Siguiendo con las reflexiones sobre la misoginia que, para la sección, Microensayos, del blog Ancile, se vienen publicando, y todo de la mano del profesor y filósofo Tomás Moreno, esta vez bajo el título: La filosofía toma partido: inferioridad e irracionalidad de la mujer. Arthur Schopenhauer y Otto Weninger.
LA FILOSOFÍA TOMA PARTIDO: INFERIORIDAD E
IRRACIONALIDAD DE LA
MUJER.
ARTHUR SCHOPENHAUER Y OTTO WEININGER
Como vemos, por lo anteriormente
señalado, no hemos salido aún en el siglo XIX del esquema misógino de la
Antigüedad: a la mujer le toca en exclusiva la reproducción de los cuerpos
materiales, al hombre, la producción de las ideas, parto mucho más doloroso,
largo y complejo, nos decía el misógino Sócrates –hijo de una comadrona-, que
el trabajo de la parturienta. Como preguntaba
Joseph de Maistre (1753-1821) señalando a las mujeres: “¿Entre los sabios de
primer orden hay alguna mujer?”. Para responder, seguidamente, que no hay más
que fiarse de la experiencia: “Las
mujeres no han hecho ninguna obra de arte de ningún género”[1].
Otros
pensadores más conspicuos como Arthur Schopenhauer (1788-1860) también consideraron
a la mujer como un ser inferior, pero complementario del hombre. La diferencia de la mujer con respecto al hombre,
tal como es percibida por el filósofo germano, es consecuencia de “su
inferioridad”. Pero la más aguda percepción de la diferencia femenina y de su inferioridad
está presente en los pasajes en que Shopenhauer critica a las mujeres aduciendo
su falta de objetividad o acusándolas
de padecer de miopía intelectual. Las
mujeres, sostenía el filósofo -solterón empedernido
pero enamoradizo- eran
mentalmente retrasadas en todos los aspectos, deficitarias de razón y de
verdadera moralidad por su infantilismo. Miopes mentales e incapaces de ver con
claridad más que lo que está muy cerca de ellas, todo lo ausente, lo pasado y
lo futuro, quedaría fuera de su estrecho campo visual o mental. Su horizonte
mental es muy pequeño por lo que se le escapan las cosas lejanas, con
inteligencia sólo para lo inmediato: “No ven más que lo que tienen delante de
los ojos, se fijan sólo en el presente, toman las apariencias por la realidad y
prefieren las fruslerías a las cosas más importantes” (AMM, 91) [2].
A
causa de sus, probadas, incapacidad de
objetividad y de abstracción y restringido horizonte intelectual, no es
equivocado pedir consejo a las mujeres en circunstancias difíciles, porque su
visión es más concreta y más atenta a lo que tienen delante, más absorbidas por
el presente: su entendimiento intuitivo
ve agudamente lo cercano y en cambio
no comprende las cosas lejanas. En este caso, sus deficiencias
intelectuales vienen a ser paradójicamente una cualidad. Al estar más abiertas
al presente que los hombres pueden disfrutarlo más y ése es el origen de su
típica alegría, “que la hace tan apta para reconfortar al hombre cuando está
agobiado por las preocupaciones” (ATM,
41-42).
También
puede calificarse de panfletaria en muchos aspectos la obra del vienés Otto
Weininger (1880-1903)[3]
Sexo y carácter[4]. Al abordar las diferencias
intelectuales entre hombres y mujeres afirma que en ambos se presentan los
mismos contenidos psíquicos, pero mientras que en ellos los pensamientos se
articulan en representaciones claras y
distintas, que le permiten separar los sentimientos de los demás contenidos
psíquicos, las mujeres “piensan en hénides”, a través de datos psíquicos apenas
articulados que todavía no constituyen representaciones claras y distintas. De
ahí que para la mujer, a diferencia del hombre, sean inseparables “pensar” y “sentir”[5]. En resumidas cuentas, el hombre vive conscientemente, mientras que
la mujer vive inconscientemente. Para Weininger la mujer conoce confusamente, en forma de hénide,
cuando en el hombre se ha llegado ya a una notable clarificación. “Por esto, la
mujer es sentimental y sólo conoce la emoción, no la conmoción. De esta forma,
las mujeres dependen de los hombres para la clarificación de sus propias
representaciones oscuras” (Weininger, SYC,
108). La ineptitud intelectual de la esencia femenina les impide a las mujeres
alcanzar el grado del genio/genialidad (que es una especie de
masculinidad superior, de la cual ningún varón está totalmente desprovisto,
pero que falta en todas las mujeres (SYC,
119), están excluidas de ella. A la mujer le ha sido concedido, en todo caso,
el talento, en cambio le está vedado el genio, que es la suprema expresión de
la masculinidad. “¿Cómo podría ser genial
sin alma?” -esto es: sin yo libre e inteligible, voluntad o
carácter/personalidad o individualidad- ¿qué “significa una y la misma cosa que pertenece al hombre y que falta en la
mujer”?, se pregunta Weininger. Y se responde: “Un genio femenino es, según
esto, una contradictio in adjecto, ya
que la genialidad es tan sólo masculinidad aumentada, completamente
desarrollada, elevada al grado máximo y plenamente consciente” (SYC, 185).
El
pensamiento en hénide impide que las
mujeres lleven a cabo actividades donde es necesaria una vigorosa capacidad formadora y determina que carezcan de memoria
continua, de memoria universal; (donde sea necesaria una vigorosa capacidad formadora, las mujeres no presentan la menor
aptitud: tal ocurre con la música, la arquitectura, la plástica, la filosofía).
Su vida psíquica se caracteriza por la “discontinuidad” de la memoria, sin
ligazón, limita la memoria femenina estrictamente a los problemas de la
sexualidad y de la vida de la especie; al sentimiento y emoción. Por eso el
pensamiento en hénide hace que las mujeres jamás lleguen a tener conciencia de
su destino y que sean ajenas por completo a la necesidad de la inmortalidad.
Por
carecer de esa necesaria memoria continua –que es expresión
psicológica del principio lógico de
identidad- está incapacitada para las cuestiones lógicas, ya que le falta un centro de apercepción que constituya
el núcleo de todo su pasado. No existe para ella ni el principio de contradicción,
ni el de exclusi tertii, ni tampoco
existe para ella el principio de razón
suficiente o causalidad. Por eso
es crédula porque jamás llega a comprender que es necesario fundamentar todos
los conceptos, y como no posee continuidad no siente necesidad alguna de fundar
lógicamente su pensamiento. No se siente obligada a la lógica, le falta
conciencia intelectual, está afectada de
logical insanity (SYC, 150). (Cont.).
TOMÁS MORENO
[2] Todas las citas referidas a la mujer que siguen se hacen
siguiendo la recopilación de ensayos de Schopenhauer titulada El amor, las mujeres y la muerte
(abreviado AMM), edición de
Biblioteca Edaf (tr. de Miguel Urquiola, prólogo y cronología de Dolores
Castrillo), Madrid, 1993 (citamos con la sigla AMM, seguida de la página), y la más reciente antología de sus textos sobre la mujer: Arthur Schopenhauer, El arte de tratar a las mujeres, (tr. de
Fabio Morales; introducción y notas de Franco Volpi), Alianza Editorial,
Madrid, 2008 (abreviatura ATM,
seguida de página). Ambas obras recogen los textos sobre la mujer procedentes
de El mundo como voluntad y representación
(Metafísica del amor sexual”,
capítulo 44 de los Suplementos, 1844)
y de Parerga y Paralipomena (ensayo Sobre
las mujeres, 1851). En la sigla ATM
se incluyen, además, textos sobre la mujer procedentes de otros escritos de su
obra póstuma.
[3] Otto Weininger nace en Viena el
3 de abril de 1880 de padres judíos e ilustrados; filósofo y psicólogo judío
pero antisemita. Políglota precoz, aprendió de manera autodidacta ocho lenguas
antes de dejar la universidad. A los 18 años dominaba el latín y el griego, se había iniciado en el español y el
noruego y hablaba francés, inglés e italiano. Seguidamente pasó a interesarse por el estudio de las matemáticas y las ciencias naturales. En la
Universidad de Viena cursó distintas disciplinas todas relacionadas con la psicología y la
filosofía: lógica, psicología experimental, pedagogía e historia de la
filosofía. El conocimiento de la filosofía, campo en el que experimentó de
manera determinante la influencia del pensamiento kantiano, fue determinante en
su formación intelectual. Se quitó la vida de un pistoletazo en Viena, tras
comprobar el escaso éxito que alcanzaba la que creía su obra maestra Sexo y carácter (1903), que fue el tema
de su tesis doctoral. Tenía 23 años. Póstumamente aparecieron sus otros
ensayos: De las cosas últimas (1907)
y Diario (1917).
[4] Otto Weininger, Sexo
y carácter, traducción del alemán de Felipe Jiménez de Asúa y prólogo de
Carlos Castilla del Pino, Península, Barcelona, 1985. A partir de ahora se cita
como SYC, seguido del número de
página.
[5] Las hénides son entidades nebulosas, como las
experiencias de la primera infancia, en la que todavía no es posible el
lenguaje; sin consciencia general, sin claridad, sin transparencia ni complejidad.
Pensar en “hénides” comporta: menor grado de conciencia, ausencia de contornos,
falta de un punto de vista en el campo visual: “En los seres más inferiores y
quizá también en muchas plantas y animales, la vida de las sensaciones está
constituida por hénides: desde la hénide, el ser humano puede desarrollar
sensaciones y pensamientos plásticos completamente diferenciados, aun cuando
nunca representen el ideal completo alcanzable” (SYC, pp. 107-108).
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