lunes, 15 de febrero de 2021

ENSEÑANDO A NADAR A LA MUJER CASADA, DE JUAN CARLOS FRIEBE

Para la sección Editoriales amigas del blog Ancile, tengo el gusto de traer un nuevo post con la primicia editorial de Esdrújula Ediciones, en su colección Diástole, el libro del poeta (y amigo entrañable) Juan Carlos Friebe, Enseñando a nadar a la mujer casada. Traemos un par de poemas como muestra de esta obra que recomendamos vivamente porque hará las delicias de los amantes de la buena poesía. Acompañamos el post con una nota que acompaña el poemario del Catedrático Antonio Chicharro, que será sin duda un antecedente altamente avisado que servirá sin duda de una muy aconsejable introducción a este excelente libro de poemas. No duden en adquirir este título porque será uno de sus libros dilectos en su biblioteca de poesía.


Enseñando a nadar a la mujer casada. Juan Carlos Friebe




ENSEÑANDO A NADAR A LA MUJER CASADA,

DE JUAN CARLOS FRIEBE




Enseñando a nadar a la mujer casada. Juan Carlos Friebe
Foto de Antonio Arenas




Enseñando a nadar a la mujer casada, con renglones ásperos, sutiles descripciones, luminosas a la vez que demoledoras imágenes, variedad y adecuación de registros lingüísticos, recursos gráficos y elementos narrativos tomados de hechos históricos enhebrados y orientados hacia su culminación lírica en una suerte de despliegue de cajas chinas, constituye un libro de indagación poética tanto en la conciencia como en la sostenida experiencia trágica vivida por mujeres y provocada por la ignorancia, la credulidad y la maldad humanas. Esta nueva obra viene a sumarse a los libros Las briznas: poemas para consuelo de Hugo van der Goes (2007) y Poemas a quemarropa (2011) con los que establece una íntima relación por su ambiciosa concepción, proyección y hondura, además de por ser un nuevo resultado de un modo de poesía manchado de verdad y cincelada factura con el que, palabra de Friebe contra la barbarie, provoca una profunda experiencia lectora.


Antonio Chicharro






                                                        ACTA VIII 


«Le preguntaron en qué parte tocó a Santa
Catalina, a lo que respondió: “No os
responderé a eso”. Le preguntaron si besó o
abrazó a las santas Catalina o Margarita,
a lo que respondió que abrazó a las dos. Le
preguntaron si olían bien, a lo que respondió
que era bueno que supieran que olían bien.
Le preguntaron si cuando las abrazaba,
sentía calor o alguna otra sensación, a lo que
respondió que no podía abrazarlas sin olerlas
y tocarlas. Le preguntaron por qué parte las
abrazaba, si era por arriba o por abajo, a lo
que respondió que era mejor abrazarlas por
 abajo que por arriba».


De Los procesos de Juana de Arco,
de Georges y Andrée Duby.
Editions Gallimard, 1973) 





                                             RUAN




Todo ponen en duda a fin de congraciarse
con sus consciencias turbias, urdiendo hábiles trampas:
incluso el fino filo de sus preguntas mata.
Como arañas que tejen con sutil hilo ardid
para la incauta típula que muere sin saber
de las flores su jugo, secándola de sangre
hasta el nervio marfil de sus alas translúcidas,
cada tierno recuerdo ambicionan manjar,
cada instante vivido degustar me requieren,
cada vívido instante mío quisieran para sí.
 
                                                                                  Sí:
para sí mis visiones de chiquilla inocente.
 
                                                                                  Sí:
para sí mis prisiones de casta pubertad.
 
                                                                                  Sí:
 
para sí mis pasiones, ya las hubiera o no,
 
de algún amor cortés o macilento
pues nada atrae más a un cazador de tórtolas
que el candor de la presa que se apresta a abatir
o al joven batidor cobrar trofeo fácil.
 
Lo que Ustedes pretenden de mis primeras flores
con ese obsceno celo de lasciva virtud
arrugando sus telas bastas
 
                                                                                  de carcamales
 
es sofocar la dura, dolorosa erección,
que áspera y brusca larvan bajo santa sotana
 
                                                                                  de cardenales.








1804 — 1831

MARIANA PINEDA

«(…) no era una de esas torres cuya aguja

se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas,

amaneradas, como señoritas cursis que

aprietan demasiado el corsé (…)».


Leopoldo Alas «Clarín»


 

                                                                ACTA IX




«Dijiste que preferías morir a quitarte esos

hábitos si no era por mandamiento de Dios

y que si te mantenías con ese hábito, con

el Rey y tus compañeros, acaecería uno de

los mayores bienes del reino de Francia.

También señalaste que por ninguna razón

jurarías dejar de portar dichos hábitos y

armas. Sobre todo lo anterior, dices haber

actuado correctamente, ateniéndote a los

mandamientos de Dios. En lo referente a

todo lo anteriormente expuesto, los clérigos

afirman que has blasfemado contra Dios

y que menosprecias sus sacramentos. Has

transgredido la Ley Divina, las Santas

Escrituras y las ordenanzas canónicas.

Adoras y sientes mal la fe. Te jactas

vanamente».







                                                            GRANADA





A Mariana se la llevan:

la llevan para matarla.

Cuando hizo testamento

con razón tan ajustada

tan cabal fue su dictado

que el escribano lloraba.

Se la llevan, llevan, llevan

a patíbulo a Mariana.

Si a un pedestal de querubes

la hubieran subido estatua,

ni Alonso Cano en su arte

soñase la Inmaculada

con tanta gracia en su talle y

tanta humildad en su talla

—ay, y esa boca tan chica

y ay, el oval de su cara...—.


A Mariana se la llevan:

la llevan para matarla.

Dicen que saben que dicen

que hallaron tela en su casa,

y con papel de marquilla

unas letras deshiladas,

lema contra el rey y la ley

entre ellas disimulaba.

Y a tal extremo el delito

de traición bien encajaba

que aquel tafetán morado

del bastidor desmontara.

Si tiempo hubiera tenido

su sangre al paño apañara

con primores de puntilla

cuatro festones de organza.


A Mariana se la llevan:

la llevan para matarla.

Saben que dicen que saben

bien amañada artimaña,

que alguien lo trajo escondido

con intención de culparla

dentro de un arcón oculto

de Albaycín hasta Águilas.

Bajó por Calderería,

de Alcaicería a Bib-Rambla.

Largo trecho recorrió

aquella que lo llevara

con corazón encogido

por tres malditas palabras:

libertad, igualdad, ley,

y un dedal de puñalada.


A Mariana se la llevan:

la llevan para matarla.

Por la enseña clandestina

alguien con ella se ensaña.

Bien ha enhebrado Pedrosa

a la aguja hilo de causa,

su poder a la mujer

que unas letras le hilvanara.

¡Si instante hubiera tenido

para poder hilvanarlas

a ese trapo desdichado

de su desdicha la fragua!

Por no confesar culpables

confesa lo es de algarada.

Por desoír al alcalde

doblan de luto campanas.


A Mariana se la llevan:

la llevan para matarla.

La llevan de azul vestida,

percal sobre piel de cala

con un ajuar de azucenas

de ajado color de caña

sobre un pedestal de ultraje,

Dolorosa de esperanza.

Pues la llevan sobre un trono

de basta mula de carga.

Por casarla con la muerte

se la llevan esposada.

Con burda soga de esparto

tiene las manos atadas,

consumida de ilusiones,

consumada una venganza.


A Mariana se la llevan:

la llevan para matarla.

Parece un ángel pintado

por Dios con baño de nácar

y a la grupa de la mula,

ángel caído en desgracia,

recorre la calle Elvira

sin derramar ni una lágrima

pues tras cada esquina espera

que se levante Granada,

que la ciudad se adelante

a su condena canalla

y la libre de su suerte.

Pero las calles se callan.

Y al cadalso la conduce un

sordo silencio en volandas.


A Mariana se la llevan:

la llevan para matarla.

Y aunque mira, mira y mira

nadie se atreve a salvarla:

y si mira, mira y mira

nadie aguanta su mirada.

Dale que dale que dale

todos cabeza le agachan,

porque inocente la llevan

de la calumnia a la infamia.

Entre un pueblo enmudecido

va Mariana Inmaculada,

y a su paso de vergüenza

cada cara demudada

calla que sabe de sables,

que hay un tirano en España.


                  

 
 
 
Juan Carlos Friebe
(Enseñando a nadar a la mujer casada, 2021)

 
 

 

                                                                     



Enseñando a nadar a la mujer casada. Juan Carlos Friebe



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