Para la sección, De la métrica celeste del blog Ancile, tengo el gran placer de ofrecerles un texto en forma de misiva que me dirige el maestro amigo, profesor de métrica de la Universidad de Granada, y eximio poeta donde los haya, Antonio Carvajal. En el hace unas interesantísimas reflexiones a tenor de la lectura del tratado de Métrica Española que publicó Pablo Jauralde Po en la editorial Cátedra (2020), y que será deleite seguro para quienes disfrutan con las maravillosas sutilezas de la ciencia y arte métricas. Queda recogido este post con el título: De los sus ojos tan fuertemente llorando, verso del poema del mío Cid, del que parte y se desarrolla toda esta edificante, avisada y sugestiva reflexión.
DE LOS SUS OJOS TAN FUERTEMENTE LLORANDO,
POR ANTONIO CARVAJAL
Querido Francisco Acuyo: Hace pocos
meses que Pablo Jauralde Pou ha publicado un atractivo y singular tratado de Métrica
Española (Cátedra, 2020) que voy leyendo con interés y fruición. Debo
decirte que, apenas lo tuve en mis manos, me fui directamente a las páginas que
dedica al verso de trece sílabas, espoleado por el interés que me provocó la
lectura de su artículo sobre tal verso (“Tridecasílabos”, en Rhythmica,
I, 1, 2003), donde prometía tratar de resolver ciertos aspectos difíciles que
dejaba para su entonces futuro manual. Te preguntarás que cómo guardé memoria
de una promesa así durante tanto tiempo. Es fácil, la curiosidad de algunos
amigos y la mía propia me hicieron volver varias veces al artículo de Jauralde.
Y una duda perpetua: ¿cuántas sílabas puso el docto autor del poema de mío Cid
en el verso inicial de la copia que conservamos?:
Delos
sos oios tan fuerte mientre lorando
donde se comprueba que había leído
a Virgilio y recitaba al modo hispano los hexámetros latinos. Es doctrina
comúnmente aceptada que los versos de este poema tienen una medida que oscila
entre las 13 y las 17 sílabas. Acudo a la autoridad de Benot:
…el número de sílabas del exámetro
[…] oscilaba entre trece sílabas i diecisiete.
Las 17 sílabas tienen buena prensa
(Jauralde Pou apunta esplendores de este metro, pp. 264-265) pero las 13 no
acaban de escapar del limbo de lo “poco cultivado”. Y, sin embargo, Bello lo
registra como el más largo de los versos yámbicos, aunque lo llama “alejandrino
a la francesa” y pone como ejemplo la fábula de “La campana y el esquilón” de
Tomás de Iriarte; comenta:
el Alejandrino a la francesa… consta
de trece silabas i debe tener una cesura despues de la tercera clausula,
siendo siempre agudo o grave el primer hemistiquio, pero de tal modo,
que cuando es grave, su ultima silaba ha de confundirse por la sinalefa
con la primera del segundo hemistiquio.
Y añade:
El numero de silabas de que consta
este verso pudiera adaptarse lo mismo al ritmo anapestico que al yámbico.
Es el ritmo que le asigna Benot:
La cuádruple repetición del pie
anapéstico da el verso de trece sílabas.
Pues bien, leído a la moderna, o
sea, a la española, como sostengo que el abad don Pedro leyó a Virgilio, esta
línea:
Delos sos oios tan fuerte mientre
lorando
nos da el esquema acentual oo - o –
óo – ó – óo – óo – oóo, que no se ajusta ni a yambos ni anapestos por mucha fe
que le echemos (hay que recordar que la fe se representa con los ojos vendados)
pues no se compone de seis cláusulas yámbicas, oó - oó - oó - oó - oó - oó (más
una sílaba átona que pirriquia el verso castellano y desajusta los análisis a
la francesa), ni de cuatro pies anapésticos, ooó - ooó - ooó - ooó (y su
silábica añadida) aunque, con el debido
respeto, podamos aplicar la norma de Benot para el hexámetro:
…el exámetro era un verso compuesto
de séis piés de a cuatro tiempos cada uno; de modo que el verso constaba de veinticuatro
tiempos; pero el número de sus sílabas podía variar. Los dos últimos piés
habian de tener necesariamente cinco sílabas con ocho tiempos, porque el quinto
pié había de ser precisamente dáctilo, i espondeo el último. Pero los cuatro
primeros pies podían ser dáctilos o espondeos a discreción del poeta; es decir,
que habían de durar entre todos dieciséis tiempos, si bien el número de sus
sílabas podía resultar de ocho, siendo espondeos todos los cuatro primeros
piés; o bien ascender hasta doce, siendo dáctilos los cuatro. Por esta potestad
de los versificadores clásicos, el número de sílabas del exámetro, constando el
verso siempre de veinticuatro tiempos, oscilaba entre trece sílabas i
diecisiete.
De donde se deduce que el esquema
oo – o – óo – ó – óo – óo – oóo
se puede presentar como
oo – oó - oó –
óo – óoo – óo
y, siguiendo los razonamientos de
Benot sobre las sílabas del español, cuya lectura recomiendo, nos podríamos
evitar tanta versión machacona de virgilios isométricos en las varas de diecisiete
sílabas con que algunos traductores nos fustigan y reconocer que es un perfecto
hexámetro hispánico, incluso dicho en mi andaluz, este verso inaugural de
nuestra soñada estirpe:
de
los sus ojos tan fuertemente llorando.
A partir de aquí habremos de
preguntarnos por qué las sílabas contadas de la cuaderna vía y de la copla
castellana de arte mayor ahogaron el crecimiento de los hexámetros hispanos y
los dobles adónicos de Nebrija, y de cómo unos moldes resisten y rebrotan y
otros siguen latentes, esperando la mano de nieve que sepa arrancarlos (bonito
pentámetro si contamos por anapestos, hexámetro si consideramos que por algún
sitio nos hemos comido medio pie: añade un ¡ay! al comienzo y mira cómo lo
anapéstico muda en dactílico: ¡Ay!, esperando la mano de nieve que sepa
arrancarlos). Ay, hay mucha tela que cortar, tengo que hablarte de Rafael
Juárez, Emilio Ballesteros y José Antonio Ruiz Reina y de sus relaciones con el
tridecasílabo y conmigo. Tengamos salud y cumplamos nuestros buenos propósitos.
Tuyo,
Antonio Carvajal
Desde Motril, a 30 de marzo del 2021
¡Maestro!
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