DEL NÚMERO Y LA REALIDAD
A LA POESÍA
(MUY BREVE
INTRODUCCIÓN)
SIEMPRE me veo, estupefacto –curioso-
de toda suerte de ardides numéricos, al acecho y captura de algún artificio
matemático, ya desde muy joven, atento a las fascinantes relaciones de
guarismos diversos y formulaciones varias con la realidad más íntima de la
naturaleza. También la indagación filosófica, por cierto, bien distinta de lo
estrictamente matemático (teoremas y teorías) colegibles de aquellos vínculos
con la realidad perceptible –o no- de la materia, seguro de sus relaciones no
sólo con el saber filosófico y matemático, también con el artístico (pintura,
música… pero), sobre todo con el poético, y no solo por las relaciones métrico
rítmicas traducibles y deducibles en el arte y ciencia métricos, también porque
la poesía, como el pensamiento matemático, al margen, o mejor, junto a su
actividad especializada, forma parte de la vívida experiencia vital de todos
los seres humanos.
Los
estudios sobre la matemática pura y la aplicada, estableciendo diferencias y
conexiones entre ambas, siempre fue motivo de merodeo y deslumbramiento, cosa
para muchos harto extravagante, sobre todo porque atribuían cualidades a mi
modesta persona, digo, netamente humanísticas (como si la ciencia, incluyendo a
las matemáticas, fuesen cuestiones propias de alienígena), no en vano mi
vocación poética –letrada- así parecía exigirlo. La verdad es que la relación
entre la palabra poética (como expresión lingüística, bajo las reglas de la
gramática y las necesidades de la sintaxis) ofrecían una igual fascinación que
la matemática –y no solo semiológica- con la realidad de nuestra conciencia y
de esta con el mundo que nos rodea.
El
1 + 1 = 2 es enunciado de matemática pura en tanto que se ofrece como juicio
lógico de verdad evidente e indiscutible, consistente por sí mismo, y no
necesariamente relacionado con realidad perceptible alguna; ahora bien, si
sumamos una manzana y otra manzana, en la obtención de dos manzanas, seremos
testigos de una verdad que, siendo aplicada al objeto de suma real de las
manzanas, tiene su referencia perceptivo material de manera, diríamos, no menos
evidente. Si el poeta dice: Escrito está
en mi alma vuestro gesto,[1]
no viendo relación sensorial con rostro alguno (aun refiriéndose el poeta con
bastante seguridad a alguno de sus amores, ¿quizá Isabel Freyre?), deja la
impronta inmaterial de lo invisible del amor en el alma o conciencia –y estas,
en su signo
conceptual, además, poco susceptibles de encontrarles sustrato
físico sensorial-, mas también, para el enamorado cualesquiera tendrá perceptibilidad,
una vez identificado aquel gesto con el del rostro carnal de su enamorada.
Analogía en principio susceptible de ser algo peregrina, veremos, no obstante
que, no lo sea tanto como pudiera parecer. Paréceme estar viendo clamar
escandalizado al intuicionista matemático y, también al más fiel seguidor de la
lógica o de los formalismos de tan excelsa ciencia y, cómo no, también al
purista no menos leal de lo literario como disciplina independiente del arte
del lenguaje, sin embargo, para mí, los ámbitos del saber y del expresar acaso
nunca fueron tan fáciles de distinguir. De todas formas quiero dejar claro que
sí que es bien distinto el intento de describir (el poema o el programa
matemático) con lo que resueltamente son uno y otro.
Esta
reflexión, en el fondo, no deja de ser un trasunto de otra ya mucho más vieja
mediante la que se pretendía distinguir la apariencia, cambiante (transcrita en
la doxa u opinión de la realidad, y
el saber (episteme) científico, expuesto
en la verdad de la realidad que, supuestamente, no cambia, trascripción ya
tratada, decía, inevitablemente, por Platón.
Está
claro que cualquier orden, teórico o práctico ha de pasar necesariamente por la
distinción de lo aparente y lo real, cuestión ampliamente debatida en la
filosofía de las matemáticas y en la propia teoría del signo y del lenguaje. En
cualquier caso, será en matemáticas -y también en poesía- donde el debate entre
las entidades reales (Formas o Ideas platónicas, veíamos) independientes de lo
perceptible, y el mundo de lo sensorial manifiesto, que tantas veces por otra
parte nos lleva al autoengaño, adquiere carta de muy peculiar naturaleza.
Proseguiremos en próxima entrada abundando sobre tema tan importante para quien
suscribe estas líneas y que aspira, cuando menos, a suscitar alguna curiosidad
en el lector interesado.
Francisco Acuyo
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