Un apunte ético estético en relación con la poesía y
su potencial compromiso (El compromiso
poético), perteneciente al conjunto inédito titulado El tiempo poético, para el blog Ancile en su sección de
pensamiento. Se pone en evidencia la malsana costumbre de ciertos sectores (por cierto, bastante sectarios) del panorama literario y poético, no me atrevería a decir, sólo de la actualidad, pues podemos detectarlo en diferentes lugares y momentos históricos de la literatura.
EL COMPROMISO POÉTICO
NO parece en absoluto BALADÍ el
intento aquel que trata las disputas cotidianas
con carácter y valor compromisario, ya marcando un carácter trascendental, ya
vistiendo con el dejo de valores universales el evento interesado de su propia
experiencia, pues coloca en posiciones de reacción toda aquella iniciativa
fuera de su órbita utilitaria y presuntamente poética.
No
deja de ser desalentador que tras una apariencia de sentimentalidad humanitaria
se oculte (o se evidencie, bien mirado) este trasunto profundamente egotista (y
no podría asegurarse si), inconscientemente burgués, resultando un insulto a la
inteligencia del que busca la realidad y la verdad del mundo que con la poesía
palpita.
La expresión poética del falso
compromisario supone la divagación vacilante entre la vanidad de un sentimiento
impotente y la ceguera de una acción sin emoción. Así, de este compromiso
poético se deduce una única originalidad que radica en publicar las debilidades
y miserias que cada uno guarda para sí. Esconden inútilmente su propensión al sermón
y a la voluntad de dominio.
Tal
vez quiera alguien conmigo reconocer que el compromiso, en poesía más que en
ningún otro estadio del conocimiento, subyace en una intención-comprensión de
solidaridad que se pierde en la memoria de cualquier decisión de compromiso.
La
poesía verdadera, abierta a los demás por la mera intención de comunicar con el
verso, supone, en cuanto encuentro con el otro, la responsabilidad, no el
conflicto. No se dirige a la persona ni a sus cualidades particulares. Incide
en el enigma, en lo incógnito del otro; nos hace estar juntos, pero no
todavía, que dijo Maurice Blanchot. La poesía invalida la experiencia como
privilegio de libertad; deja
de ser adicional lo vivido, y se inclina, sin
servidumbre ni capitulación, al otro.
El
compromiso se trasluce si el otro que estimo que me ve o puede verme, me
abruma con su presencia; nos muestra realmente que el hombre no es el ser
pacífico, de corazón sediento de amor que nos pintan enternecidas las morales
del sentimiento, que el amor al prójimo no es inherente al hombre, sino que le
es impuesto como un deber al que no puede sustraerse sin conservar la huella
de la deserción. Hay pues, que entender el compromiso en la
poesía, si ésta interactúa como vehículo o instrumento con el que ver que, sólo
un yo vulnerable, puede amar al prójimo.
Es
triste que el poeta tome partido por defecto, y como causa de una mala
digestión de la experiencia con el prójimo, surja un decadente etnocentrismo
poético: así cuando conceden la condición de poeta menor a aquellos que no
derivan por sus cauces de afinidad o similitud, enmascaran quizá, lo que en
rigor sería la visión y calificación de una humanidad menor.
Entiendo que aquel que se diferencia con
tal distancia y contumacia singulares, perturba la cotidianeidad familiar del
que está en lo suyo: es esta una manera subrepticia de violencia, cuya
hostilidad se manifiesta en un menosprecio de lo que les es extraño
(extranjero), reivindicando para sí el monopolio de la realidad a través de una
expresión que combate la diversidad y libertad humanas en lugar de reconocer la
igualdad en las culturas: y es que para ser, es necesario que el otro no
sea.
Se
precisa también que la actitud del lector (y peor aún, la del presunto crítico)
sea la de una servidumbre voluntaria. Mas no parece posible
un tertium non datur, pues se agotan las salidas en sólo dos vías: O se
está con ellos, o contra ellos.
La
visión de este realismo imposible pasa a ser más una sugestión insidiosa que
cuestiona la idea de una realidad generalmente válida y comunicable. Pero con
el agravante que supone no sólo la devaluación de la verdad, sino también la
aspiración a conocerla.
La
máscara que denuncian en otras tendencias literarias engolfa la suya propia
instrumentalizando para ello el útil de la anécdota. Aparecen, pues, con un
carácter inofensivo pero notorio, de mal gusto disimulado, y lejos de ser causa
son efecto; apariencia más que realidad, la realidad que ellos, contumaces,
preconizan.
Francisco Acuyo
Asunto de suma importancia el que traes, amigo. Complejo también, pues hay tela para cortar y ejemplos abundantes de todo tipo. Pero coincido contigo. El poeta creo que debe reflejar su realidad emocional, su visión artística del objeto al qjue transforma con la palabra, pero no es saludable pretender imponer criterios específicos en los que se muestre como un ególatra, un mesías...exponer pero sin imponer...no sé si estoy claro, porque es complejo y no había meditado antes en el asunto. En otro estado de cosas, y no sé cómo, me ha venido a la memoria La Montaña Mágica, con aquellas interminables discusiones; pero no era poesía aquello; aunque la tenía implícita. Un abrazo.
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