Iniciamos una nueva serie de post para la sección, Microensayos, del blog Ancile, esta vez dedicadas a la temática siempre interesante de las utopías, y todo bajo la batuta del filósofo Tomás Moreno. El primero de ellos lleva por título: Utopías ensayadas. Experimentos utópicos.
UTOPIAS ENSAYADAS.
EXPERIMENTOS UTÓPICOS
En la larga la tradición de los que ensayaron nuevas formas de vida comunitaria o comunista[1]
en lugar de limitarse a escribir, imaginar o especular acerca de ellas, es
ineludible referirnos a lo que -si prescindimos de sus precedentes más
antiguos, clásicos o helenístico-romanos y cristianos- pudiera considerarse
como una de sus primeras realizaciones institucionalizadas el monaquismo medieval, que se
prolongará en las sectas heréticas tanto del Medievo como del Renacimiento con sus intentos de
llevar a la práctica proyectos o experiencias de vida religiosa o de establecer
reinos teocráticos milenaristas, como nos demostrara Norman Cohn en una memorable investigación[2]. De las puestas en práctica en Europa por grupos y asociaciones
protestantes, calvinistas, cuáqueras, y otras de índole reformista
tal vez los intentos más destacados y conocidos fueron el de los Anabaptistas
en Münster y el de la Ginebra
de Calvino.
Proliferaron,
sobre todo, en América, en el siglo XVII,
como podemos constatar en los planificados experimentos de poner en práctica los modelos utópicos renacentistas en
las nuevas tierras recién descubiertas del continente
americano, como es el caso de las experiencias religioso-sociales de los “Hospitales-pueblo” de Vasco de Quiroga[3],
obispo de Michoacan (México), en Santa Fe de la Laguna, hacia 1535, y las “Reducciones jesuíticas del Paraguay”[4], ambas llevadas a la práctica con
desigual fortuna y duración. El caso concreto de las establecidas por los
jesuitas españoles en el pueblo de los guaraníes para impedir la explotación
colonialista y esclavista de los indígenas por parte de los amos/encomenderos
es, sin duda, el. más significativo histórica y culturalmente:
una especie de “república comunista-cristiana”.
El experimento (reactualizado
por un célebre drama de Fritz Hochwälder y por un memorable film
británico, The Misson de Richard
Joffe y guión de Robert Bolt[5])
duró más de un siglo, entre 1612 y 1768. El sistema económico estaba fundado
sobre el comunismo integral y sobre el trabajo obligatorio para todos. Las
tierras, los edificios públicos, las casas, los instrumentos de trabajo, los
productos del trabajo colectivo eran propiedad pública. No existía el dinero ni
el comercio; los jefes de barrio recibían de los almacenes los bienes de
consumo para la familia y los distribuían según las diversas necesidades. La
disolución de la Compañía de Jesús en los estados españoles puso fin a las
“Reducciones” comunistas del Paraguay. Semejante preocupación por la justicia
guiará también al padre franciscano Jerónimo
Mendieta al proponer en su Historia Eclesiástica Indiana (1585)
“la Nueva Jerusalém” en territorio americano, donde los hombres puedan vivir
“virtuosa y pacíficamente desterrando la opresión y la rapacidad de los
conquistadores” y a Juan de Zumárraga (Doctrina Breve, 1544) y a Fray Toribio de Benavente (Motolinía)
que también trataron de establecer en el Nuevo Mundo comunidades cristianas presididas por la justicia y la igualdad,
sin llegar a su concreta realización efectiva.
Y continuaron
posteriormente a lo largo del siglo XIX
en los Estados Unidos teniendo su
momento más álgido en las experiencias comunitarias realizadas por los socialistas
utópicas, tales como, por ejemplo, las colonias o cooperativas de Owen en New Lanark, Harmonía (Indiana)
y Orbiston; los Falansterios de Fourier, primero en Versalles, y , más tarde,
también en América (la de “Brook Farm”); las comunidades Icarianas basadas en la novela de Etienne Cabet “Icaria” (1840), quien en
1847 intentó establecer su particular Icaria en Nauvoo (Illinois), y finalmente
inspiradas por Enfantin y los Saint-Simonianos
por tierras europeas y americanas a imitación también de esta famosa novela[6].
Todas ellas, en
opinión de J. Bilbao, comunas
autárquicas que establecían la propiedad
colectiva: “Hijas de la Revolución Industrial, se organizaban en torno a
fábricas, buscando un espacio geométrico y puramente racional”. Pero a pesar de
tanta armonía luego sus habitantes no estaban tan cohesionados como sería
deseable, les faltaba un objetivo común, un compromiso espiritual con la
comunidad. Otros experimentos sociales se configuraron o agruparon por
afinidades étnicas o religiosas (Comunidad
Amana, Hermanos Hutteritas, Shakers, Rappistas, Moravianos
etc.) que cohesionaban a sus miembros presentándoles un objetivo común de
índole espiritual o religioso como fue el caso también de las comunidades amish, judías, mormonas y otras de semejante procedencia[7].
Es
cierto que la duración del casi centenar de experiencias y asentamientos
utópicos
comunitarios americanos fue muy desigual: desde unos pocos años hasta
varios decenios. Pero de todos ellos el que más éxito tuvo fue el de la Comunidad de Oneida, en el Estado de
Nueva York, junto a Utica, que duró treinta y dos años (de 1847 a 1879),
conservando siempre su base colectivista original. Su jefe, John Humphrey Noyes, fundador de la
secta de los perfeccionistas, fue con mucho la personalidad más
extraordinaria producida por este movimiento en América. La secta que en un principio se basaba en una
especie de comunismo bíblico, trató de organizarse atendiendo a una muy peculiar consigna:
‘el nuevo mandamiento es que nos amemos los unos a los otros, pero no por
parejas, sino en masa’. La cosa acabó en desastre, claro, con su fundador
huyendo tras ser acusado de violación[8]. En
1960, renació de sus cenizas en USA una nueva comunidad utópica inspirada en Oneida,
denominada Twin Oaks. Todas estas sociedades tenían en común unos principios
esenciales: renuncia a la violencia y a la fuerza, abolición de la propiedad
privada, del consumismo y de la tecnología.
Refiriéndose concretamente a los Estados Unidos, la socióloga R. M. Kanter[9]
ha examinado una muestra de una treintena de comunidades de tipo utópico de los
Estados Unidos llegando a la conclusión de que sólo unas nueve comunas tuvieron
un cierto éxito (su duración superó los
veinticinco años) frente a unas veintiuna que fracasaron, sin llegar a buen
término (es decir, que duraron poco). Toda esa tradición llegará incluso hasta siglo xx con proyectos de comunidades
utópicas -también de inspiración comunista, socialista o anarquista- tales como
las múltiples comunas ácratas o
anarquistas ensayadas a lo largo de los siglos XIX y XX, los koljoses
soviéticos, las comunas chinas, las cooperativas y Kibbutz israelíes que llevan en sí también el
influjo de la utopía. Sin olvidar los proyectos comunalistas (anarco-rural-primitivistas) de hippies[10] en la década de los sesenta o aquellos otros de los rebeldes
universitarios de la contracultura
americana (Berkeley) o berlinesa
(experiencia de la KI y K 2 de Berlín) durante los años 66-67 y el mayo francés del 68. A título de ejemplo, resulta particularmente
interesante, como nos recuerda Javier Bilbao,
referirnos a una de esas experiencias, la fundada por el artista Otto
Muehl en la localidad austriaca de Friedrichshof. En su comuna -con
ciertos aspectos comunes a la de los perfeccionistas,
antes aludidos- pretendían crear un paraíso basado en la liberación sexual,
aunque para empezar ya impusieron varias restricciones: se prohibían las
relaciones de pareja, las relaciones homosexuales y los celos. Cada día sus
miembros debían mantener relaciones sexuales con quien quisieran, siempre que
no repitieran con la persona del día anterior[11].
¿Cuál fue la consecuencia de este libre mercado de la
carne sin las restricciones de la monogamia?, se pregunta J. Bilbao. Y
responde, a renglón seguido, que no todo el mundo es igual de atractivo, de manera
que inmediatamente pasó a crearse una rígida jerarquía sexual. Los más deseados
tenían entonces más poder y por encima de todos ellos, Otto. “La consecuencia
de ello es que podía elegir, tenía un poder ilimitado, de manera que optó por
las más jóvenes y adquirió un singular interés por ‘el derecho a la primera
noche’, es decir, desvirgar a adolescentes. Finalmente las autoridades
austríacas acabaron acusándolo de pederastia y violación y fue condenado a
siete años de cárcel y su comunidad disuelta. Lo que comenzó prometiendo ser un
paraíso sexual terminó desembocando, como vemos, en algo bastante sórdido”[12].
La
influencia de la ciudad de la justicia moreana llega incluso a afectar al
hinduismo: Auroville, surgida en 1968
en la India siguiendo las enseñanzas de Shri Aurobindo, es también un nuevo
testimonio de la presencia de la utopía. Y aunque no estrictamente tipificables
como utópicas, no debemos pasar por alto ni olvidar, finalmente, las
tristemente célebres sectas
fundamentalistas, apocalípticas y mesiánico-milenaristas del último tercio
del siglo XX, Sectas del ocaso como las ha denominado el filósofo español Félix Duque (que muy pronto degeneraron
en comunas, asentamientos grupales o formas de vida comunitaria con
desviaciones eróticas, de autoinmolación seudorreligiosa e incluso
hiperterroristas), como la californiana del Templo del Pueblo de Jim
Jones, en la Guayana (1978), la del Solar Temple en Suiza y Quebec
(1994), la de los Davidianos de David Karesch
en Wako, Texas (1984) o, finalmente, la Aum Shirikyo del Japón
(1995), que perpetraron suicidios y matanzas imbuidas de un sentimiento de
redención suicida absolutamente demencial[1].
De todas estas experiencias utópicas iremos tratando en sucesivos post.
TOMÁS MORENO
[1] Nos referimos evidentemente a
micro-utopías y no a los grandes proyectos de ingeniería social utópica y
totalitaria que han asolado de destrucción e inhumanidad amplios territorios de
Europa y Asia y causado millones de
muertes a lo largo de todo el siglo XX: tanto en los Gulag soviéticos, los Lager
o campos de exterminio nazi, los de reeducación Maoísta del Gran Salto Adelante y la hambruna
subsiguiente, como en los de Pol Pot y
los jemeres rojos en Camboya, con su eliminación de la vida urbana y la reclusión
de ingentes cantidades de personas en
granjas colectivas hasta alcanzar su total regeneración
a la búsqueda de su alucinada “Utopía Total” (Cf. Jonathan Glover Humanidad e Inhumanidad. Una Historia moral del siglo XX,
Cátedra, Madrid, 2001, pp. 327-497).
[2] Norman Cohn, En pos del milenio. Revolucionarios,
milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Barral editores,
Barcelona, 1972. Sobre su presencia y continuidad en nuestro tiempo véanse:
Tomas Moreno “De la utopía al milenarismo”, en
Ángel Valencia y Fernando Fernández Llebrez, La teoría política frente a los problemas del siglo XXI. Manuales
de Ciencias políticas y sociología,
Universidad de Granada, 2004, pp. 201-210 y John Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la
muerte de la utopía, Paidós, Barcelona, 2008.
[3] Cf. Vasco de Quiroga, Información en derecho (1535) en La
utopía en América, edición de Paz Serrano Acosta, Historia 16, Madrid, 1992
[4] Cf. Tentación de la Utopía. La República de los jesuitas en el Paraguay,
prólogo de Augusto Roa Bastos, Tusquets, Barcelona, 1992.
[5] Fritz Hochwälder, El cielo en la tierra: El sagrado
experimento, edit. Mensajero, Bilbao 1997. La película citada se estrenó en
1986 y obtuvo la Palma de Oro a la mejor película en Cannes en ese mismo año.
[6] En efecto, el Nuevo Mundo
ofrecía tierras donde establecerse y organizarse a un número muy elevado de
movimientos religiosos libertarios europeos, así como a grupos de seguidores de
las ideas político-económicas de los socialistas utópicos. Durante el periodo
comprendido entre 1800 y 1900 hubo en EEUU cerca de cien comunidades utópicas.
A partir de la década de los 60, ya en el siglo XX, desde Nueva Inglaterra
hasta California, más de dos mil nuevas comunas se han establecido y realizado
en esa área geográfica, prolongando así esa tradición secular. Cf. H. Infelds, Utopía y experimento, Buenos Aires, 1959; Liselotte Ungers y O. M.
Ungers, Comunas en el nuevo mundo
(1750-1971), Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1978 y Yona Fiedman, Utopías realizables, Ed. Gustavo Gili,
Barcelona, 1978.
[7] Javier Bilbao, “En qué sociedad
utópica se viviría mejor”, Jot Down, 04, 214, El País.
[8] Ibid. Sobre Oneida, J. H. Noyes, y las sectas icarianas véanse: J.
Bilbao, “Las grietas de la perfección”, Jot
Down, 11, 2012; Edmund Wilson, Hacia la estación de Finlandia, Alianza
Editorial, Madrid, 1972, pp. 133-138, y el epígrafe “Estados Unidos
como el ‘Paraíso de lo posible’. Realización de la utopía”, en Carmen Iglesias, Razón, sentimiento y utopía, Galaxia Gutenberg, 2006, pp.440-446..
[9] R. M. Kanter, Commitment and community- Communes and
utopías in sociological perspective, Harvard University Press, Cambridge
1972.
[10] Según
J. Bilbao “Ya que hablamos de hippies no podemos terminar sin
aludir al clásico Imagine, de John Lennon. De esa sociedad descrita en la canción
—aparte del comentario sarcástico que hizo Elvis Costello sobre un millonario soñando con que la
propiedad no existiera—, uno sospecha que podría estar muy bien vivir allí…
siempre y cuando todos fuéramos John Lennon” (loc. cit.). Sobre las comunas
hippies y contraculturales véanse Stuart Hall, Los hippies: una contra-cultura, Cuadernos Anagrama, Barcelona,
1970; Keith Melvillde, Las comunas en la
contracultura. Origen, teorías y estilos de vida, Kairós, Barcelona, 1975 y
Josep Mª Carandell, Las Comunas. Alternativa a la familia, Cuadernos ínfimos, Tusquets
editores, Barcelona, 1972.
[11] Javier Bilbao, loc. cit.
[12] Ibid.
[13] Cf. Félix Duque, Filosofía para el fin de los tiempos.
Tecnología y Apocalipsis, Madrid, Akal, 2000, pp. 220--234.
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