Finalizamos las reflexiones sobre la ausencia de fundamento intelectual y moral en los que debieran ser ejemplo de conducta para la sociedad y el individuo, y todo para la sección Pensamiento del blog Ancile, bajo el título: Del lenguaje falsificado y traído al margen del logos y del básico entendimiento de lo moral.
DEL LENGUAJE FALSIFICADO Y TRAÍDO
AL MARGEN DEL LOGOS
Y DEL BÁSICO ENTENDIMIENTO DE LO
MORAL
Que hoy pongamos en cuestión la
naturaleza del nous, de la
inteligencia misma, es mucho más que un síntoma, es la declaración de una
enfermedad social, no sé si todavía curable. EL conocer ya no tiene ninguna
importancia, y es cuestionada incluso en la misma convivencia humana.[1]
La manipulación del lenguaje como fundamento de todo conocimiento es la triste
realidad de la alienación de las conciencias en la actualidad, y donde el
sentido (aístheis) de lo justo o de
lo injusto, de lo que está bien o mal es ignorantemente llevado al olvido y
este dado por plenamente justificado.
Cómo
se ha olvidado, sí, la base de toda felicidad (eudamonía), que es el conocernos a nosotros mismos a través de la
mirada justa, sapiente y benefactora de los demás. Mas ¿cómo podemos fiarnos de
esa mirada y ese conocimiento cuando los fundamentos de toda moral y todo
conocimiento se cuestionan y desaparecen por mor de unos interés (políticos,
ideológicos, de grupo…) creados?
La
lucha platónico aristotélica de una felicidad sólo posible a través de una
forma justa de convivencia se ha desvirtuado por la profunda ignorancia de
quien ahora (interesadamente influenciados por el poder en boga) proclama las
formas que son las que rigen aquella convivencia. Acaso ahora, aunque no es
nueva esta situación, es más extrema y recalcitrantemente zafia, nesciente y
estúpida. Cuando los guardianes (de la República) se privilegian tan descaradamente
en su dominio y muestran sin pudor ninguno su ignorancia de espaldas en
realidad a lo que conviene a la sociedad, ¿qué podemos esperar de la ciudadanía
–avisada del logos y de la justa moral-, si no es su profunda desafección y radical
desprecio?
Si
la bondad e inteligencia deben ilustrar y guiar al guardián genuino ¿cómo hemos
de actuar quiénes, ante este imperio de ignorancia e injusticia lo único que
cuenta es la felicidad del tirano y sus acólitos y cofrades? ¿Qué, cuando la
sabiduría y la prudencia brillan por su total ausencia? ¿Cómo hemos de estimar
premios, reconocimientos y galardones ofrecidos discrecionalmente por estos y
otros personajes afines a tan increíble despropósito?
Una
cosa es clara, hoy día no hay necesidad de toda forma de paideia condicionada, porque esta es inexistente, y lo será porque
si la máscara de aquella era proporcionada por la misma filosofía, esta es
ahora irrelevante, y es que no existe siquiera un fingimiento filosófico por
parte del hombre público bien formado, sino el descaro del profundamente
ignorante que hace uso del dominio de su poder para la propia ( y a la de los
suyos, que viene a ser la misma cosa) ventaja.
Ya
no hay siquiera peligro de que la
cultura, la obra del pensamiento pueda articularse en un largo sintagma terminológico[2],
porque este también es inexistente. Ante tal indigencia intelectual, ante tal
miseria moral, ante tal vileza personal ¿qué podemos esperar para el fin
primordial de cualquier república que es la ansiada eudamonía (felicidad) que nos iguale y nos distinga según nuestra
idiosincrasia y méritos justamente reconocidos?
Desde
luego no hay que temer que la filosofía, la cultura, el lenguaje mismo acaben
esclerotizados al margen semántico de su origen (de conocimiento y justicia
moral de dónde hubieron de ver la luz), porque está tristemente ausentes en las
aspiraciones del hombre que debiera ser ejemplar en nuestras vidas.
Si
el más grande fruto de la autosuficiencia
es la libertad (que proclamara Epicuro), estableciendo la amistad como uno
de los pilares básicos de vida y convivencia, basada en el conocimiento y la actitud
moral justa, ¿dónde, o cómo queda aquella simpátheia
tan necesaria para la convivencia? ¿Dónde queda aquella perpetua lucha
entre la epistémé estable y la doxa en continua varianza? ¿Dónde el
equilibrio entre el yo que quiere hermanarse con conocimiento y voluntad moral
al exterior que lo rodea? ¿Acaso estas interrogantes está ya fuera de lugar en
nuestros días? Mal se nos pinta el futuro de la humanidad de ser cierto.
No
obstante, por todo lo deducido de esta y otras entradas sobre estas cuestiones
y otras similares, debemos reivindicar aquello
de que tenemos que liberarnos de la cárcel de los interés cotidianos y de la
política.
Francisco Acuyo
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