Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos una nueva entrada de nuestro colaborador y amigo Alfredo Arrebola, y esta colaboración bajo el título: Vivencia psicoantropológica del perdón.
Comienzo esta sencilla y breve
reflexión en uno de los jueves que relucen más que el sol: Jueves Santo, día primero de abril, en esta terrible y angustiada Semana Santa de 2021. Pues bien, tal día como
hoy, pero del año 1939 – Franco proclamó el final de la “incivil guerra española”.
Yo sólo tenía 3 años, 3 meses y
veinticinco días. No quiero recordar los tristes y odiosos años de la
posguerra porque mi corazón,
afortunadamente, jamás ha guardado el más mínimo odio. Fueron mis propios
padres, en un principio, quienes me ensañaron a perdonar: vivencias familiares
de un hogar lleno de paz y unión.
Han pasado ya ochenta y cuatro años de
aquellos desgraciados tiempos y, sin embargo, vengo observando, día tras día,
que sigue dividida nuestra querida – y nunca lo suficientemente amada – España
por esas malditas, trasnochadas y totalmente obsoletas ideologías: “Derechas e
Izquierdas”. ¡Sigue teniendo razón
nuestro lírico e inmortal poeta don Antonio Machado Ruiz (1875 -1939)!.
No me hagan comulgar con ruedas de molino: Ser de derechas o izquierdas es una verdadera y auténtica tautología!. Son muchos los políticos que, por desgracia, necesitan vivir de esos viejos odios heredados de sus mismos progenitores. ¡Triste realidad que estamos soportando quienes amamos la paz y la solidaridad!. Incluso me atrevo a afirmar que, por desgracia, a la mayoría de nuestros políticos nada les importan España y los españoles, sino la nómina y el poder. Y, además, ¿por qué esa animadversión a toda manifestación religiosa? ¿Es que la religión, objetivamente vista, es algo que nos impide ser libres y mejores ciudadanos? En absoluto.
Como tampoco le encuentro sentido que “lo religioso” sea motivo en España de enfrentamientos. Es ridículo y, además, ataca directamente la libertad individual, la “inmunitas a vinculo” de todo ser racional. Desde mis inicios en los estudios filosóficos, antropológicos y teológicos, puse todos mis esfuerzos en el estudio de las religiones, llamándome la atención el odio patológico del comunismo hacia lo religioso, ya que lo ve como el veneno del pueblo a semejanza de otros comunistas rusos, como Lenin y Stalin, al catalogar a la parte más íntima del ser humano, idest, sus creencias como el opio del pueblo, ignorando, posiblemente, que el verdadero y auténtico comunismo fue el que practicaban los primitivos cristianos. A ese “comunismo”,¡ sin la menor duda!, me apuntaría yo.
En una sociedad, la nuestra, donde
el bienestar está en suspenso, escribe el psicólogo Javier Urra, donde reinan
la incertidumbre, la ansiedad, la angustia y el miedo, se imponen la identidad
comunitaria, el sentimiento colectivo, la
entereza, la entrega y la fuerza del cariño (cfr. “Afrontamiento psicológico en momentos
de crisis”, pág. 30. Madrid, 2020). Quienes confesamos que Jesucristo “resucitó
de entre los muertos”, fundamento metafísico y teológico de nuestra fe y
esperanza, debemos estar siempre alegres y prestos a perdonar a cuantos lo
necesiten, centrándonos en lo que podemos hacer y poniendo nombre a nuestras
emociones. Sí, estimado lector, demos abrazos emocionales, estemos cerca de
aquellos a quienes queremos y de quienes lo necesiten. Y, aunque sea
imaginativamente, acerquémonos al sepulcro para escuchar el anuncio: “Ha
resucitado, no está aquí” (Mc 16,6). Allí está el fundamento, la roca. No en
discursos de sabiduría, nos dirá nuestro admirado Papa Francisco, sino en la
palabra viviente de la cruz y de la resurrección de Jesús; pero, sobre todo, teniendo muy
presentes las palabras del Divino Nazareno: “perdonad y seréis perdonados” (Lc 6,37).
Uno de los más prolíficos teólogos
españoles, Marcial Vidal García (León, 1937) nos dice que
“… La relación entre las personas puede adoptar formas conflictivas. Son muchas las especies de tal relación: el odio propiamente dicho, la envidia, el resentimiento, la simple rivalidad” porque, en verdad, son muchas las imperfecciones que encubre la naturaleza humana. La experiencia nos muestra cómo cada día descubrimos y experimentamos que el conflicto, el enfrentamiento, el fallo están presentes entre nosotros; no obstante, sentimos que necesitamos el perdón, el que nos dan y el que, ¡costándonos la propia vida!, tenemos que dar a los demás. Las palabras del redentorista Marcial Vidal recuerdan que el mal existe entre nosotros, es un ingrediente inevitable en nuestra existencia: el trigo y la cizaña de la parábola crecen en medio de nosotros y hemos de cargar con esa mezcla sin querer acelerar el proceso de extirpar la cizaña, porque, en el intento, puede desaparecer también el trigo (Mt 13, 24), nos comenta el teólogo franciscano-capuchino Jesús González Castañón en “Evangelio y Vida”, pág.4 (Marzo-Abril 2021).
Vienen bien aquí las palabras del filósofo y teólogo Jean Vanier (1928 – 2019), fundador de la comunidades de “El Arca”: “Vivir juntos implica llevar una cruz, un esfuerzo constante y una aceptación que es el perdón mutuo de cada día”. Aunque, por desgracia, mal ejemplo dio el abate Vanier. El evangelista Mateo nos cuenta que Pedro preguntó a Cristo: “Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21ss). El Maestro aprovechó la ocasión, mediante una parábola, para que lo entendiera mejor, lo importante que es el perdón y la misericordia siempre.
Los creyentes cristianos – ¡pero de verdad! - si queremos aprender a perdonar tenemos que comenzar, ineludiblemente, reflexionando sobre la actuación del Dios que Jesús nos muestra: un Dios perdonador y recuperador de extraviados. Es decir, el mismo que ya se había revelado en el desierto a los israelitas: ¡Yahvé, Yahvé!, Dios misericordioso y clemente, tardo a la ira, rico en misericordia y fiel, que mantiene su gracia por mil generaciones y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, (Éx 34,6), un Dios al que Moisés, postrado en tierra, le dice: “Señor, si he hallado gracia a tus ojos, dígnate, Señor, marchar en medio de nosotros, porque este pueblo es de dura cerviz; perdona nuestras iniquidades y nuestros pecados y tómanos por heredad tuya (Ex 34,9)
Hay un dicho popular que nos dice: “Dios perdona siempre, los hombres algunas veces, la naturaleza nunca. La Biblia, amable lector, está llena de citas que reflejan fielmente que Dios es siempre “el Dios del perdón, clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en amor” (Neh 9,17); en Proverbios (17,9) puede leerse: “El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos”. Es un Dios – dirá el profeta Oseas (11,7-9) que ofrece un perdón gratuito, humanamente incomprensible, recuperador (Ez 18,23; Sal 78,38-39), y otros muchos textos.
Por otra parte, no se olvide que
la cuestión del perdón ha sido materia de filósofos, sociólogos y juristas. En
la actualidad, ocupa un extenso campo dentro del psicoanálisis. Ahora bien,
cuando los creyentes contemplamos a este Dios, que “amó tanto al mundo, que le
dio a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que
tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que
juzgue al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por El (Jn 3, 16-17), está clara y patente la consecuencia que
debemos sacar y vivir. Y para ello, a nadie mejor recurro que a san
Pablo, cuando escribe: “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga
quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo” (Col
3,13). Jamás me cansaré de repetir lo que, para mí, es lo más sublime y
diferenciador del cristianismo: El AMOR, es decir, ser capaces de cumplir lo
que jamás se había oído: “Un nuevo mandamiento os doy: que os améis unos a
otros; como yo os he amado” (Jn 13, 34).
Pongo fin a esta humilde reflexión,
sirviéndome del testimonio del famoso teólogo Atilano Alaiz Prieto (León,
1932), porque es muy cierto que “quien
vive densamente la experiencia del perdón incondicional de Dios casi nunca
encuentra nada que perdonar en los demás. Y es capaz de estrenar cada día la
relación con su hermanos”, y -¡cómo no! - con las sublimes palabras del rey y profeta David: “Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (Sal32, 22).
Alfredo Arrebola
Villanueva Mesía-Granada, Abril de 2021.
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