Para la sección Extractos críticos y De la métrica Celeste, del blog Ancile, que como verán, en ambos sitios pudiera estar perfectamente contenida, traemos una nueva entrada de mano del enorme poeta y eximio profesor Antonio Carvajal, que nos habla del libro Flores de la inocencia (Olé Libros, Valencia, 2020), del poeta José Luis Vidal, y todo bajo el título: De Vidal, Vidalia. Desde aquí nos unimos con Antonio para expresar nuestra recomendación de lectura de tan exquisito libro de poemas.
DE VIDAL, VIDALIA
Recibo Flores de la inocencia (Olé Libros, Valencia, 2020), previa consulta de su autor,
José Luis Vidal, que me quiere y me respeta tanto que no me pide para sí tiempo de mi
jubilación, sino que me regala frutos exquisitos y bien escogidos de horas de estudio y
de creación en la suya. Explica Jaime Siles en un ensayo sobre la Eneida que Virgilio
diseña un héroe sobreabundante de piedad y escasísimo de furor; toda mi vida he
querido ser pío, sobre todo en los años de vida que me restan, mas me mueve a furor la
intempestiva invasión de centones éditos o inéditos de quienes piensan que nada puedo
hacer mejor que consumir mis horas leyendo sus ocurrencias que, sin pudor alguno ni
respeto a mis ya escasas canas, me envían.
Repito: José Luis Vidal me consultó previamente. Y heme aquí disfrutando su palabra
medida, llena de piedad y exenta de furores, sometida conscientemente al arte de buen
trovar. Ha trazado un esquema flexible: poemas breves de nueve versos y en metros
ligeros, armónicos y oscilantes. Pocas veces alcanza el endecasílabo, combina los de
cinco, siete y nueve sílabas y, muy raramente, algún pie trisílabo. La brevedad de los
versos le permite al lector apreciar instantáneamente gallardías del pensamiento, joyas
de la dicción, y así nos conmueve definiendo su paternidad como sustancia de su anhelo
mientras se siente arrebatado por un azor azul. Piedad: lleva a su padre incorporado en
sus pulsos, laten en sus manos las manos de sus hijos, que ya se le escapan; por ellos y
en ellos se hace palabra desde su carne.
Frente a la canción trovadoresca, de gran empaque sonoro, aunque en principio sus
esquemas fueran libremente dispuestos y luego disciplinadamente respetados por el
autor, Vidal opta por la estructura breve, constantemente variada y modulada, sólo
sujeta a la cantidad de versos, siempre nueve. Ni siquiera la rima es constante y, cuando
suena, espira vocales, no se ata al tañir de las consonantes, y se desliza por los versos
pares, excepto cuando liga el final con la misma voluntad de subrayar sonoramente los
conceptos con la que nuestros clásicos cerraban sus liras y octavas y los ingleses sus
sonetos desviados del itálico modo:
A Paco Albert en su agonía
Te traigo
este breve murmullo,
humano, torpe,
impuro,
ahora junto a ti.
Y tú, harto del humo
de tantos ritos falsos,
te abrazas a mi bulto,
que ya no es tu mundo.
Hay quienes niegan el simbolismo fónico, allá ellos. Hay quienes braman contra la
rima, con su pan se lo coman. Pero poetas y lectores de mucha sensibilidad notaron que
la ú los sobrecoge o asusta o entristece, desde la famosa “unda recumbit” de Horacio a
la “infame turba de nocturnas aves” de Góngora y a este Vidal que aduzco.
¿Y qué decir del balanceo conceptual, corpóreamente sustentado por los garbosos
encabalgamientos? Óigase:
Amo las nubes. Sus vaivenes
de ser y de no ser
me afectan. Ellas nacen
de un amor sin sentido
que, azul azor,
picotea mis pétalos.
Las nubes, luces
y sombras de mi mal
de altura.
Bullen las rimas internamente, la multiplicidad de vocales tónicas diluye la oscuridad de
la u acentuada, las fricativas sugieren movimientos sordos, las laterales y vibrantes le
dan ligereza y rumor al vuelo. Vidal hace sus versos para que suenen. Digámoslos para
oírnos. Azul azor. ¡Y cómo se eleva!
Hace años tuve la dicha de editar y anotar las jaiquillas de Antonio Piedra. Hoy soy feliz
divagando brevemente sobre estas estrofas de José Luis Vidal que me han dado un
ligero quebradero de cabeza para nombrarlas. No son novenas ni novenillas, porque se
mezclan medidas y no responden a viejos ritos, como el de las coplas castellanas; por lo
mismo no son nonas ni nonillas, aunque en ellas lo par cuente menos que lo impar. Si a
una décima que el autor llamó redondilla los demás la llamamos espinela, llamemos a
esta estrofa vidalia, que para eso tiene padre conocido.
Antonio Carvajal
Motril, 24 de noviembre de 2020
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