Para la sección, Narrativa, del blog Ancile, traemos el relato sugerente e inquietante titulado, La puerta, de nuestro querido amigo y portentoso narrador Pastor Aguiar.
De Logan Zillmer |
LA PUERTA
De Flora Borsi |
Apenas un paso y allí la puerta.
Era una puerta estrecha y alta; mejor
diría el marco, porque de tener hoja debía haber estado pegada por fuera,
completamente invisible.
De todas formas no tuve otro remedio
que entrar; o salir, ya que desde el punto en que me descubrí de pronto, no
había manera de adherirse a referencia alguna.
Fue así, como un volver de la
anestesia y verse de pie, hacia la puerta, ensayando un paso que para mí era el
primero.
Palpé la vertical izquierda del
marco, pero ya no buscaba enterarme de la existencia de una hoja giratoria; mi
instinto quería percibir la solidez de la madera, y quizás un olor a pino en
los dedos más tarde.
Pasaba tan justo que decidí ladearme
ligeramente, no fuera a engancharme la camisa recién estrenada (se me ocurre
ahora este detalle), imagina si me ven el roto y les da por pensar que acababa
de llegar de una bronca.
Según escurría mi cuerpo al otro
lado, iba visualizando gente de etiqueta con maletines de cuero de ornitomos,
carmelita oscuro, sin excepción, y las agarraderas aseguradas a las muñecas con
esposas, las mismas que usa la policía.
Cuando acababa de atravesar el marco
tuve un arranque de pánico: Yo no llevaba maletín, ni lograba verme los
zapatos; quién sabe si todavía calzaba aquellos vaquetetumbo sin curtir que
había heredado de mi padre.
Ya no tenía otro remedio, acababa de
pasar y lancé un golpe de vista a la redonda… ¡Ah!, créete que había “redonda”
alguna; no vi otra cosa que un espacio alérgico a cualquier geometría, y supe
que era el mismo lugar del que había partido: De regreso a la entrada, ¿Cómo
era posible?
Me detuve para sacar conclusiones,
porque de ser así, debía haber imaginado mi paso
por la puerta antes de
ejecutar la acción.
Al rato concluí eso, que no había
llevado a cabo la acción. Ahora sí no iba a escabullírseme la realidad.
Me di par de galletazos en el rostro,
me toqué los bolsillos laterales del pantalón al que no alcanzaban mis ojos, y
me sentí dispuesto a, finalmente, ubicarme al otro lado.
Mi sensación de seguridad se había
hecho inquebrantable, cuando una bandada de golondrinas me rozó la nariz
dejando un olor a fulminante; qué raro, como si hubieran sido disparadas.
A nadie le iba a contar aquello, qué
necesidad de andar contando cosas ni ocho cuartos, además de la risita
incrédula y del estarás medio chiflado con lo de la tesis sobre la tosferina
como causa de suicidio en los canarios.
Al fin todo estaría claro en cinco
segundos, sí, no me apuraría por lo de la camisa; y por si el otro lado andaba
lento…que ten cuidado no haya sido eso lo que sucedió la primera vez: el apuro,
el no dejar que las realidades maduren.
Esta vez fue un poco más simple, pues
ya sabía lo del ladeo y lo del espacio jíbaro, por decirlo de una manera
racional.
Ah, no dije que había cerrado los
ojos en el último instante: manía propia de sorprenderme con la verificación de
lo previsto; mejor dicho, terapia de
autoestima.
Ya iba a mirar, pero vacilé con la
idea de un “otro lado” que no sería suficiente por el hecho de ser espacio. No
había otra opción que ponerle cosas, dijera muebles en la sala de abuela y el
ronquido de abuelo llegando desde el cuarto contiguo, porque era la hora de
reposar el mediodía, y tú verás que cuando se despierte me grita “¡Pepito, ve a
amarrar los terneros!”
Si no fuera la sala de mis abuelos,
iba a ser yo mismo acelerando la yegua para que volara sobre el arroyo de los
Pérez, y caer igualito a los aviones, la yegua y yo rodando barranca atrás
hasta el agua cundida de pirañas; pero si en mi país no existen las pirañas.
¡Cada cosa que se le ocurre a uno!
Con la misma rapidez que te lo digo
abrí los ojos en la mitad de la risa, y de nuevo el marco frente a mí, y no más
salidas ni entradas que el “allí”, el marco cazándome, ahora como un animal
peligroso.
Sin embargo, si había un detrás de
mí, se estaba encogiendo, apretándome contra un nuevo intento de cruzar la
puerta.
Quién me iba a asegurar que no sería
un disco rayado en lo adelante, eternamente saliendo hacia la entrada, la
mismicidad misma encasquillada en siempre el marco, siempre yo.
¿Y qué tal si cerraba los ojos otra
vez? Porque aquel momento cuando los había cerrado fue el mejor, con mis
abuelos y el “ven acá Pepito, prueba este turrón de maní”, o “cómete la guayaba
antes de que venga Clarita la pedigüeña y te la quite de las manos”.
Eso iba a hacer, apretar los párpados
definitivamente para mis abuelos por los siglos de los siglos, para los abuelos
de mis abuelos, sin puertas que pasar, niño de era en era, y amén.
Glosario:
Vaquetetumbo: Zapatos rústicos de cuero.
Pastor Aguiar
Enero 1-12
Gracias por compartir esta joya. No sé si el autor, Pastor, cubano, residente en Miami, es el Pastor Aguiar, que yo he leído en los archivos del Foro Madre "Ultraversal", todo un portento como narrador. Aunque igual se trata de otro autor.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias por compartir esta joya. No sé si el autor, Pastor, cubano, residente en Miami, es el Pastor Aguiar, que yo he leído en los archivos del Foro Madre "Ultraversal", todo un portento como narrador. Aunque igual se trata de otro autor.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias, amigo Acuyo, por tu generosidad. Verme en este prestigioso blog me hace soñar que soy escritor. Las puertas me fascinan, puertas como la del cuento, las que nunca se llegan a pasar del todo...siempre nos efrentamos a una puerta, al siguiente minuto de nuestra existencia, al misterio, a la posibilidad de lo inesterado. Un gran abrazo.
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