Para la sección Editoriales amigas del blog Ancile, tengo el gusto de traer un nuevo post con la primicia editorial de Esdrújula Ediciones, en su colección Diástole, el libro del poeta (y amigo entrañable) Juan Carlos Friebe, Enseñando a nadar a la mujer casada. Traemos un par de poemas como muestra de esta obra que recomendamos vivamente porque hará las delicias de los amantes de la buena poesía. Acompañamos el post con una nota que acompaña el poemario del Catedrático Antonio Chicharro, que será sin duda un antecedente altamente avisado que servirá sin duda de una muy aconsejable introducción a este excelente libro de poemas. No duden en adquirir este título porque será uno de sus libros dilectos en su biblioteca de poesía.
ENSEÑANDO A NADAR A LA MUJER CASADA,
DE JUAN CARLOS FRIEBE
Foto de Antonio Arenas |
Enseñando a nadar a la mujer casada, con renglones ásperos, sutiles descripciones, luminosas a la vez que demoledoras imágenes, variedad y adecuación de registros lingüísticos, recursos gráficos y elementos narrativos tomados de hechos históricos enhebrados y orientados hacia su culminación lírica en una suerte de despliegue de cajas chinas, constituye un libro de indagación poética tanto en la conciencia como en la sostenida experiencia trágica vivida por mujeres y provocada por la ignorancia, la credulidad y la maldad humanas. Esta nueva obra viene a sumarse a los libros Las briznas: poemas para consuelo de Hugo van der Goes (2007) y Poemas a quemarropa (2011) con los que establece una íntima relación por su ambiciosa concepción, proyección y hondura, además de por ser un nuevo resultado de un modo de poesía manchado de verdad y cincelada factura con el que, palabra de Friebe contra la barbarie, provoca una profunda experiencia lectora.
Antonio Chicharro
ACTA VIII
Catalina, a lo que respondió: “No os
responderé a eso”. Le preguntaron si besó o
abrazó a las santas Catalina o Margarita,
a lo que respondió que abrazó a las dos. Le
preguntaron si olían bien, a lo que respondió
que era bueno que supieran que olían bien.
Le preguntaron si cuando las abrazaba,
sentía calor o alguna otra sensación, a lo que
respondió que no podía abrazarlas sin olerlas
y tocarlas. Le preguntaron por qué parte las
abrazaba, si era por arriba o por abajo, a lo
que respondió que era mejor abrazarlas por
abajo que por arriba».
de Georges y Andrée Duby.
1804 — 1831
MARIANA PINEDA
«(…) no era una de esas torres cuya aguja
se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas,
amaneradas, como señoritas cursis que
aprietan demasiado el corsé (…)».
ACTA IX
«Dijiste que preferías morir a quitarte esos
hábitos si no era por mandamiento de Dios
y que si te mantenías con ese hábito, con
el Rey y tus compañeros, acaecería uno de
los mayores bienes del reino de Francia.
También señalaste que por ninguna razón
jurarías dejar de portar dichos hábitos y
armas. Sobre todo lo anterior, dices haber
actuado correctamente, ateniéndote a los
mandamientos de Dios. En lo referente a
todo lo anteriormente expuesto, los clérigos
afirman que has blasfemado contra Dios
y que menosprecias sus sacramentos. Has
transgredido la Ley Divina, las Santas
Escrituras y las ordenanzas canónicas.
Adoras y sientes mal la fe. Te jactas
vanamente».
GRANADA
A Mariana se la llevan:
la llevan para matarla.
Cuando hizo testamento
con razón tan ajustada
tan cabal fue su dictado
que el escribano lloraba.
Se la llevan, llevan, llevan
a patíbulo a Mariana.
Si a un pedestal de querubes
la hubieran subido estatua,
ni Alonso Cano en su arte
soñase la Inmaculada
con tanta gracia en su talle y
tanta humildad en su talla
—ay, y esa boca tan chica
y ay, el oval de su cara...—.
A Mariana se la llevan:
la llevan para matarla.
Dicen que saben que dicen
que hallaron tela en su casa,
y con papel de marquilla
unas letras deshiladas,
lema contra el rey y la ley
entre ellas disimulaba.
Y a tal extremo el delito
de traición bien encajaba
que aquel tafetán morado
del bastidor desmontara.
Si tiempo hubiera tenido
su sangre al paño apañara
con primores de puntilla
cuatro festones de organza.
A Mariana se la llevan:
la llevan para matarla.
Saben que dicen que saben
bien amañada artimaña,
que alguien lo trajo escondido
con intención de culparla
dentro de un arcón oculto
de Albaycín hasta Águilas.
Bajó por Calderería,
de Alcaicería a Bib-Rambla.
Largo trecho recorrió
aquella que lo llevara
con corazón encogido
por tres malditas palabras:
libertad, igualdad, ley,
y un dedal de puñalada.
A Mariana se la llevan:
la llevan para matarla.
Por la enseña clandestina
alguien con ella se ensaña.
Bien ha enhebrado Pedrosa
a la aguja hilo de causa,
su poder a la mujer
que unas letras le hilvanara.
¡Si instante hubiera tenido
para poder hilvanarlas
a ese trapo desdichado
de su desdicha la fragua!
Por no confesar culpables
confesa lo es de algarada.
Por desoír al alcalde
doblan de luto campanas.
A Mariana se la llevan:
la llevan para matarla.
La llevan de azul vestida,
percal sobre piel de cala
con un ajuar de azucenas
de ajado color de caña
sobre un pedestal de ultraje,
Dolorosa de esperanza.
Pues la llevan sobre un trono
de basta mula de carga.
Por casarla con la muerte
se la llevan esposada.
Con burda soga de esparto
tiene las manos atadas,
consumida de ilusiones,
consumada una venganza.
A Mariana se la llevan:
la llevan para matarla.
Parece un ángel pintado
por Dios con baño de nácar
y a la grupa de la mula,
ángel caído en desgracia,
recorre la calle Elvira
sin derramar ni una lágrima
pues tras cada esquina espera
que se levante Granada,
que la ciudad se adelante
a su condena canalla
y la libre de su suerte.
Pero las calles se callan.
Y al cadalso la conduce un
sordo silencio en volandas.
A Mariana se la llevan:
la llevan para matarla.
Y aunque mira, mira y mira
nadie se atreve a salvarla:
y si mira, mira y mira
nadie aguanta su mirada.
Dale que dale que dale
todos cabeza le agachan,
porque inocente la llevan
de la calumnia a la infamia.
Entre un pueblo enmudecido
va Mariana Inmaculada,
y a su paso de vergüenza
cada cara demudada
calla que sabe de sables,
que hay un tirano en España.
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