Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos una nueva entrada del profesor y filósofo Tomás Moreno, quien prosigue con su interesantísima reflexión sobre la misoginia, esta vez bajo el título: La misoginia como construcción ideológica: la triple inferioridad de la mujer.
LA MISOGINIA COMO CONSTRUCCIÓN IDEOLÓGICA:
LA
(SUPUESTA) TRIPLE INFERIORIDAD DE LA MUJER (II)
0. 2. La ideología
misógina y sexista del patriarcado
Limitándonos exclusivamente a nuestra tradición, la que hunde sus raíces en
Atenas, Jerusalén y Roma, podemos constatar cómo el discurso
ideológico-filosófico occidental -que desde hace más de veinticinco siglos ha
presidido nuestro imaginario cultural, nuestro lenguaje y nuestro saber y, con
ello, nuestras instituciones sociales y nuestras formas jurídicas- ha sido
profundamente patriarcal, misógino y sexista. El patriarcado[1]
ha operado, en efecto, durante milenios como una organización social generadora
de prácticas de dominación masculina con tendencia a perpetuarse y universalizarse
en los diferentes ámbitos de la existencia humana, incluido, lógicamente, el
correspondiente a las formas de conciencia legitimadoras de esas prácticas, entre
ellas la filosofía.
“La
historia de la representación de la mujer, escribe C. Thomasset, está
condicionada por una serie de ideas simples y, por ello, imposibles de extirpar
de la conciencia colectiva”[2].
En efecto, la historia de la representación y conceptualización de la mujer en los
distintos sistemas filosóficos occidentales no nos ofrece una gran variedad de
argumentos: es, simplemente, la historia de una exclusión, de la exclusión a la
otredad de un determinado grupo humano (las mujeres), por el simple hecho de
manifestarse como diferente, o por presentar algún rasgo diferencial o
percibido como desigual, respecto del varón dominante, de lo que se ha
inferido, falazmente, una supuesta inferioridad natural. Es la historia de la
efectiva dominación masculina de la mujer, que afirma, gratuitamente, la
superioridad del varón. En este sentido las estrategias y justificaciones
utilizadas por la razón patriarcal han sido similares a las utilizadas, en
otros casos, para sancionar la superioridad de unas razas o etnias sobre otras,
como más adelante examinaremos.
Los
principales temas y tópicos sexistas y ginefóbicos, utilizados por determinados
filósofos contra las mujeres -que aluden a su inferioridad fisiológica o
biológica, a su inferioridad mental e intelectual, a su inferioridad y perversidad
moral e incluso a su déficit ontológico- ya aparecen en las ideologías
filosóficas más célebres de la Antigüedad y de la Edad Media. Y sobreviven, más
o menos enmascarados, en el pensamiento de la Edad Moderna, en los misóginos
románticos y en otros conspicuos representantes del pensamiento positivista,
socialista o psicoanalítico hasta reaparecer, finalmente, en la filosofía
contemporánea[3]. Muchas
de las ideas de los pensadores más venerados por la tradición cultural
occidental se encuentran, pues, lastradas y manchadas de estos prejuicios
contra las mujeres y contra los otros en general (esclavos, bárbaros,
heterodoxos, homosexuales, judíos).
Dos
conocidos ensayos sobre esta exclusión a la otredad
- Racismo y Occidente de Christian
Delacampagne[4] y El zoo de los filósofos de Armelle Le Bras-Chopard[5]
- dan buena cuenta de ello. En
efecto, en el primero de ellos se trata
de demostrar cómo la existencia de discursos filosóficos “sexistas” -defensores
de la dominación masculina y de la idea de la inferioridad natural de la mujer-
no puede ser separada, en el seno de nuestra cultura, de la existencia de otros
“discursos racistas”. Entre “racismo” y “sexismo”, considera su autor, habría
intersecciones, temas comunes, relaciones subyacentes, convergencias. Trata, en
consecuencia, de denunciar y poner de relieve esas convergencias, mostrando “la
imbricación de fantasmas racistas y de fantasmas sexistas en el inconsciente
occidental, no con la intención de trazar su historia completa sino simplemente
con la finalidad de poner de manifiesto algunos puntos de tangencia”[6].
En
este sentido, señala cómo la feminidad
se ha presentado en la cultura occidental, desde los cimientos mismos del
discurso filosófico, como otredad o alteridad, compartiendo esta categorización
peyorativa con otros grupos discriminados (el salvaje, el indio, el judío, el
agote, el bárbaro o el esclavo, etc.). Esa segregación y exclusión de “especies”
enteras de población, comportaba la activación por parte de la racionalidad
patriarcal de una serie de estrategias y
de métodos de demonización,
deshumanización, de exclusión de la humanidad de las víctimas (elegidas
por su diferencia): elegir un rasgo diferencial, una carencia, un déficit
accidental, accesorio (el color de la piel, el idioma, su no-masculinidad, sus
creencias religiosas, sus instituciones sociales y costumbres, o sus
orientaciones sexuales) e interpretarlo como esencial, para legitimar así la
supremacía de una raza sobre otras, de un pueblo sobre otros, del hombre sobre
la mujer etc. (Cont.)
TOMÁS MORENO
[2] C. Thomasset, en Historia de las mujeres en Occidente,
dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot, Taurus, Madrid 2000, t. II.
[3] Cf. Alicia H. Puleo (coordinadora), La filosofía contemporánea desde una
perspectiva no androcéntrica, MEC, Madrid 1993; Amelia Valcárcel, Sexo
y filosofía. Sobre “mujer” y “poder”, Anthropos, Barcelona 1991;
Alicia H. Puleo, “Mujer, Sexualidad y Mal en la filosofía contemporánea”, en Daimon.
Revista de Filosofía de la Universidad de Murcia, nº 14, enero-julio, 1997, pp.
167-172.
[4] Christian
Delacampagne, Racismo y Occidente,
Argos Vergara, Barcelona, 1983.
[5] Armelle Le
Bras-Chopard, El zoo de los filósofos. De
la Bestialización a la Exclusión, Taurus, Madrid, 2002.
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