Para la sección del blog Ancile intitulada, De juicios, paradojas y apotegmas, este Humilde escrutinio del género ( y del número innumerable) de disparates interpretativos de su término, jurisdicción y municipio.
ESCRUTINIO HUMILDE Y
APREMIADO DEL GÉNERO
(Y DEL NÚMERO
INNUMERABLE) DE DISPARATES INTERPRETATIVOS DE SU
TÉRMINO, JURISDICCIÓN Y MUNICIPIO
Al abundar sobre la estirpe,
laya, género, linaje, nacimiento, clase o tipo natural de algo, digamos, del
disparate, hemos de reconocer que casi siempre va juntamente aglutinado con la
iletrada ignorancia (seguramente también emparentada al tendencioso deudo de
esta o aquella ideología) –terminología eufemísticamente referida a la ayuna
conciencia de los más elementales rudimentos de alfabetización, que debieran
ser propios e indiscutibles para quien pretende hacerse entender con propiedad
y buena lógica-, oscurantismo que comparte toda suerte de personajes en nuestros
días, sobre todo políticos, periodistas, agitadores literarios o artísticos,
comunicadores rosas e incluso amarillos, dícese también de escritores de
inefable genio, ingenio, naturaleza e idiosincrasia nunca suficientemente ponderados….
Se
me viene a la cabeza en este instante aquella genealogía de los modorros, en su festiva y muy celebrada glosa del
gran don Francisco de Quevedo,[1]
y a la sazón, de igual modo me parece muy apropósito hacer una suerte de
declaración de linaje de algún vocablo tan maltratado por aquellas mencionadas
cofradías del disparate, y en este caso me referiré al término sujeto a
continuo ultraje y vilipendio como es el de género,
y en este agravio poniendo en duda la gran riqueza de nuestro idioma singular y
su gloriosa, prolija y muy rica parentela etimológica, para recurrir a la
locución extraña, insensata muchas veces, asumiéndola como nuestra, ignaros de
la tan rica genealogía que lingüísticamente nos alumbra, y todo para resaltar cuán ineptos son los necios (modorros,
mazacotes, majaderos a los que aludía en particular jerarquía el insigne
Quevedo) que tan iletradamente acuden al dislate para nombrar de una manera forastera
lo que de forma tan conocida como riquísima ofrece nuestra lengua.
Así
pues, si el necio, majadero, modorro, mazacote tiene en común el saber poco, y
sin hacer los distingos que el rigor exige, mando al interesado a las
distinciones que hacía el poeta de Villanueva de los Infantes en la mentada
obra, que yo me centraré en señalar la ignorancia de aquellos que insiste en el
disparate continuado al que hacíamos referencia al inicio de este
modestísimo
opúsculo.
Dícese
del género (latín: genus -eris) (griego: genos, gennao) que está referido al
linaje, nacimiento, estirpe, clase…, y que grande variedad de palabras derivan
–secundariamente- del origen latino de
la misma palabra, véase así descendientes del genus latino: congénere, congénito, primogénito… sin obviar las
emparentadas con el verbo nacer (gnasci),
que comparte la misma raíz indoeuropea gen
(parir, engendrar…), y cuya acepción inicial no parece plantear ningún
problema. La –iletrada- controversia se plantea cuando se confunde la noción gramatical de género con la de sexo,
empeñados algunos -¿modorros?- en plantear significados imposibles a
definiciones inexistentes en nuestra lengua. Véase la constante referencia a la
violencia de ¿género?, por la agresión machista, doméstica o sencillamente la
violencia contra las mujeres, y se acaba convirtiendo la injusta agresión a la
mujer, en disparate lingüístico, por lo visto este cruel ensañamiento acaso es
propio de los sustantivos, adjetivos… que deben de andar a la gresca, si es que fuere
verdad y concebible la violencia en las palabras o en los objetos designados
por aquellas. Si bien no todas las lenguas conciben, conforman o configuran sus
géneros entorno a una idea sexual, en español, el masculino y el femenino son
los géneros de consuno aceptados por la gramática, al margen del neutro propio
de ciertos adjetivos sustantivados. Es pues, este accidente gramatical en el que los nombres, adjetivos, artículos y
pronombres pueden ser masculinos o femeninos,[2]
el que acaba por desembocar más que un accidente en una catastrófica muestra de
necedad muy apropiada al disparate, anejo a aquel tiempo bastardo y perdido[3]
del modorro quevediano, empecinado en su terca arrogancia concordante con el
saber poco en el que se funda el mayorazgo y blasón de este género -epiceno- de merluzo, siendo a la sazón
igualmente reseñable en este punto tanto
el merluzo como la merluzo.
Hasta
tal grado la necedad suele ser contagiosa que puede llevar a asombrosas y nunca
vistas consecuencias. Es el caso que las acepciones aceptadas por la RAE llevan
a inauditas interpretaciones en su eminente compendio de nuestra lengua,
diccionario ínclito que en ocasiones deja mucho que desear en tanto que parece
más sujeto al reconocimiento de los usos y genealogía ideológica y
políticamente -correcta- recomendadas que a la realidad lingüística de sus
acepciones, así la tercera acepción:
grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un
punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico. ¿Sería
rigor exigible más rigor?, No obstante, este modesto exégeta no hace sino
exponer una queja, creo que justificada, aunque serán los tribunos de la Real[4]
-más atentos a los usos y abusos de grupos de presión ideológica y política que
a lo que al origen y realidad lingüística de nuestro noble excepcional idioma-
los que deben proponer con juicio las razones de sus académicas resoluciones en
los diversos cometidos que presentársele hubieren. En cualquier caso, no es que
estemos aceptando un neologismo (si es que no existiese otro término con el que
expresar la idea o el concepto, que sin duda no es el caso), sino que aceptamos
una intrusión analfabeta de un anglicismo que no casa en género en
cuestión y torpemente aceptado proviene del inglés gender, cuya terminología –técnica- propia de las
ciencias sociales alude al conjunto de características diferenciadas
que cada sociedad asigna a
hombres y mujeres. Este constructo foráneo y técnico –social- acaba
incorporándose artificialmente al uso común de nuestra lengua para definir lo
indefinible y confundir por modorra
analogía o sinonimia semántica el género y el sexo.
Líbreme la misma Vanidad que fue casada con su tío Descuídeme[5],
para dar a luz a los vástagos, Aunque no
queráis y a Galas,[6] de hacer una exposición
tan limitada como esta que os propongo, para poner en duda ni por asomo los
juicios que tuvieron a bien algunos Magistrados de la lengua en este punto, ni
con mucho compararlos con aquel matrimonio aludido en el aquellas mujeres - casadas con su tío Descuídeme- y tratando de gobernar a su maridos, son
incapaces de gobernarse a sí mesmas.
Amén, etceterá.
Francisco Acuyo
[1] Quevedo,
F.: Genealogía de los modorros, Obras satíricas y festivas, editorial Libra,
Madrid 1977, p.209.
[2] Moliner, M.: Diccionario del uso
del español, Madrid, 1987, p. 1387.
[3] Quevedo,
F.: p. 210.
[4] Por
mucho que a partir de la 23 edición del Diccionario de la lengua lo acepte (en
su sentido técnico, pues no hace más que confundir el uso estándar de sexo y el
gramatical de género) y el mismísimo Diccionario Panhispánico de dudas.
[5] Quevedo,
F.: p. 213.
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