ÉTICA Y ESTÉTICA DE
LA REALIDAD:
LA BELLEZA DE LAS
VARIABLES OCULTAS
Y EL DOLOR DE LA MATERIALIDAD
Que la intuición de la belleza es
una realidad manifiesta en las obras de arte (y en la misma naturaleza) -y en
la misma matemática y en la ciencia-, es un hecho perfectamente reconocible,
aunque su valor provenga (como intuición, decíamos)[1]
del impulso vital e irracional de nuestra naturaleza (en los que se verá
inmersa la misma matemática y la ciencia en sus momentos culminantes creativos,
si hijos de la verdad, aunque no del todo del realismo al menos en la
concepción objetivo positivista, sobre todo en matemáticas y desde luego en
poesía). Debemos recordar que en relación a la verdad del valor científico y su
vinculación con lo que la realidad sea, en modo alguno es una posición
definitiva, total y absoluta. Al fin y al cabo los juicios que pretenden
expresar verdades científicas, sobre todo en su faceta imaginativa, no son
impermeables de aquellos que perciben el bien (el goce estético) en la verdad,
y por qué no, de las percepciones del
mal, del dolor (éticas) reflejas en las consecuencias del producto de su
potencial aportación de verdad al mundo.
De
la funcionalidad de la mecánica cuántica se deducen útiles indiscutibles que
habrían de afectar a la vida de todos hasta nuestros días, y esto manifiesto
sobre todo en los avances tecnológicos, pero las consecuencias que conllevaría
el desapego del físico hacia la realidad material o abstracta de los
componentes elementales (átomos) de nuestra realidad
ordinaria son inevitables
desde una óptica filosófica, si queremos entender que es realmente la realidad
y cómo no afecta esta. La intuición de la belleza y su apreciación en la obra
del hombre y de la misma naturaleza impone un criterio análogo, en virtud de
que su idea en relación a la materia perceptual de lo bello, exige un
entendimiento (además de la vivencia) de lo bello.
Me
inspiraba (y ruego disculpen mi imaginación que se desborda tantas veces injustificadamente
y que, reconozco, es poco proclive a la mesura y al rigor exigido de la
ciencia) el teorema de Bell[2]
toda suerte de invenciones, hipótesis o conjeturas en correspondencia con mis
intuiciones sobre la belleza (decía anteriormente también en concordancia con
el dolor)[3]
y la naturaleza de la realidad. Todo parece indicar que si se viola el teorema
de Bell y su desigualdad en la experimentación de lo supuestamente real, y es
imposible constatar la realidad de nuestro mundo y, ¿evidentemente?, su separabilidad de otros
fenómenos y del fenómeno de la observación (y de la conciencia), o lo que viene
a traducirse: se hace una precisa –necesaria- una visión integradora
–holística- de la naturaleza y de nosotros mismos. La visión estética del mundo
muy bien nos ha hablado de esta óptica integradora de los valores de lo bello en virtud de la conciencia y de los valores
que baraja esta para su percepción y entendimiento.
La
razón –el sentido común- que exhibe la realidad de un mundo separado por sus
diferentes objetos componibles (dícese que estos sólo pueden encontrar influencias
entre sí en virtud del contacto físico y no de influencias espurias a esta
razón ¿lógico? positiva y material), y es que no es posible nada fuera de esta
razón, ya que no permite acciones fantasmales a distancia (o variables ocultas),
como le gusta decir a Einstein. La apreciación de lo bello contiene una visión
inquietante -¿irracional-?- que atenta contra aquella razón incuestionable de
la separabilidad de las cosas, y nuestra percepción y concepción de lo bello: parece
que la belleza no admite separabilidad y realidad a la vez, pero no por eso lo
bello deja de tener realidad perceptible e intelectualmente apreciable.
Lo
que artistas, poetas, filósofos, místicos… intuían hace milenios en virtud de
su apreciación y entendimiento de la belleza y la ineludible integración de la
mente y la materia, sin la cual la realidad de lo bello no sería posible, hoy
parece querer mostrarnos que la realidad del mundo tiene unas características
similares ( y que ofrece el universo como obra de arte), en tanto que es
imposible describir lo que el mundo sea al margen de la inevitable imposibilidad
de la separabilidad, donde los objetos físicos se dice que están separados del
resto (y de la observación consciente –o inconsciente- de aquello que
apreciamos como real) y la realidad de lo que pueda ser aquello que entendemos
como real.
Realidad
y belleza, belleza y realidad[4],
son caras acaso de la misma moneda por la que nuestra conciencia rige para el
entendimiento de nosotros mismos y nuestra situación en el mundo. Abundaremos
sobre esta cuestión en próximas entradas de este blog.
Francisco Acuyo
[1] En
Ancile, De la Belleza: hypotheses non fingo, http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/06/de-la-belleza-hypotheses-non-fingo.html
[2] Gracias al Teorema de Bell se ha planteado de
manera más seria las cuestiones filosóficas inferibles de aspectos de la
mecánica cuántica más allá de la comprobación experimental, o lo que es lo
mismo, si partimos de las propiedades físicas del mundo no son creadas por la
observación y por lo tanto son
separables unas de otras. Se deduce que ciertas magnitudes observables han de
ser mayores que otras también observables, por lo que se colige una desigualdad
(de Bell) que puede comprobarse experimentalmente.
[3] Acuyo,
F.: Elogio de la decepción, Jizo
ediciones, Granada, 2013.
[4] En
Ancile: Cuando la realidad es belleza y
la belleza realidad: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/06/cuando-la-realidad-es-belleza-y-la.html
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