Unos apuntes apresurados sobre la poesía para la sección De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, para hacer una brevísima reflexión sobre el concepto, realidad y distinción de lo que pueda o no ser la poesía, y todo en virtud de lo que hoy acontece en ámbitos que se dicen, consignan y distinguen como poéticos, y aun consagrados a la más elevada concepción de literatura que pensarse hubiere, con toda la suerte de confusión que en nuestros trasegados tiempos nos arrebatan, azoran y confunden.
POESÍA, O ESE VASTO DOMINO
EN LO DESCONOCIDO
Permitidme que lleve a cabo una
introducción al concepto de poesía cuando menos bastante peculiar (si es que
este es posible, y aunque parezca que no viene ahora al caso), y entre bromas y
veras sirva para hacer una reflexión que, acaso en los tiempos –de incierta
postmodernidad- literarios y artísticos y también científicos que nos ha tocado
vivir, sea de interés para aproximarnos a ella al menos con una remota garantía
de certeza.
Que la poesía
sea una manifestación artístico-literaria investida de una naturaleza singular,
claramente ostensible en su manera de usar, reconocer, construir, reconstruir
y, al fin, crear y recrear el lenguaje, es
algo reconocido desde ámbitos de estudio diferentes (la lingüística, los
estudios literarios, la métrica, la retórica…), pero también por sus no menos
peculiares vías de atención, entendimiento, expresión e integración con el
mundo (quiero decir como forma muy especial de comunicación), sin contar con su
manera no menos inaudita de aprehensión, interpretación y reconocimiento del
poder creativo de la conciencia (humana, es decir, como vía de conocimiento y
trascendencia), siendo por todo ello cosa resueltamente insólita, enigmática y
rara, y que hace de su lectura cosa poco
inteligible y recomendable para el lector ocasional, no digamos del que se
acerca al libro por el forro de sus entretelas. En cualquier caso todo esto no
será en modo alguno óbice para que una precipitada tropa de almas torturadas,
irredentas, tristes, desconsoladas, solitarias y perpetuamente incomprendidas, fueren
inopinadamente a acosar, perseguir, hostigar, pretender y asediar a la siempre
inmarcesible y generosa musa de la poesía. Es así que, ora unos por afligidos
espíritus del desamor, la traición y la más ingrata felonía, encuentran en el
verso el paño enjugador de las lágrimas en la lluvia de su desconsuelo; ora
otros dueños de su genial ingenio, atento
s al inconmensurable canto que mueve
el cisne de su incondicional talento, descubren los límites del universo mundo
en sus aforismos, reflexiones y apotegmas versados con puntual o largo y
reflexivo aliento; ora, por el contrario, está el que espoleado por la divina
gracia de la fama y la oriflama de lo insustancial aspira lo más alto y banal
del empíreo mundo, y todo en pos de poder templar las cuerdas que el vulgo vil
reclama; ora verán, incluso, la vena mística que también llama a las puertas de
la inconsolable musa en loor de santidad; pero, ora también podrán encontrar al
que, en su particular paso por el desierto de la injusticia, clama por la ecuanimidad,
probidad y rectitud de este mundo, reclamando igualdad y compromiso social en
verso, que en verdad es cosa muy grata para los sandíos que se enardecen con
los discursos vacuos y mítines poéticos. Y esto podrán encontrarlo todo en su
individual e íntegra entrega, o, también, en singular heterogenia, que puede
combinarse la necedad muy a la sazón del que guste paladear toda suerte de
incongruente majadería. Pero, en verdad ¿qué ha hecho la musa de la poesía
para merecer tan injusto, impropio,
cruel y mendaz trato?
El
estupor de las Piérides y toda su poética parentela será sin duda más que
justificado. Bien es cierto que la vena épica, elocuente y bella de Calíope
nunca mereció tal indignidad y descortesía; ni que decir tiene que la
atribulada Erato en su lírico estro tampoco fuese acreedora de tan vil
procedimiento e indecoroso compromiso; mas, qué decir de la bucólica
inspiración de Talía, o del sacro numen de Polimnia, o la coral sublime de
Terpsícore o la didáctica consigna de la celestial Urania.
En
cualquier caso hemos de decir en favor de los embelesados profanadores de la
inaudita consigna que significa de manera tan extravagante y rara la musa de la
poesía, que es del todo entendible, al menos para quien con toda modestia
diserta en este exiguo opúsculo. La sugestiva, evocadora, estimulante e incluso
hipnótica energía que envuelve el ámbito donde nace, se desarrolla, se consuma
y significa es, indubitablemente, una fuerza fascinante, perturbadora e
incentiva. En realidad estamos ante la impronta genuina del impulso que hace
posible nada menos que el acto creativo y la manifestación del equilibrio vital
consciente que sólo es posible atento a la potencia que se manifiesta en
aquello que entendemos como belleza. ¿Significa
esto que la poesía es un dominio común accesible para todo aquel que quiera entender, aprehender, vivenciar la singular
energía, insisto vital, que la encarna tan irresistiblemente? Desde luego que
sí. Cuestión harto diferente es que todo aquello que se ensaya, se lee, se
reproduce e incluso se interpreta y critica sea significativamente poesía.
Este desenfadado, breve, fugaz e inopinado
apunte sólo quiere ser un toque de atención para la reflexión de los que
aceptan como canónico cualquier producto escrito, y que en muchos casos no
llega al rango siquiera de pseudoliterario, y mucho menos poético. Cuestión
digna de más serio debate será la probidad necesaria para establecer elementos
de juicio con los que establecer unos
parámetros objetivos para su reconocimiento, no digamos para su creación, si se
pretende en verdad contactar con el insólito
vigor que anima la poesía.
Así
las cosas me parece este un buen preámbulo para ofrecerles elementos de
contraste con los que ustedes mismos puedan distinguir y contrastar. Nada mejor
para ello que lo más alejado de cualquier aparato teórico, es decir, el espejo
de la poesía misma. Tengan muy en cuenta que hablo de poesía. Por eso les
ofreceré un poema muy digno de consideración atenta e instrumento muy
apropósito y elocuente y reflexivo.
Francisco Acuyo
EL POETA
Para ti, que conoces cómo la piedra canta,
y cuya delicada pupila sabe ya del peso de una montaña sobre un ojo dulce,
y cómo el resonante clamor de los bosques se aduerme suave un día en
[nuestras venas;
para ti, poeta, que sentiste en tu aliento
la embestida brutal de las aves celestes,
y en cuyas palabras tan pronto vuelan las poderosas alas de las águilas
como se ve brillar el lomo de los calientes peces sin sonido:
oye este libro que a tus manos envío
con ademán de selva,
pero donde de repente una gota fresquísima de rocío brilla sobre una rosa,
o se ve batir el deseo del mundo,
la tristeza que como párpado doloroso
cierra el poniente y oculta el sol como una lágrima oscurecida,
mientras la inmensa frente fatigada
siente un beso sin luz, un beso largo,
una palabras mudas que habla el mundo finando.
Sí, poeta: el amor y el dolor son tu reino.
Carne mortal la tuya, que, arrebatada por el espíritu,
arde en la noche o se eleva en el mediodía poderoso,
inmensa lengua profética que lamiendo los cielos
ilumina palabras que dan muerte a los hombres.
La juventud de tu corazón no es una playa
donde la mar embiste con sus espumas rotas,
dientes de amor que mordiendo los bordes de la tierra,
braman dulce a los seres.
No es ese rayo velador que súbitamente te amenaza,
iluminando un instante tu frente desnuda,
para hundirse en tus ojos e incendiarte, abrasando
los espacios con tu vida que de amor se consume.
No. Esa luz que en el mundo
no es ceniza última,
luz que nunca se abate como polvo en los labios,
eres tú, poeta, cuya mano y no luna
yo vi en los cielos una noche brillando.
Un pecho robusto que reposa atravesado por el mar
respira como la inmensa marea celeste,
y abre sus brazos yacentes y toca, acaricia
los extremos límites de la tierra.
¿Entonces?
Sí, poeta; arroja este libro que pretende encerrar en sus páginas un
[destello del sol,
y mira a la luz cara a cara, apoyada la cabeza en la roca,
mientras tus pies remotísimos sienten el beso postrero del poniente
y tus manos alzadas tocan dulce la luna,
y tu cabellera colgante deja estela en los astros.
Vicente Aleixandre (Sombra del paraíso, 1944)
y cuya delicada pupila sabe ya del peso de una montaña sobre un ojo dulce,
y cómo el resonante clamor de los bosques se aduerme suave un día en
[nuestras venas;
para ti, poeta, que sentiste en tu aliento
la embestida brutal de las aves celestes,
y en cuyas palabras tan pronto vuelan las poderosas alas de las águilas
como se ve brillar el lomo de los calientes peces sin sonido:
oye este libro que a tus manos envío
con ademán de selva,
pero donde de repente una gota fresquísima de rocío brilla sobre una rosa,
o se ve batir el deseo del mundo,
la tristeza que como párpado doloroso
cierra el poniente y oculta el sol como una lágrima oscurecida,
mientras la inmensa frente fatigada
siente un beso sin luz, un beso largo,
una palabras mudas que habla el mundo finando.
Sí, poeta: el amor y el dolor son tu reino.
Carne mortal la tuya, que, arrebatada por el espíritu,
arde en la noche o se eleva en el mediodía poderoso,
inmensa lengua profética que lamiendo los cielos
ilumina palabras que dan muerte a los hombres.
La juventud de tu corazón no es una playa
donde la mar embiste con sus espumas rotas,
dientes de amor que mordiendo los bordes de la tierra,
braman dulce a los seres.
No es ese rayo velador que súbitamente te amenaza,
iluminando un instante tu frente desnuda,
para hundirse en tus ojos e incendiarte, abrasando
los espacios con tu vida que de amor se consume.
No. Esa luz que en el mundo
no es ceniza última,
luz que nunca se abate como polvo en los labios,
eres tú, poeta, cuya mano y no luna
yo vi en los cielos una noche brillando.
Un pecho robusto que reposa atravesado por el mar
respira como la inmensa marea celeste,
y abre sus brazos yacentes y toca, acaricia
los extremos límites de la tierra.
¿Entonces?
Sí, poeta; arroja este libro que pretende encerrar en sus páginas un
[destello del sol,
y mira a la luz cara a cara, apoyada la cabeza en la roca,
mientras tus pies remotísimos sienten el beso postrero del poniente
y tus manos alzadas tocan dulce la luna,
y tu cabellera colgante deja estela en los astros.
Vicente Aleixandre (Sombra del paraíso, 1944)
Gracias, Francisco por esta nutriente reflexión sobre lo que es en realidad Poesía. Me anima a seguir buscando, por si algún día pueda al menos tocar el borde de sus vestiduras.
ResponderEliminarMe ha parecido excelente el abordaje del tema y me gustaría mucho que siguieras trayéndonos más sobre este concepto. El poema es bellísimo. ¡Muchas gracias!
Un cordial saludo.
Jeniffer Moore
De acuerdo totalmente, amigo, con esta enjundiosa reflexión. Pobre poesía, paño de lágrimas y hasta de manos sucias de groserías, porque ahora, más que nunca antes, todos se creen poetas, y los más ignorantes de los elementos básicos, son los que se anuncian mesías inspirados. Poco que hacer con al sordera. Y menos mal que hay gente como tú, que mantiene la bandera en alto. Abunda tanto la prosa fragmentada en versos sin el menor aliento musical, sin ese necesario poder de sugerencia, ese tesoro implícito, insinuado, ese recrear la realidad haciéndola parecer soñada...en fin, que el poema que traes en un gran ejemplo, y me ha hecho recordar otros, como esta estrofa de "Arte Poética", de Borges:
ResponderEliminarA veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.
Ó ésto de Huidobro:
Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.
Un abrazo, amigo.