficiente desde esta
óptica integradora de la conciencia y el mundo.
Los límites del significado y del sentido son los límites del tiempo,
de la razón y de la misma ciencia. Ya lo anunciaba en otras muchas ocasiones,
los límites de la ciencia son también los del lenguaje. Cuestión que ha de
ponerse en evidencia porque los límites impuestos a la propia libertad de la
palabra sobrevienen de lo que el ser, más allá de un realismo contractual, sea,
si es que, como todo parece indicar, hay algo en vez de nada. El universo
descrito balbucientemente por los científicos (y aún por los filósofos)
necesita apropiarse de otra terminología liberadora mediante la que adecuar la
complejidad del mundo y distinguir el ente del ser mismo[3]:
la metáfora y las descripciones analógicas son cada vez más frecuentes y
necesarias para explicar la naturaleza y dinámica de la realidad. Por eso estos
límites son, en virtud del discurso poético, la senda, el camino (recuérdese su
acepción y etimología vista anteriormente) de reconocimiento de los caminos por
explorar gracias a la razón –o sinrazón- poética. El camino machadiano toma
aquí total sentido: se hace camino al
andar, y eso es la realidad ontológica de la poesía, su entidad
incuestionable se basa en este presupuesto limitador de nuestros sentidos y de
nuestra razón y que debe liberarse mediante la lógica y el razonamiento poético
que se basa y se nutre -desde una óptica semántica- del primitivo[4]
más elemental, la poesía, y es que el ser es todo de lo que se puede decir de
algo y que nos trae la interrogante leibziana del por qué hay algo en vez de nada. El signo poético en verdad tendrá
mucho que decir al respecto, aunque no sea este el lugar en el que nos explayaremos al respecto,
aunque advertiremos con Eco que el lenguaje (y el poético particularmente) debe
plantearse y estudiarse desde una óptica filogenética, pero también resulta
imposible ignorarlo desde una visión ontológica.[5]
Por eso la poesía se mueve en el primer límite u horizonte cognoscible mediante
el que pretendemos entender el Algo
que el ser es. El lenguaje
verdaderamente poético es el que en su ejercicio expresivo nos hace caer en la
cuenta de que el ser es aún antes de que
hablemos de él, y este reconocimiento es que le hace emparentar con una
suerte de entendimiento religioso que le hace trascender el conocimiento
científico y filosófico, ya que su capacidad de aprehensión sobreviene no por
una vía de reflexión o razonamiento, sino por una cuestión de asentimiento
vital, no por un cuestionamiento lógico racional, en tanto que su naturaleza
vive del ser y no establece dictamen al respecto, como el ave no constituye
juicios sobre su ser aéreo que en vuelo la sostiene.
Francisco Acuyo
[1]
Recuérdese como proverbial ejemplo la función de onda de la materia en la
famosa ecuación de Schrödinguer, cuya versión modernizada reproducimos:
[2] De
hecho, el supuestamente universo perfectamente racional de las matemáticas
ofrecen paradojas que darán lugar a otras nuevas paradojas (Teorema de la
incompletitud de Gödel).
[3] El Seiende y el Sein
heidegeriano, la distinción entre el ente y el ser mismo.
[4] Primitivo en el sentido que su
fenómeno puede considerarse protosemiótico en tanto que como acto lingüístico
creativo da la salida (Peirce) para convertirse en signo.
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