Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos el post que lleva por título: Creación poética: la destrucción o el amor.
CREACIÓN POÉTICA:
LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR
EL lector atento de poesía (también el poeta ¿inspirado?)
sabe(n) que el impulso creativo poético va más allá de la razón, cuando no
busca en verdad abolirla, se presenta como una fuerza destructora -creativa-
que pretende ser (o volver a ser) tras
lo destruido, renacer entre las ruinas de la razón misma.
Late,
pues, en el discurso poético la energía de la disolución que aparece en los
contados momentos (¿inspirados?) de la más vivificante poesía. Los principios
de la razón dialéctica son brutal o sutilmente trasgredidos, según el carácter
del poeta. No se plantea el poeta advertir o participar de ninguna
trascendencia porque acaso forman parte de aquella en esos momentos creativos.
Bebe la
poesía verdadera más que del discurso de la razón, e incluso de las fuerzas
primigenias de la naturaleza, de los espíritus que habitan lo más hondo del
corazón y de nuestras conciencias, la idea creativo-poética es acción que
trasciende las realidades de nuestro mundo para ofrecer una intuición de la
verdadera realidad donde habita el olvido de los principios de razón, lógica y
conceptualismo.
El
producto de su destrucción razonable está más allá de cualquier fantasía, si
radica en lo vital, en lo natural que aspira a un ethós (que vincula la moral y
la naturaleza de las cosas) que lo trasciende y que, no obstante, integra todas
la formas de vida natural, traspasando la emoción, el sentimiento y por
supuesto cualquiera clase de superstición.
Acaso
el mejor poeta sea el que se sumerge en los primigenios instinto de creación
por ser aquél el que con más potencia y efectividad destruye los artificios de
la razón, el sentimiento y el sentido. Sin embargo, paradójicamente, será el
número, la medida (el metro) lo más cercano a cualquier constructo métrico, por
muy prístino que sea, al fin y al cabo será lo que lo vincule con más
profundidad a la verdad y a la belleza.
Será el
número el que trasluzca tras la destrucción necesaria para la creación
verdadera, pues será el elemento que lo constituya al verso (y al poema) como
un auténtico organismo vivo. Añadidos los valores simbólicos del genuino poema,
veremos que también forman parte de la eufonía imprescindible de todo poema.
Así las
cosas, si alguna vez se dijo (Aristóteles) que la poesía es más filosófica que
la historia, cabe decir que también es la poesía más filosófica que la prosa[1],
acaso por el aporte numérico eufónico de su constructo.
La
poesía auténtica (no, o menos literaria) sería precisamente aquella que
destruye no solo el artefacto lógico de los juicios discursivos, también los de
la misma experiencia para elevarse más allá de las convenciones y aspirar a la construcción
de aquél ethós que anunciábamos y que solo es posible a través de la creación
más genuina como es la poesía. Pero no olvidemos que el número poético será el baluarte
del orden singular sobre el que se construye el poema sobre los que crear, construir los
valores –morales, estéticos, gnoseológicos, trascendentes…- que el poeta
aprehende y expresa de forma concisa, concreta, invistiendo su forma de manera
rigurosa para la construcción de sublime argumento que posibilite la potencia superior
(como poeta o como lector atento) de nosotros mismos.
Francisco Acuyo
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