Cerramos lo expuesto en el anterior post, dedicado al poeta y amigo José Luis López Bretones, con esta nueva entrada para la sección de Pensamiento del blog Ancile, que lleva por título: Lux, lumen: la única luz de la conciencia.
II
LUX, LUMEN: LA LUZ ÚNICA DE LA
CONCIENCIA
Aquella singular experiencia -contemplativa-
no fue única. Alguna más hubo; si el hecho es digno de atención, anotadlo: unos
días después regresé al lugar esperando la misma respuesta, por cierto, sin
resultado. La segunda vez hubo de ocurrir de nuevo, inopinadamente, paseando
por otro hermoso lugar, y con la mente fuera de cualquier intencionalidad
intelectual o cualquier estímulo a la sazón de aquella búsqueda concreta.
Todavía hubo de suceder nuevamente, y hasta la fecha no he podido sino
conjeturar la razón o el motivo de tales inquietantes acontecimientos
(¿interiores, exteriores?). En cualquier caso, continuaré siendo el más leal
testigo de aquellos procesos vividos que haya nunca empeñado su fidelidad y
empeño de explicación, como a ningún otro suceso anteriormente acaecido. Ante
todo, porque me marcó tan hondamente que jamás he podido contemplar de igual
modo el espacio natural de un paisaje.
La
sensación que quedó en mi espíritu fue que, aquella supuestamente consistente,
material, arbórea y rocosa y agreste imagen, en su hermosísima contemplación no
era compacta, sino tremolante, aunque quieta, fluida, aun inmoble, cuya
vibración era acorde con no sé qué alma de invisible instrumento que conmigo en
su quietud dinámica, temblaba. Todo el entorno tenía vigor y vida y conmigo
vibraba. Tratar de describir objetos era imposible en aquel ámbito, pues daba
la impresión de que hacerlo era perder las cualidades del organismo vivo que
contemplaba (o me contemplaba) sin entender -porque acaso no la hubiera- cuál
sería su causa.
A
la luz de la incertidumbre de lo que acontecía sólo el lenguaje o expresión
poéticos eran capaz de aproximarse a aquella realidad vivida que se mostraba inquietantemente
tan cercana que no podía distinguirla de mí mismo y que, en términos
machadianos, parecía ir construyéndose o hacer camino al marchar. El pulso
creativo -irracional- energético del verso ponía en evidencia que era imposible
separar la realidad del paisaje de mi contemplación del mismo, pero, ¿cómo iba
a ser yo ese mismo paisaje? El lenguaje poético, entendí, entonces, dejó de
pertenecer a ley gramatical que, como todo lenguaje, presupone que hay un
observador al que dirigir el discurso. El poema lo que hacía era más que decir
lo que era aquel paisaje, era mostrar la conciencia clara sobre lo que
podríamos decir del mismo, o lo que es igual, de ocuparse de lo que podemos
decir del mundo, o lo que es aún más inquietante: el paisaje no tiene
contenidos objetuales, sino potencia creativa esperando ser belleza en el acto
mismo de la observación.
Es cierto que lo que digo puede resultar, a los ojos positivo materialistas con los que normalmente observamos el mundo, algo disparatado, pero estas experiencia parecían dictarme que el mundo de aquel paisaje sólo existe en la singularidad de mi percepción, y que una vez fuera de ella, parecía existir objetivamente porque, acaso, otro pudiera estar percibiéndolo, era, en fin, como si el observador fuera del todo ilocalizable porque no era posible separar el vínculo extraño entre el sujeto y el objeto ,y que el lenguaje poético expresaba para que, de manera complementaria, pudiésemos hablar y entender su paradójica naturaleza.
El
fenómeno natural del paisaje será tal, si lo entendemos como la descripción de
lo que vamos a observar y el sentido (los sentidos) con los que lo observamos,
pero en realidad ambos son del todo indisolubles, el paisaje, a la luz de esta
rara sensibilidad, es como si no existiera en sí, porque no está al margen del
que lo observa. La mirada, en este estado, es activa y se hace visible gracias
a luz única de la conciencia que diríase compartir el supuesto objeto de la
naturaleza, si es que en verdad la luz interior se fija en el paisaje y viceversa.
Una
de las profundidades más fascinantes del lenguaje poético radica, siguiendo el
término lingüístico de desvío (Jakobson, Spitzer, Cohen, Levin, …), o se trata de una manifestación extremadamente
organizada del lenguaje (Stankiewicks) que, en cualquier caso, no hace sino
exponer la especialidad, sutileza y refinamiento del mismo. La cuestión es que, sin ningún género de
dudas, siempre encontré en esta expresión lingüística la manera más acertada de
exposición y expresión de estas apreciaciones tan peculiares del paisaje y de la naturaleza
que lo contenía, porque a través del lenguaje poético conseguí sintonizar la que me pareció la frecuencia lumínica correcta para conectar, contemplar y aprehender la que estimé como la luz única (dentro y fuera) de una misma y única conciencia.
Francisco Acuyo
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