Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traigo un fragmento de un texto todavía inédito, que pronto se publicará íntegramente, y que forma parte del que lleva por título: El problema del mal en el mundo.
EL PROBLEMA DEL MAL EN EL MUNDO
Ni Dios, ni el más allá. Si esto es así,
¿de qué quejarse.
Las cosas no tienen ni intención, ni
sentido, ni lenguaje.
No son en sí mismas ni buenas ni malas,
son lo que son y nada más. ¿Dónde está
el mal?
J. Guitton
Mi testamento
filosófico
Si
hubo algo realmente de utilidad vital y de interés existencial que aprendí del
discurso filosófico racional, a través de los siglos de pensamiento
–occidental- fue, sin duda, afrontar (o al menos intentarlo) la idea de Dios y la idea del mal, para distinguirlo del
problema del mal. La ausencia de Dios y de sentido tenía una salida heroica
(Niezstche) para dar sentido al devenir existencial. En cualquier caso, la
persecución y búsqueda de la felicidad, con o sin sentido heroico, es una
fuente continua de desagracia e infelicidad, no hace falta acogerse a un
razonamiento oriental –budista- del asunto para ver el asunto con claridad[1].
No
nos queda, inferimos, más remedio que aceptar el problema del mal sólo si Dios
existe. Sin esta idea es imposible racionalmente aceptar que existe tal
problema y que en consecuencia nos lleva a la interrogante, por cierto,
bastante peliaguda, de por qué Dios nos
deja ser desgraciados con tanta frecuencia […][2]
Es claro que el problema del mal tiene que ser consecuencia necesaria de que
Dios existe.
Es
claro que aquí no planteamos una resolución del problema del mal, sino una
constatación obvia de que este no sería una realidad sin la realidad no menos
evidente de Dios. La respuesta al problema es una cuestión diferente. ¿Qué
clase de Dios hace admisible el
genocidio o el sufrimiento de inocentes? Esta dramática interrogante parece
claro que no acaba de encontrar humana respuesta. En una dialéctica plenamente
racional que ha de desembocar necesariamente en mi incapacidad para dar
respuesta y, por tanto, la de mostrar mis carencias para entender el problema.
Sólo cabe la rebelión ante una realidad incomprensible que un Dios (no menos
entendible) ofrece para ¿miseria? de
todas las criaturas.
Desde
luego el planteamiento gittoniano es revelador para caer en la cuenta de que el
ateísmo no puede ser origen del mal mismo, ni siquiera de la duda. Como decía
al inicio, el mal, el sufrimiento, el dolor… sea acaso la piedra de toque no
solo de la fe, también de la propia razón y, desde luego, veremos, que de la
idea y realidad misma del amor. Para esto quizá haga falta no sólo una nueva
manera de pensar, de filosofía, también de ciencia, una nueva forma de afrontar
y aceptar los límites de una y otra manifestación de razón ante las grandes
cuestiones.
Soy
poeta. Para mí, la poesía ha sido una de las vías de elocuencia e indagación
más poderosas para arrostrar, confrontar, sufrir y superar la incertidumbre de
las grandes cuestiones que la razón y el concepto no han podido responder y
llenar mi corazón y mi mente y, por qué no, mi espíritu desdichado, fugazmente
dichoso, que aspira humildemente a entender el mundo, que será entenderme a mí
mismo.
Verán
en seguida que este inciso no es inoportuno. El sufrimiento requiere el alivio
de algún sentido. Es obvio que la poesía lo es. Pero acaso no por lo que, de
consuno, muchos imaginan. Tiene que ver, sin embargo, con la libertad, el amor
(del que avisábamos antes) y, sobre todo, la creación. [...]
Francisco Acuyo
[1] El
origen de todo sufrimiento, según el budismo, radica en el apego y el deseo, o
lo que es lo mismo, lo que consideramos, acaso sin mucha reflexión, que puede
hacernos felices.
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